Un falso monje Shaolin asesina brutalmente a
varias mujeres en Bilbao. Un ciudadano tirotea y mata a varias personas en
Santa Mónica (California) después de haber asesinado a su padre y a su hermano
en el domicilio familiar. Un admirador checo del noruego Breivik prepara un
atentado masivo en su país imitando a su ídolo del norte. Un joven mallorquín
reúne explosivos para cometer un atentado en su Universidad similar al de
Columbine.
Esta lista podría ampliarse fácilmente
simplemente echando mano de los detallados informes periódicos que pueden
encontrarse en los medios de comunicación de masas.
Se acrecienta la sensación de que vivimos en
una época especialmente violenta de la historia de la humanidad, a pesar de que
Steven Pinker se ha empeñado en
convencernos de lo contrario sirviéndose de las estadísticas disponibles.
Quizá Pinker y sus estadísticas sean
compartibles con los sucesos criminales que tanto (triste) morbo despiertan en
los medios y en su audiencia.
La violencia grupal ha descendido dramáticamente
desde la Edad Media y la sociedad ha articulado mecanismos para eliminar prácticas bárbaras, como, por ejemplo, las torturas o la pena de muerte.
Los datos son claros.
Y, sin embargo, en
las relaciones de pareja siguen ocurriendo episodios de violencia y muerte, a
pesar de las campañas mediáticas destinadas a erradicar esa lacra social. Individuos
de nuestra sociedad planean con esmero masacres de distinta naturaleza. Algunos
las llevan a la práctica e incluso parecen disfrutar de los sucesos que se
producen cuando son capturados.
El estudiante de
electrónica de las Islas Baleares, por ejemplo, se explayó explicando sus
motivos para planificar los atentados que tenía pensado materializar, se mostró
sospechosamente colaborador con la Policía y sonreía ante las imprecaciones de
los ciudadanos que se agolpaban a la entrada de los juzgados.
La sociedad está preocupada por esta clase de
sucesos. Nada le gustaría más a la gente de bien que nunca más tuvieran que
preocuparse por ellos. Que nuestros chicos pudieran ir tranquilamente al
Instituto o que algunas mujeres no tuvieran que vivir atemorizadas ante los
arranques violentos de sus parejas.
Pero los hechos son claros al señalarnos que
esa gente de bien lo tiene complicado. Aunque generalmente soy optimista, aquí
me sitúo del otro lado con rotundidad.
Quisiera estar profundamente equivocado, que
el paso del tiempo me quitara la razón, pero lo dudo.
Los malos de la sociedad siempre
estarán ahí aunque socialmente seamos menos violentos.
Entonces, ¿no hay nada que hacer? ¿deberíamos
cruzaros de brazos a esperar el siguiente suceso?
La única estrategia que auguro medianamente
eficaz conlleva esmerarse para atenuar el llamado 'efecto Copycat', es decir, reducir
la inspiración que producen los actos violentos previos publicitados por los
medios o relatados en las novelas de ficción. A menudo la realidad salta a la pequeña
o a la gran pantalla, lo que multiplica el pernicioso efecto.
Alguien que no era nadie, de repente se
convierte en una celebridad gracias a sus actos bárbaros. La violencia le hace
famoso. Atrae la atención de quienes antes le ignoraban. En los cursos
universitarios sobre comportamiento delictivo se repasan esos casos ante la
mirada admirativa de cientos de fascinados estudiantes.
Igual que los militares evitan el tema del suicidio
para combatir el efecto contagio, sin, por supuesto, dejar de buscar modos de
erradicar el problema, la sociedad podría plantearse seriamente combatir la
violencia personalizada omitiendo esos grandes reportajes a los que los medios
nos tienen desgraciadamente acostumbrados.
Ya sé que esos medios consideran que tienen
la obligación de informar. Pero ¿y si están contribuyendo activamente al
problema? ¿no habría que pedirles una mayor responsabilidad?
También es un papel de los docentes sobre delincuencia no recrearse en las hazañas truculentas de individuos que son fracasos sociales y profundamente mediocres. Cualquiera que se acerque a este tema ha de tener claro que un psicópata no es fascinante y seductor, sino un individuo terrible que arruina las vidas que se cruza. Creo que se ha pretendido banalizar un tema muy duro como forma de vender libros.
ResponderEliminarDesgraciadamente Oscar asi es.
ResponderEliminarEstas de acuerdo en que los medios pueden contribuir al problema de un modo grave?