viernes, 15 de febrero de 2013

Los programas de intervención psicológica en prisión --por Óscar Herrero Mejías


Los programas de intervención psicológica con delincuentes encarcelados han sufrido un impulso muy significativo en nuestro país, especialmente durante los últimos diez años.

Su implantación se ha generalizado en las prisiones y los profesionales penitenciarios han asumido el desarrollo de estos programas como una parte fundamental de su actividad normal. Son el resultado del esfuerzo de grupos de trabajo compuestos por profesionales penitenciarios y del mundo académico. Además estos programas se han recogido en manuales, se han diseñado procesos de formación para las personas encargadas de aplicarlos y su evaluación corre a cargo de equipos de investigadores externos a la institución penitenciaria.

En términos generales podemos decir que estos programas son paquetes estandarizados de intervención psicológica grupal, que buscan modificar aspectos de la forma de pensar, sentirse o comportarse de los participantes. Entre estos objetivos terapéuticos tenemos rasgos antisociales de personalidad como la impulsividad o la agresividad, estilos de pensamiento que apoyan la conducta delictiva, el consumo de drogas o las relaciones con otros delincuentes.

Algunos ejemplos son el programa para el control de la agresión sexual, el programa de intervención con agresores de género, el de atención integral a enfermos mentales, el de atención a discapacitados psíquicos, los programas de drogodependencias, la terapia asistida con animales, o el programa de integración social en medio abierto entre otros.

Andrews y Bonta (2006) definen los principios que han de regir estos programas para que sean efectivos. El principio de Riesgo señala que la intervención ha de centrarse en los delincuentes de mayor riesgo de reincidencia. El principio de Necesidad establece que deben de intentar modificarse los factores que están asociados empíricamente con la reincidencia delictiva. Por último, el principio de Responsividad señala que los programas han de adaptarse a las características de la población a la que van dirigidos.

¿Se adaptan nuestros programas a estos principios?

Creo que lo hacen de forma desigual.

Con respecto al principio de Riesgo, los programas no hacen distinción acerca del perfil de internos hacia los que van dirigidos. Tampoco se han establecido procedimientos comunes para la valoración del riesgo y la priorización de unos internos sobre otros. Se fomenta, a mi parecer, que todos los internos de un determinado perfil (por ejemplo violencia de género) se sometan a una intervención psicológica. Esto supone un problema en la práctica. Por una parte se dedican los mismos recursos para un interno de alto riesgo que para otro de baja peligrosidad (pasa por los mismos meses de terapia y por los mismos contenidos). Por otro lado, algunos programas, como es el caso del de agresores sexuales, están pensados para internos de alto riesgo de reincidencia, por lo que aquellos que no encajan en este perfil en ocasiones tienen dificultades para beneficiarse de esta intervención al no verse reflejados en los temas que aborda el programa.

Con respecto al principio de Necesidad, no todas las intervenciones se dirigen a modificar necesidades criminógenas. Algunos programas se adhieren claramente a este principio y su objetivo es la reducción de la reincidencia. Otros, sin embargo, buscan mejorar aspectos del bienestar psicológico del interno, propiciar su adaptación a la prisión o prepararle para su futura derivación a una institución externa. Los programas de agresores sexuales y de género, los programas de drogodependencias o el de integración en medio abierto son ejemplos de intervenciones que siguen el principio de Necesidad. Los programas de atención a enfermos mentales, a mujeres presas víctimas de violencia de género o de terapia asistida con animales son casos de intervenciones que buscan mejorar el bienestar psicológico de los participantes, pero que no tienen la reducción de la reincidencia entre sus objetivos.

Por último creo que en general los programas con delincuentes tienen dificultades para adaptarse a algunas de las características de esta población, es decir, para adherirse al principio de Responsividad. Aquí puedo hablar desde la experiencia directa con agresores sexuales. El programa dirigido a este grupo de delincuentes tiene un fuerte carácter cognitivo, y se manejan conceptos muy abstractos. Conceptos como el de distorsión cognitiva, empatía o emoción son a veces difíciles de trabajar con estas personas. Igualmente, es un programa que requiere una  intensa actividad de lectura y escritura, que a veces choca con un bajo nivel educativo.

¿Qué quiero concluir con esta reflexión? Lo primero, que el importante esfuerzo de los últimos años ha conseguido grandes resultados pero que esto no significa que esté todo hecho. La implantación de programas de intervención ha de apoyarse ahora de un pensamiento estratégico para su desarrollo. Ya que nos toca vivir en una época de recursos limitados, hay que invertirlos en los internos que más necesitan de nuestro trabajo, que son en definitiva los que suponen un mayor riesgo para la sociedad. Necesitamos, por lo tanto, una tecnología para la valoración del riesgo que guíe nuestras decisiones de tratamiento. Igualmente hay que plantearse claramente qué objetivos busca la institución penitenciaria. Los programas que no se adhieren al principio de Necesidad y que, por lo tanto, buscan objetivos distintos a la reducción de la reincidencia, son interesantes y necesarios. Pero igualmente hay que plantearse qué objetivos busca nuestra intervención, de qué recursos disponemos y considerar si unos programas han de ser prioritarios sobre otros.

En 2004 se publicó una encuesta en la que se recogían, entre otros datos, que el 32% de los psicólogos penitenciarios encuestados consideraba que era imposible rehabilitar dentro de una prisión. No pienso que actualmente haya tantos compañeros que piensen lo mismo. Pero es imprescindible que el esfuerzo del colectivo se dirija con inteligencia para que se traduzca en resultados tangibles que permitan que la intervención con delincuentes sea un avance irreversible en nuestra sociedad.

REFERENCIA
Andrews, D.A., & Bonta, J. (2006). The Psychology of Criminal Conduct. New Jersey: Lexis Nexis.

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