Félix
García-Moriyón tuvo la amabilidad de regalarme, hace algunos días, su último
libro, 'La mirada católica. Una manera de estar en el mundo'.
Conociendo la personalidad del autor (que
incluye su catolicismo y su anarquismo político, además de otras facetas que me
guardo) poco me ha sorprendido el contenido. Se esfuerza por convencer al
lector de que el catolicismo no es eso que algunos pensadores-publicistas se
están afanando en presentarnos como el famoso opio de un pueblo inculto y
medieval. Al mismo tiempo, reconoce abiertamente las actuaciones erróneas de la
Iglesia Católica durante los pasados dos milenios. Subraya las virtudes de su
credo, pero pone negro sobre blanco los que han sido los graves defectos de sus
correligionarios.
El autor es un ciudadano de alta talla
intelectual que no tiene reparo en confesar su pertenencia a la Iglesia
católica, demostrando así la falsedad de la presunta correlación negativa entre
ilustración y religión. Precisamente por su formación basada en la razón maneja
con comodidad los argumentos que, para él, son más que sobrados para sostener
sólidamente su creencia.
Porque de creencias hablamos. A mi
juicio, el autor cae en la confusión de San
Anselmo cuando pretendió entender para creer antes de darse cuenta de que,
realidad, debía creer para entender.
Recordemos, de paso, lo que le sucedió a Aquino
al final de toda una vida aplicando su poderosa razón para comprender el
mensaje divino.
Argumentar para convencer, en el caso de la
religión, carece de sentido, en mi opinión. Cualquier
creencia religiosa es racionalmente absurda. La católica también. Veamos
un ejemplo.
Si Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, como Félix nos recuerda más de dos veces, entonces, se mire con la
mirada que se mire, el mundo que conocemos es necesariamente una ilusión. La
Biblia es clara con respecto al perfil de personalidad de Dios: omnipotente,
omnisciente, bondadoso, todo amor, etc. El hombre no es nada de eso, y, por
tanto, la conclusión racional es obvia.
Tampoco le da sentido a la vida. O a la
muerte. El autor pretende que sí, pero no. Nuestra
razón no posee las dotes necesarias (u óptimas) para salir del absurdo en el
que nos encontramos, con o sin Dios.
Dios no es
ninguna respuesta racional a nuestras dudas sobre la existencia, pero, como
comentamos de pasada en alguna ocasión en este blog, es la única respuesta razonable a la pregunta por el sentido
de la vida ("Si Dios no existe, todo está permitido; y si todo
está permitido, la vida es imposible").
El autor subraya las señas de identidad de su
mirada católica: (a) rechazo absoluto de la violencia, (b) liberación de los
humanos (la ley debe estar a su servicio), (c) el rechazo al supuesto de que
estamos predestinados, (d) el amor a la vida, siguiendo el ejemplo de
Jesucristo, y (e) la caridad.
¿Qué persona de buen corazón rechazaría
alguna de ellas?
En su fuero interno, Félix sabe que creer o
no creer no es fruto de una decisión racional. La fe
es una gracia, un don (pág. 98). Todo lo demás son fuegos de artificio
más o menos llamativos.
Permítanme recomendarles este post para completar el presente
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