Hace algunas semanas supimos de un
interesante caso que abre algunos interrogantes que podrían inspirar una
exitosa novela de ficción.
En una ciudad del país vecino del norte (Marsella, Francia) se cometieron una
serie de violaciones y agresiones sexuales. Las víctimas no tuvieron problemas
para identificar al agresor en la típica rueda de reconocimiento (y en imágenes
de videos grabados en lugares tales como los autobuses de la ciudad).
Además, la policía científica gabacha había
encontrado y analizado restos de ADN en las víctimas de las agresiones. El
culpable no tenía escapatoria. Las piezas parecían encajar.
Sin embargo, las
autoridades detuvieron a dos personas ante la imposibilidad de saber quién era
realmente el culpable.
¿Cómo puede ser?
Las víctimas identifican al culpable y el ADN
coincide. Punto.
Pues no.
No porque el presunto culpable tenía un
hermano gemelo cuyo ADN, obviamente, es idéntico. Vivían juntos y trabajaban en
lo mismo (es decir, en nada porque estaban en paro).
En este caso el test de ADN no
permite distinguir quién es quién. La identificación por parte de las víctimas
tampoco. De hecho, una de esas víctimas fue incapaz de distinguirles cuando se
hizo una prueba crucial de identificación.
La policía
francesa no sabe qué hacer. Dicen estar seguros de que solamente uno de ellos
es culpable, pero también podría ser que ambos estuvieran involucrados en los
sucesos.
El
análisis convencional de ADN no permite distinguirles, pero sería posible
llegar a una discriminación más fina a través de una exploración más
exhaustiva. Un poco cara (un millón de dólares, dicen) pero posible.
El modus operandi de las agresiones resultó
similar en todos los casos y bastante poco creativo: ataque en un portal y
posterior robo.
Las
autoridades intentan desesperadamente encontrar evidencias que puedan orientar
la investigación exclusivamente hacia uno de los hermanos.
A
pesar de que uno de ellos ha confesado su culpabilidad y ha declarado que su
hermano es completamente inocente, la policía no se fía. Sospechan que pueda
ser una estratagema.
Si
quiere tener éxito, la potencial novela que antes comentamos debería enredar
las cosas. Pero la materia bruta está ahí.
Los
gemelos dan mucho juego, pero los narradores y los cineastas no suelen estar
demasiado finos.
Ken Follet hizo un interesante intento en su novela ‘El tercer gemelo’. Consultó detalles técnicos con el famoso equipo de Minnesota, y, en concreto, con David Lykken y Tom Bouchard. Es recomendable y de lo mejor que pude leer. El
novelista aprovecha para exponer, en el desarrollo de la historia, la célebre
teoría de Lykken sobre el comportamiento delictivo. Teoría que puede
encontrarse en el ensayo titulado ‘The antisocial personalities’ de muy
recomendable lectura para quienes están interesados por el comportamiento
antisocial.
Aún
así, la cosa puede mejorarse sin necesidad de retorcer tanto los hilos como el
escritor inglés.
Pero
no voy a dar más pistas.
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