En 2004, el periodista Ignacio
Elguero escribió ‘Los niños de los chiripitiflauticos’,
un retrato generacional de los españolitos nacidos en los años 60. Tuve
curiosidad (por ser uno de ellos) lo leí y lo olvidé.
Este periodista entrevistó a varios conocidos del público para, quizá,
darle más renombre a su obra (bastante floja). Quizá lo más interesante son sus
recuerdos sobre las cosas que nos unieron a los niños nacidos en aquel periodo
en el que Franco daba los últimos coletazos y el periodo de transición a la democracia
se mascaba en el ambiente (eso me dicen porque yo no recuerdo nada --era
demasiado polluelo).
Nosotros fuimos los pioneros en crecer con la televisión. Eso sí, con
dos cadenas, que en absoluto emitían durante 24 horas, y gracias. Uno de los
programas que nos marcó fue el de los Chiripitiflauticos, con Valentina, el
Capitán Tan Tan, los Hermanos Mala Sombra y, por supuesto, Locomotoro, Poquito
o Leocadio Augustus Tremebundus. Impresionante.
Fue la época de ‘El hombre y la tierra’, programa que
superó a los documentales de National Geographic en la BBC de la Gran Bretaña. También de
programas y series como ‘La clave’, ‘La edad de oro’ o ‘Verano
azul’.
Elguero echa de menos esa época en la que “si hay algo común al hablar de la televisión
que vivimos en la infancia y la adolescencia, es el sentimiento de añoranza por
una programación seria y digna, que contaba con el gusto del público y que tenía
su fundamento en el consabido dogma periodístico de formar, informar y
entretener (…) los intereses de la rápida rentabilidad económica y el reinado
del mando a distancia han acabado con ese sistema de producción”.
Esta declaración huele a que cualquier tiempo pasado fue mejor. Me
disgusta y pienso que esa percepción es profundamente incorrecta.
Que nosotros lo pasáramos bien con esa programación televisiva, con
los madelman, con las colecciones de cromos de las familias, con los álbumes
sobre el por qué de las cosas de Bimbo, con la 13 Rue del Percebe, con los
payasos de la tele, con Pipi Calzaslargas, con los cinco, con los tres
investigadores, con magia Borrás, con los juegos reunidos Geyper o, sin ir más
lejos, con el súper pop, no implica que los niños que han venido después hayan
sido unos desgraciados porque ese mundo cambió.
Fuimos nosotros quienes estuvimos detrás de la famosa movida madrileña,
con ecos en otros lugares de la península y vista con un poso de envidia desde
otros lugares del planeta. Pero ese periodo también fue turbulento en muchos sentidos.
Algunos de nuestros amigos y conocidos perdieron la vida por los absurdos excesos
a los que se sometieron. Nada agradable o entrañable, por cierto.
Elguero se queja de que a nosotros no nos han permitido ocupar las
posiciones de poder y decisión en nuestra sociedad. Somos, según él, una
generación sandwich entre los mayores
y los que vienen por detrás de nosotros pisando fuerte. Puede que tenga razón
en su diagnóstico, pero ¿y qué? ¿Vamos por eso a dejar de intentar hacer lo que
creemos que debemos hacer?
La nostalgia es mala compañera de viaje. Podemos recordar con cariño nuestra infancia, el hecho de que toda
una generación, a diferencia de lo que sucedió después, compartamos un puñado
de claves. Pero ¿nos hace eso más homogéneos?
Tengo serias dudas.
Mi trayectoria tiene bastante poco que ver con los entrevistados por
Elguero: Mercedes de la Merced, Javier Capitán, Francisco Castañón, Juan
Echanove, Andoni Zubizarreta, Leopoldo Alas, Trinidad Jiménez, Kepa Murua,
Hilario Pino, Jorge Riechmann, Emilio Butragueño, Ángel Idígoras, Álvaro de la
Riva, David Summers, Luis González Martín, Ángel Antonio Herrera, Cristina del
Valle, Ángela Vallvey, Antonio García Ferreras, Fran Llorente, Juan Moscoso,
Lorenzo Silva, Icíar Bollaín, Aitana Sánchez Gijón, o Pachi Idigoras.
De hecho, no conozco de nada a la mayor parte.
Pero sintonizo con la galería que puede verse en este documental de la 2:
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