La
selección de personal es, probablemente, una de las actividades más incómodas
para el psicólogo. No le suele hacer demasiada gracia aplicar la tecnología
desarrollada en su disciplina para alcanzar el objetivo de seleccionar a los
mejores candidatos para un determinado puesto de trabajo.
Sin
embargo, esa tecnología permite aumentar la imparcialidad de un proceso que de
por sí es desagradable. Todos deseamos un mundo en el que no sea necesario.
Pero, por ahora, las cosas son como son.
Una
pequeña muestra de lo que puede suceder cuando se ignora esa tecnología: el
aeropuerto de Alicante despidió a un trabajador por estar demasiado gordo. Que
yo sepa la obesidad no predice la eficiencia laboral. El gordo aludido pensaba
lo mismo que yo, así que llevó a la empresa a los tribunales y el juez se unió
a nuestra conclusión; el susodicho tuvo que ser readmitido.
La
presencia física posee un peso sustancial en las ocupaciones. Quienes son más
atractivos atesoran mejores empleos y mayores salarios. Ser feo es, en general,
negativo.
En
nuestro país el estatuto de los trabajadores dice que “los trabajadores
tienen derecho a no ser discriminados para el empleo o, una vez empleados, por
razones de sexo, estado civil, por la edad dentro de los límites marcados por
esta Ley, raza, condición social, ideas religiosas o políticas, afiliación o no
a un sindicato, así como por razón de lengua, dentro del Estado Español.
Tampoco podrán ser discriminados por razón de disminuciones físicas, psíquicas
y sensoriales, siempre que se hallasen en condiciones
de aptitud para desempeñar el trabajo o empleo
de que se trate”.
La ‘buena
presencia’ es un requisito habitual en los anuncios de empleo. Quien paga
persigue que el contratado le reporte beneficios. Si alguien atractivo produce
más que otro menos agraciado, ¿qué hacemos?
La Sociedad Catalana de Cirugía ha apreciado
un aumento notable del número de mujeres de mediana edad que pasan por su
centro para mejorar su apariencia física por motivos laborales. Ellas son muy
conscientes del efecto de su buena presencia, más que ellos, y no están
dispuestas a situarse en una posición desventajosa.
A
veces son los propios psicólogos quienes ignoran lo que décadas de estudios
permiten concluir sobre los factores que predicen las diferencias de desempeño
laboral. También se sabe qué factores son irrelevantes, y, por tanto, no
deberían usarse.
Un
psicólogo con el conocimiento necesario será capaz de proponer los factores a
tener en cuenta al diseñar un determinado proceso de selección. Nadie le podrá
acusar de discriminatorio porque avalará su propuesta en la evidencia
disponible.
Pudiera
suceder que su jefe le exigiese considerar factores que a él le parecen
importantes, como la presencia física (entendida en el mal sentido) o una
figura de avispa, pero el psicólogo tendrá la responsabilidad de señalarle, con
la debida contundencia, que se caería en un error, no solamente discriminatorio,
sino también de eficiencia.
Usar
factores que realmente predicen permite alcanzar el objetivo de una selección de
personal, pero también ahuyenta el fantasma de la discriminación.
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