La Real
Academia Nacional de Medicina organizó, el 16 de Mayo del año en curso, una interesante sesión científica sobre el Alzheimer.
Fue coordinada por Vicente Calatayud y participaron Mercé Boada (del Hospital Vall d'Hebron), Ana Martínez (del CSIC), Nicolás
Fayed (de la clínica Quirón) y Manuel
Sarasa (de la Universidad de Zaragoza y director científico de la empresa Araclon
Biotech).
La presentación de Boada se centró en el
diagnóstico diferencial del Alzheimer, subrayando el excelente trabajo
neuro-psicológico hecho en España. Una de las cosas que más captó mi atención
fue que no es la memoria una de las primeras funciones psicológicas que se
deterioran con el trastorno, sino lo que la ponente llamó 'capacidad para integrar información de distintas
fuentes'. Luego se olvidó de lo que dijo de pasada volviendo, para
quedarse, al guión de la memoria, pero me pregunté si esa capacidad podría
corresponder a lo que los psicólogos denominamos 'inteligencia'.
Si así fuese, entonces los fallos cognitivos que
aparecen posteriormente serían, por decirlo brevemente, secundarios. Los fallos
de inteligencia podrían ser más importantes que los de la memoria para la
detección temprana, lo que subrayaría la necesidad de disponer de instrumentos
eficientes de evaluación.
Martínez habló de los reiterados fracasos en
la búsqueda de un fármaco que pueda revertir los devastadores efectos del
trastorno sobre la supervivencia neuronal. Tuvo que confesar que, a día de hoy,
seguimos sin una solución razonable. Pero también nos hizo tomar conciencia a
los asistentes de que no se lleva demasiado tiempo buscando, por lo que es
esperable que sigamos esperando alguna solución medianamente eficaz.
La presentación de Fayed, sobre el uso de la
resonancia magnética como biomarcador fue, para mí, la más decepcionante. El
ponente recurrió a una sucesión de escenas, más o menos vistosas, pero no
expuso nada particularmente contundente sobre la información que presuntamente
nos permite obtener la neuroimagen. Quizá no fuera el ponente más adecuado para
esta sección.
Sin duda la más impactante fue la última
presentación, a cargo de Sarasa. El equipo de este peculiar científico persigue
una vacuna que permita prevenir la aparición de las temibles placas amiloides.
Lo que este profesor propone es olvidarse de esperar a que se detecten los
primeros síntomas, porque ya es demasiado tarde. Pasada cierta edad, vacunarse
puede ser la solución. Se trataría de enseñar a nuestro sistema inmunológico a
defenderse de la agresión futura al sistema nervioso. O, en su defecto, aportar
al organismo las defensas de las que carece.
El edificio de la Real Academia de Medicina
es realmente bonito, con un espacio reservado a los académicos y otro para el
público invitado. Fue inexplicable (para mí) que el 70% de los asientos de los
académicos estuviera vacante. Quizá no estuvieran interesados en la sesión.
Quizá ya son demasiado mayores para acercarse a la academia un jueves por la
tarde. Quizá ya se sabían la lección.
En fin, la principal conclusión que derivo de
las tres horas que duró la sesión es que se invierte poco en investigación, a
pesar de que la sociedad está muy interesada en arreglar el problema. Que los
representantes prefieren gastarse el dinero público en cuidados paliativos en
lugar de invertir en la investigación que podría evitar la aparición de casos.
Y que todavía tenemos mucho tajo por delante.
Por ahora somos capaces de describir bastante
bien qué sucede, pero no comprendemos por qué sucede. Tengo la sensación de que
este también será un caso en el que descubriremos que no tiene demasiado
sentido hablar de trastorno, sino de enfermos con un determinado
trastorno. Algunos de los ponentes recurrieron al ejemplo de dos
pacientes con similar perfil de placas amiloides, pero con expresiones psicológicas
radicalmente distintas.
La medicina ha comenzado a personalizarse.
Aún se tardará en que se generalice esa perspectiva a la práctica clínica
habitual, pero el camino de ida es inexorable.
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