En Madrid, el pasado 25 de septiembre cientos de policías rodeaban el Congreso de los Diputados. Se trataba
de establecer un perímetro de seguridad sin precedentes ante la terrible
amenaza que se cernía sobre nuestros legisladores. A través de las maléficas
redes sociales grupos de ciudadanos homicidas amenazaban con arrasar el templo
sacrosanto de la soberanía popular. La delegada del gobierno aventuró, hay que
suponerlo, escabrosas escenas de tortura, violación y asesinato con sus
señorías como víctimas indefensas. Esto hay que evitarlo, debió decirse, y
montó un despliegue policial que convirtió esa tarde el centímetro cuadrado de
diputado español en el objeto más protegido del mundo occidental.
No hubo ni un solo diputado
asesinado, ese mérito hay que reconocérselo a la Delegada del Gobierno, que no
todo sean críticas. Lo que sí hubo fue un buen montón de ciudadanos apaleados,
atribuyámosle eso también.
Las imágenes de la actuación
policial recorrieron el mundo durante los días siguientes y me temo que España
escaló un montón de puestos en el top 40 de los estados que de manera más
salvaje reprimen las manifestaciones de sus ciudadanos. Circulaban fotos
encantadoras de antidisturbios aporreando ancianos, pateando jovencitas
sentadas en el suelo y con las manos en alto, agentes que irrumpían en bares y
repartían estopa a parroquianos que consumían bocadillos de calamares,
macinguercetas que entraban en una estación de tren y probaban la flexibilidad
de sus porras en las espinillas de peligrosos asesinos en serie que esperaban
el cercanías a Torrelodones…
Un par de días después los periodistas le preguntaban al ministro del interior, don Jorge Fernandez Díaz, por la opinión que la actuación de sus subordinados le había merecido. Que salga en defensa de la tropa de antidisturbios casi le honra, no deja de ser el jefe sacando la cara por sus currantes, lo que a priori queda bien. Pero el alcance de sus palabras aún me tiene descolocado. Podía haber recurrido a alguno de esos lugares comunes tan caros a los políticos: “las fuerzas de seguridad han cumplido con su obligación de preservar el orden y la tranquilidad de los ciudadanos de bien”, por ejemplo. E incluso podría haber añadido: “si se comprueba la existencia, muy improbable, de alguna extralimitación en las actuaciones policiales se depurarán responsabilidades”. Y hasta podría haber tratado de mostrar un poco de compasión solidaria con los apaleados diciendo algo del tipo: “la extraordinaria gravedad de la situación y la terrible presión a que los policías estuvieron sometidos arrojó un resultado final no enteramente satisfactorio para la estructura musculoesquelética de la totalidad de los manifestantes”. Podría, en suma, haber dicho que la reacción fue simplemente correcta, o necesaria, o inevitable. Pero no, el señor ministro Fernandez dijo que la actuación de sus subordinados había sido EJEMPLAR.
Ejemplar, sí, una de esas
actuaciones que uno enseñaría a sus hijos como ejemplo a seguir: mira, este es
el ejemplo, así hay que comportarse, levantas la porra, apuntas a la calva del
manifestante septuagenario e impactas. Ves a ese chico sentado en un banco
porque está herido y no puede seguir huyendo de ti y de tus compañeros y según
pasas por delante le ayudas a entender que la próxima vez lo que tiene que
hacer es quedarse en casa. Le das ejemplo. Que aprenda.
Va a ser que el listón de la
ejemplaridad está muy bajo. No olvidemos que hace algunos meses la Casa Real
apartó a Iñaki Urdangarín de la
primera línea monárquica de combate por comportamiento no ejemplar. Las
prácticas profesionales del Duque de Palma no eran ni turbias ni reprobables ni
delictivas, simplemente no convenía ponerlas como ejemplo. Me pregunto: ¿hay
una zona de transición entre lo ejemplar y lo no ejemplar? Me temo que no. Sospecho
que el mal uso del concepto de ejemplaridad encubre un voluntad eufemística
orientada a descargar del peso de la reprobación a ciertos usos y costumbres
demasiado presentes en estos tiempos turbulentos. No es ejemplar que el
consejero delegado se levante esa cantidad de millones mientras despide a sus
trabajadores. No, no es ejemplar.
Ya han anunciado que van a
suprimir la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿La sustituirán por
Florecilla de Conductas Ejemplares? Hagan sus apuestas.
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