Si en la primera
parte abordé la dimensión ideológica del problema que supone atender a
los alumnos con altas capacidades en nuestro país, en esta segunda parte
intentaré ahondar en el aspecto más estrictamente práctico.
No obstante, y por no extenderme, me saltaré los prolegómenos
y pasaré directamente a describir, de forma más bien breve, los tres ejes sobre
los cuales rotaría algo así como mi “modelo ideal” de atención a esta población.
He aquí mis propuestas:
1. Mayor compromiso por parte de la
Administración.
Estos chicos requieren profesionales mejor formados. Esto
afectaría no solo a orientadores, maestros y profesores sino también a los
miembros de los equipos de orientación de nuestras comunidades autónomas. Lo
cierto es que el número de Equipos de Orientación Educativa y Psicopedagógica
específicos de altas capacidades en nuestro país es realmente anecdótico, lo
cual sería la prueba de la falta de recursos especializados para la correcta y
temprana identificación de estos chicos. Ofertemos, por tanto, más y mejor
formación y creemos grupos de especialistas que trabajen directamente con estos
alumnos.
2. Mejor aprovechamiento del marco legal.
Las leyes fundamentales que regulan la atención a esta
población son las mismas leyes que regulan la atención del resto de poblaciones
agrupadas bajo el término de Alumnos con Necesidades Específicas de Apoyo
Educativo (ACNEAE). Sería, por tanto,
un avance importante el que se extendiera el número de centros de atención preferente idénticos a los que existen para el
resto de ACNEAE (desde hace ya bastantes años además). Y, al mismo tiempo, se
podría avanzar y mucho favoreciendo la creación de centros especiales para alumnos con altas capacidades que trabajaran
siempre en coordinación con el resto de centros de su respectiva zona.
3. Mayor incorporación del sector privado.
Mi modelo ideal contemplaría también la proliferación de centros no formales y gabinetes psicopedagógicos
especializados. Hoy día, aquellas familias que consideran insuficiente la
atención que reciben por parte del colegio sus hijos, cuentan con escasas
opciones (si no ninguna) de recibir ayuda experta. Y es que hasta que la
Administración no ofrezca algo más complejo y completo que los actuales y
escasísimos programas de enriquecimiento educativo (ver tercera parte), la ayuda
a las familias pasa inevitablemente por la “accidental” buena voluntad y saber
hacer de educadores sensibles a la causa, o por aquellos gabinetes que, mejor o
peor, ofrecen lo que de todas maneras la Administración no aporta.
Como puede observarse, la magnitud y heterogeneidad de estos
tres conjuntos de propuestas son, sin lugar a dudas, enormes. Sin embargo, tal
y como sugerí al principio, estas ideas no son más que pinceladas de un mismo
cuadro, uno cuyo mensaje no pretende ser oculto ni mucho menos, y que viene a
ser:
hagamos más por estos chicos.
Así de “simple”.
Y es que, como bien reza el título de esta segunda parte, hoy
día el problema con estos chicos ya no es que no se quiera o no se sepa hacer (por
falta de ideas); el reto pendiente tiene que ver más bien con cómo conseguir convertir los bienintencionados textos de nuestras leyes en
intervenciones psicoeducativas a la altura de las circunstancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario