viernes, 5 de abril de 2013

La “burbuja” universitaria --por Antonio Andrés Pueyo


Nada hay más sólido que una montaña coronada por una gran masa de hielo. Hasta que llega el alud.

Esto es lo que, probablemente, puede suceder en las universidades españolas en los próximos años. Sobre este problema quiero compartir con ustedes una reflexión preventiva.

Ya sé que el título del post no es muy original, pero seguro que los lectores, especialmente si son ciudadanos que viven la actualidad del Reino de España, sabrán dos cosas solamente a partir de ese título.

Primero, que me refiero al enorme crecimiento de las universidades (no sólo en número, sino también en todas las demás dimensiones: estudiantes, profesores, bibliotecas, laboratorios, parques tecnológicos, fundaciones, másteres, doctorados, etc..) que ha acontecido en los últimos 25 años. En sí mismo no es necesariamente una mala cosa, sobre todo si se compara con otros fenómenos similares, como la burbuja “televisiva”, que también se ha producido y que ha demostrado, a las claras, que el crecimiento no siempre significa aumento de calidad.

En segundo lugar, lo que se deduce del manido título es que todas las burbujas explotan (dejo al lector la valoración de las consecuencias de la explosión). También la universitaria.

Las universidades son instituciones sólidas, algunas con muchos años de historia, pero no se van a librar de una reconversión intensa. Hoy todas las universidades van hacia lo mismo: ser focos excelentes de investigación y desarrollo, centros destacados de generación de conocimiento de alto nivel, escuelas de formación de muy competentes profesionales para hoy y el futuro (naturalmente que destacados y de primera línea), incubadoras de empresas tecnológicas innovadoras y avanzadas, herramientas sociales de desarrollo y cohesión social, espacios de formación permanente, etc… (la verborrea de términos y adjetivos, generalmente superlativos, no me la invento yo, está extraída de los documentos originales de las propias universidades y otros escritos oficiales análogos).


Después del alud que viene quedaran, probablemente, las mismas universidades, pero serán sobre todo diferentes entre ellas. Esta diversificación será la garantía de su supervivencia. Creo que habrá universidades de varios tipos: de élite en la investigación avanzada, masificadas para la formación universal, locales para la cohesión y el crecimiento personal, profesionales para formar los técnicos de un sector determinado y otras que se convertirán en centros de formación a lo largo de la vida. Estas tipologías van a emerger. Cuanto antes escoja cada universidad ser de uno u otro tipo, no exclusivamente, sino de forma prioritaria, mejor le va a ir en el futuro.

Veamos un posible escenario futuro, bastante plausible en el horizonte cercano. ¿Qué contexto tenemos hoy y qué nos espera para los próximos años?

La situación presente se caracteriza por tres variables que afectan a los agentes directamente implicados en la realidad universitaria, especialmente en clave interna de las propias universidades.

La primera variable es la propia estructura de la formación universitaria.

Con la probable revisión de la duración de los grados universitarios, es decir, la decisiva reformulación de los grados a 3+2, para cambiar la mala decisión del 4+1, se acabará con casi 25 años de incertidumbre. Con este cambio tendremos, por fin, la instauración de la formación educativa “terciaria”.

Si los últimos años han representado la universalización de la enseñanza secundaria (hace ya más de 50 años que se universalizó la primaria) ahora le toca a la terciaria que es, vamos a decirlo rápido y breve, los grados universitarios de Bolonia.

No quiero entrar en grandes detalles. Solo hace falta ver la inmadurez psicosocial de los estudiantes y los diseños docentes de las asignaturas de grado: el bachillerato de los años 60 se ha reconvertido, en cierto modo, en los grados universitarios de principios del siglo XXI. No es relevante si son tres o cuatro años los que dura el grado. Los estudiantes graduados en los planes de estudio universitarios actuales no pueden insertarse en el mundo profesional sin más formación (que, probablemente, continuará durante toda su vida). Por tanto, es ya hora de dejar los grados en tres años y los estudios avanzados (profesionales) en los másteres de dos. Que esto quiere decir que los grados no tendrán competencias profesionales, es natural y razonable. Habrá que esperar que los que quieran tener verdaderas competencias profesionales tengan (además de más años cronológicos) una formación de postgrado adecuada y actualizada.

¿Quién duda de que esto ha de ser así?
¿Por qué las Universidades no empiezan a asumir esta realidad y se deciden a dedicar sus más y mejores esfuerzos en capital humano, y otros recursos en los postgrados y doctorados, si quieren seguir en el lugar que históricamente tuvieron en el siglo pasado e impactar en el contexto social y profesional?

La segunda variable es otra “piedra en el zapato” del sistema universitario español: cómo se selecciona el profesorado.

Hay que empezar por saber, en el nuevo escenario, qué quiere cada universidad que haga ese profesorado, su profesorado, no el del Estado. Ahora todas las universidades quieren lo mismo para todos sus profesores, que todos sean muy buenos, excelentes y en todo (¿es eso posible?): investigadores de primera o primerísima, docentes excelentes y geniales y, cómo no, gestores de gran categoría. Esto no es lo que necesita la universidad, cualquier universidad.

Hay que optar por perfiles más especializados y ofrecerles a cada uno de los futuros profesores aquello para lo que más vale el candidato. O, si se prefiere, seleccionar profesores adecuados para distintos perfiles de actividad universitaria. Si la universidad quiere un profesor de calidad bien contrastada no ha de ser para “cualquier actividad universitaria” o peor aún “para que haga todas las actividades universitarias a la vez y simultáneamente”.

