lunes, 28 de enero de 2013

El uso apropiado de condones no está al alcance de cualquier mente

En un fascinante estudio de unos científicos norteamericanos se demuestra que las instrucciones de uso de los condones distan de ser ideales para un uso apropiado de ese producto que tantos placeres reporta a la humanidad, reduciendo, simultáneamente, la actuación de diversos factores de riesgo.

Dana F Lindemann et al. (2012). Beneficial but not sufficient: effects of condom packaging instructions on condom use skills. Psychology Research and Behavior Management, 5, 11–18

En su investigación se consideraron 92 varones y 113 mujeres que se asignaron aleatoriamente a un grupo al que se le permitió leer las instrucciones de uso de los condones o a un grupo que tuvo que demostrar sus habilidades sin la posibilidad de acceder a esas instrucciones.

Los resultados fueron concluyentes: leer las instrucciones no daba lugar a mejores resultados en el test objetivo en el que debían demostrar su pericia real para gestionar eficazmente los condones.


La derivación general es clarísima: se deben mejorar, y mucho, las instrucciones de uso de este preciado producto. Se han hecho esfuerzos para promover el uso correcto de los condones, pero entre ellos no parece contarse la depuración de sus instrucciones de uso.

Sería ideal hacer cursos de formación para un uso adecuado de tales dispositivos. Incluso podrían crearse módulos especiales en los institutos. Sin embargo, como comentan los autores, se puede desconfiar de que tuvieran alguna utilidad real. Por eso subrayan la necesidad de centrarse en las instrucciones que se incluyen en las cajas del producto.

Los autores no tienen reservas al declarar que los condones son extraordinariamente efectivos, pero solamente cuando se usan adecuadamente. Escriben, literalmente: "la capacidad personal (personal ability) para usar correctamente un condón debe tenerse explícitamente en cuenta al ponderar los costes y beneficios de su uso".

Los resultados generales de esta investigación demostraron que, a lo sumo, dos de cada diez  individuos fueron capaces de satisfacer, con eficacia plena, el test de uso correcto de condones, sin que hubiera diferencias entre ellos y ellas.

Es, desde luego, una desproporción realmente preocupante. Significa, a efectos prácticos, que ocho de cada diez se encuentran en una franja de alto riesgo de usar inapropiadamente ese dispositivo.

Pero lo que es realmente escandaloso para los autores del estudio es que esos números no cambian independientemente de que se lean o no las instrucciones.

Piénsese, además, que esta investigación se hizo con estudiantes universitarios. ¿Qué hubiera ocurrido de considerar una muestra representativa de la población? Es fácil suponer que los autores no quieren ni siquiera imaginarlo.

Una estrategia que podría funcionar, pero que los autores no llegan a sugerir, quizá por el bloqueo que les produce lo que observan en sus datos, supondría obligar a compañías como Dúrex o Trojan a instalar un sistema (altamente redundante) de seguridad en los envoltorios de los condones. Tal sistema podría consistir en un mini archivo de sonido MP3 alimentado por la luz de la luna (naturalmente, no se podría confiar en la energía solar porque las situaciones más probables de uso de esos dispositivos es nocturno) que relatase detalladamente la secuencia correcta de colocación.


Es más, podría pensarse en vender condones únicamente a quienes poseyeran un smartphone, de modo que el usuario pudiera (a) enviar una fotografía a través del whatsapp a la compañía y (b) recibir feedback prácticamente en tiempo real sobre la adecuada colocación del condón (eso sí, garantizando el más estricto anonimato).

Estas son las pequeñas cosas con grandes consecuencias que nos permite lograr la tecnología. Todo es ponerse.

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