Muchos son los resaltables datos a los que se da una insuficiente
cancha aquí dentro de nuestras fronteras. A lo sumo brotan desde una fugaz sección
de algún telediario o se incluyen en determinados medios escritos irregularmente
consultados por los potenciales lectores.
Aquí flipamos con las cositas del exterior, pero ignoramos (o
despreciamos) datos como el siguiente:
España es el
país del mundo con mayor número de ciudades declaradas por la UNESCO patrimonio
de la humanidad.
Esas ciudades son 13:
Alcalá de Henares – Ávila
– Cáceres – Córdoba – Cuenca – Ibiza – Mérida – Salamanca - San Cristóbal de La
Laguna - Santiago de Compostela – Segovia – Tarragona - Toledo
Es duro encajar que falten lugares como Granada o Sevilla,
pero ese es el listado oficial admitido por esa organización.
Desde luego, encabezar este exigente ranking está muy bien
para un país con poco más de medio millón de kilómetros cuadrados de
superficie. Supone una concentración de virtudes culturales que conviene
destacar a la menor oportunidad.
Por lo que parece, las estrategias usadas por una oscura organización
conocida como ‘Marca España’ pueden ser francamente
mejorables.
Como ciudadano de este país no tengo en absoluto la sensación
de ser un privilegiado al vivir en un pedazo de planeta tan interesante.
Miento, la tengo, pero no porque me ayuden, no porque me den un empujón.
Tampoco percibo que los residentes en otros países ansíen
contratar sus vacaciones para visitar España por esas sobradas razones
culturales. Quienes vienen lo hacen, esencialmente, porque quieren disfrutar de
nuestras excelentes playas (y de alcohol y tabaco baratos).
Para un rollito cultural se van a Reino Unido, Francia o
Italia.
Increíble.
Los de la ‘Marca España’ se lo tienen que mirar. Disponer de
la materia prima y no inundar los mercados turísticos con una promoción basada
en hechos en lugar de en propaganda barata es de juzgado de guardia.
Nos viene pasando algo parecido a lo de la cocina española.
Es excelente, pero la cosa no termina de cuajar. Se hacen intentos, pero son, a
efectos prácticos, demasiado tímidos.
Es precisa una mayor asertividad, poner los puntos sobre las íes y dejarse de tonterías
relacionadas con complejos de inferioridad inducidos desde fuera que se asumen
como correctos desde dentro (ya saben cómo se llama esto).
Nuestras ciudades son especiales. Digámoslo alto y claro con
la necesaria persistencia. Rindamos un merecido homenaje a quienes hicieron
posible esas maravillas, de las que, a día de hoy, vive un número nada
despreciable de personas.
A menudo me pregunto si no deberíamos sonrojarnos al darnos
cuenta de nuestra incapacidad para hacer algo interesante y, en la práctica,
limitarnos a vivir de los logros de nuestros antepasados.
Pero esta es otra historia que seguramente comentaremos en
alguna otra ocasión.
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