Es decir, el profesor de la universidad no es para dar clases de primero, hacer de secretario del departamento y a la vez dirigir tesis, liderar investigaciones muy competitivas, publicar en revistas de impacto, elaborar planes de estudio, gestionar el campus virtual, innovar en procedimientos docentes, identificar competencias profesionales, ajustar los recursos económicos, planificar la actividad cultural de los estudiantes, tutelar a los padres de éstos, rellenar curriculums vitae en los diferentes modelos informáticos existentes y, también, mantener actualizado su propio equipo informático.

Si se contrata un buen investigador es para que realice investigaciones punteras y la universidad le saque provecho a sus elevadas competencias. Otros profesores son buenos gestores, otros atraen proyectos y, por último, otros son grandes divulgadores. Si las Universidades saben a qué van a dedicarse cada uno de sus profesores ya tienen mucho ganado en cuanto a saber qué profesores van a buscar y para qué los quieren.

Eso sí, nada de “endogamia” si se quiere competir en las “ligas” de alto nivel en la investigación, pero ¿por qué no contratar a colegas conocidos y buenos trabajadores, aunque sean de “la cantera propia” para actividades de formación general y difusión del conocimiento? Hay que discriminar, escoger y especializar. No vale con seleccionar siempre lo mismo. Un equipo deportivo no gana porque todos los jugadores sepan hacer de todo y lo deban hacer siempre.

Otra razón importante, la tercera en esta reflexión libre y creativa que me permite este blog, es el problema de la gestión en la universidad.

La realidad vivida y compartida por muchos colegas universitarios es que cada vez más la división de funciones está desapareciendo de la organización de la universidad y, esto, naturalmente, va en la dirección opuesta a la que creo nos vemos conducidos y añade su efecto a las razones de la caída del alud.

La burocracia devora la actividad universitaria: leyes, reglamentos, normas, estatutos, reglas y códigos de buenas prácticas para alumnos, profesores y personal no-docente. Es inacabable y los que las crean son inasequibles al desaliento. Cada año aumentan y cambian las regulaciones (y no hay una especial mejora del funcionamiento proporcional) y las normas, que deberían hacerlo, no ayudan a adaptar la universidad a los tiempos cambiantes.

Por ejemplo, mientras que en muchas universidades de países avanzados se sabe, con muchos meses de antelación, qué estudiantes van a cursar sus programas de grado y postgrado (por ejemplo, en estas fechas universidades que todos tenemos en mente de los USA o UK ya tienen las listas de admitidos en sus programas y cursos, tanto de grado como de máster o doctorado) en las nuestras, aún ¡ni tenemos el calendario académico del próximo año publicado!

La UB, por ejemplo, tiene más 500 años de historia, pero no sabe a ciencia cierta qué programas de doctorado (y de acuerdo a qué normativa oficial) estarán activos el curso próximo. ¿No les parece ridículo? A mí me exaspera. Creo que, como en todo, zapatero a tus zapatos. La gestión en la universidad tiene que quedar en manos de los que son competentes para ello. Que esto afecta al sistema de gobierno, pues que afecte, ya hemos tenido demasiados “académicos” que han errado en su elección profesional. Creo que si seguimos con el sistema de gobierno que tenemos en la actualidad, acabaremos encendiendo el barreno que hemos clavado en la masa de hielo y con ello acabará de producirse la avalancha.

La reflexión que he presentado del porque “explotara” la burbuja universitaria ha sido muy de carácter interno. No hemos comentado nada de la globalización de la enseñanza universitaria, gracias a la cual las universidades españolas, para los propios estudiantes españoles, ya competimos con las universidades europeas o norteamericanas. Tampoco hemos valorado otros temas como, por ejemplo, los proyectos innovadores de los MOOCs, COURSERA, etc.. y las universidades “virtuales”.

No hemos analizado la mercantilización de la universidad y otros factores más exógenos y propios de las dinámicas sociales de naturaleza más amplia, como la crisis económica que, sin duda, también colabora lo suyo a la realidad de la universidad. Pero creo que con los tres factores expuestos es suficiente para hilvanar el pronóstico del final de la burbuja.

No hay que olvidar que en la elaboración del pronóstico está también parte de la solución preventiva: anticiparse definiendo, por cada universidad, qué nicho de desarrollo, que tipo de proyecto universitario persigue y qué papel quiere ocupar ella misma en el futuro, en su futuro.


Espero que el actual ministro de educación (no por ser quien es, porque, como los anteriores, es transitorio) no lea este comentario en este blog porque, siendo como soy funcionario de la universidad, podría recriminarme por las responsabilidades que seguramente no he cumplido adecuadamente. Pero, aunque funcionario, no estoy “blindado emocionalmente” para lo que pueda pasar en un futuro en la organización en la que trabajo. Sabemos que la felicidad tiene mucho que ver con el bienestar emocional.

1 comentario:

  1. Antonio, considero realmente acertada tu visión de la situación actual universitaria. Me ha gustado mucho.
    Si en tu reflexión (aunque la has tratado de forma indirecta) añades la paradoja Universidades Publicas vs Universidades Privadas (ya sabes que yo trabajo en una universidad privada), la cosa se complejiza aun mas.
    Con todo, , y dado el poco margen de maniobra que tenemos los docentes dentro de las decisiones que se toman en otras instancias, como rectorados, comunidades, ministerios, etc. me gustaría preguntarte tu opinión respecto al "alud" que se nos avecina, cuando realmente explote la burbuja universitaria. ¿Qué crees tú que va a suceder? ¿Cerrarán universidades al igual que están cerrando centros de investigación? ¿Perderán credibilidad nuestros títulos universitarios? ¿Qué universidades sobrevivirán? ¿Podemos hacer algo al respecto los docentes de a pie?
    Ya sé que la respuesta a todos éstas preguntas es por lo menos otro post….si lo es, agradeceré enormemente a Roberto que te invite una vez mas…
    Abrazo

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