jueves, 11 de octubre de 2012

COSMOS (y 13)


Aquí finaliza esta larga serie de post sobre la serie documental gobernada por el astrónomo Carl Sagan. El capítulo trece se estructura alrededor de una pregunta: ¿quién habla en nombre de la Tierra?


Así vista, la pregunta parece relativamente poco inteligente (o, sin tapujos, estúpida). Nuestro planeta se basta y se sobra para hablar por sí mismo. De hecho, es un compulsivo parlanchín. Los humanos, y, por extensión, Sagan, vamos de sobrados al dar por sentado que tenemos algo que decir por el planeta Tierra.

Este capítulo se abre casi como comenzó la serie: alabando lo que los eruditos de la biblioteca de Alejandría pudieron suponer para la humanidad, pero no pudo ser. Subrayando lo educados que fueron los franceses cuando 'descubrieron' a los esquimales y, en contraste, lo salvajes que fueron los conquistadores españoles al exterminar a los indígenas de Sudamérica.

Me niego a admitir que Sagan poseyera semejante desconocimiento cósmico cuando preparó el guión del capítulo 13. Por lo que cuenta sobre los 'Spaniards', lo más probable es que echase mano de sus recuerdos del colegio. Aunque seguramente, como ya comentamos, acumulaba alguna clase de traumatismo relacionado con el pueblo al que perteneció. Le hubiera venido de perlas leer la obra de Powell (autor norteamericano, por cierto) que ya revisamos en este blog, y que es bastante anterior a la preparación de la serie documental.


Para ilustrar con propiedad su mensaje sobre el particular debería haber elegido el exterminio de los indios norteamericanos por parte de los colonos ingleses, hecho histórico del que Hollywood hizo negocio hasta bien entrado el Siglo XX. O, también, las prácticas maquiavélicas de los máximos representantes de entre sus correligionarios al extorsionar a los ricos y pobres que han habitado el orbe conocido a través de los siglos. Esa secta produjo un extraordinario sufrimiento, pero ese hecho constatado no parece ser relevante para el cometido del astrónomo. La visión de túnel es lo que tiene.



Este capítulo final habla del probable apocalipsis resultado de un cataclismo nuclear, de la auto-destrucción de la humanidad. Hace un gráfico paralelismo: una sola bomba nuclear equivale a todas las bombas convencionales usadas durante la segunda guerra mundial. Y los países más poderosos disponen de decenas de miles de misiles en sus arsenales nucleares. El fin de la guerra fría ha sido un paso adelante, pero, en su opinión, demasiado tímido.

Ver la Tierra desde la distancia y conocer otros mundos nos ha ayudado a ponderar la necesidad de cuidar de nuestro hogar. Nuestras diferencias y sus fronteras se encuentran detrás de la escalada armamentística que puede conducirnos al final de la humanidad. Al menos tal y como la conocemos. Pero ¿por qué Sagan da por hecho que eso le importa un rábano al planeta?

Que nuestros hijos y nietos nos sobrevivan y hereden el planeta es importante para nosotros, aunque no sepamos explicar por qué. Pero desde luego al planeta le resulta absolutamente irrelevante que estemos presentes o que nos ausentemos. Muchos seres que la han habitado se han extinguido. ¿Por qué deberíamos ser distintos nosotros los sapiens?


Esta es la gran contradicción de la serie documental. Por un lado nos obliga a tomar conciencia de que no somos más que materia estelar. Nos convence del hecho de que es así. Pero, por otro lado, pretende darnos un protagonismo que está fuera de lugar si se acepta lo anterior.

Es cierto que los humanos hemos logrado cosas increíbles, que se revisaron con detalle en los capítulos previos y que se repasan rápidamente en este capítulo final. Pero, ¿ y qué? Eso no cambia lo esencial. Y lo esencial es que nuestra presencia en el vasto cosmos es irrelevante.

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