viernes, 29 de junio de 2012

Cultivar el talento --por Félix García Moriyón


Diversos sectores sociales y, en general, las administraciones educativas andan preocupadas con la atención que el sistema educativo debe prestar a los alumnos superdotados o con altas capacidades. No es del todo un planteamiento novedoso, pues siempre ha habido centros educativos interesados en captar a alumnado especialmente dotado. También es una práctica muy arraigada en los centros educativos dejar que los malos alumnos vayan sentándose en los bancos de atrás, mientras los alumnos especialmente capaces se sientan en los bancos delanteros y es a estos a quienes los profesores dedican más atención.

Admitida la necesidad de no educar a todos de la misma manera, error muy habitual, el asunto de la atención especial a este tipo de alumnos tiene algunos aspectos colaterales que merecen especial atención, pues dependiendo del planteamiento que se dé a esa atención específica estaremos promoviendo políticas educativas con consecuencias bien diferentes. Es por eso por lo que me parece oportuno hacer algunas observaciones que expongo de manera sintética en una serie de tesis expuestas con brevedad.

Un sistema educativo de calidad debe intentar atender adecuadamente la diversidad, ofreciendo a los estudiantes propuestas educativas que tengan en cuenta las fortalezas y debilidades de cada persona. Los alumnos con altas capacidades no deben ser una excepción.

No está muy claro el concepto que se está utilizando de “alta capacidad” ni tampoco el sistema de selección de candidatos seguido en los actuales planes de atención a ese alumnado. El de la Comunidad de Madrid puede ser un buen ejemplo de esa falta de precisión pues no explicitan los criterios.


Teniendo en cuenta las cifras de fracaso escolar, en estos momentos parece ser que el talón de Aquiles de la educación española es la inadecuada atención del alumnado con escasas capacidades. Reducir al menos a la mitad el actual porcentaje del 30% de fracaso escolar es el reto principal que debemos resolver quienes nos dedicamos a la educación. Lograr un incremento de las capacidades cognitivas ─tarea por cierto bastante ardua─ de quienes están en torno a un 80 de CI supondría un beneficio personal y social mucho más elevado que el que se obtendría logrando un incremento proporcionalmente equivalente del alumnado con capacidades cognitivas por encima de 120 de CI ─tarea también bastante compleja─.


No parece nada claro que, como dicen algunos informes, los estudiantes con altas capacidades estén siendo maltratados de manera especial o significativa por el sistema educativo. Este sigue siendo una institución eficaz en lograr que ese alumnado vaya superando las pruebas de acreditación que permiten llegar a la enseñanza superior. Es más, la alta capacidad cognitiva sigue siendo el factor más predictivo de éxito académico, aunque haya otros factores que también tienen un peso. La enseñanza formal es en general, y desgraciadamente, muy aburrida, tanto para alumnos con altas capacidades como para alumnos con escasas capacidades, y muy probablemente lo sea mucho más para estos que para aquellos.

Insistir en separar a estos alumnos en centros de excelencia o atenderles con programas específicos puede tener efectos colaterales muy negativos para la cohesión social necesaria en sociedades democráticas e incluso para los propios alumnos. Posiblemente fuera mucho más enriquecedor para ellos y para la sociedad en su conjunto potenciar su talento en programas de tutorías entre iguales y de aprendizaje cooperativo. La aportación de esos alumnos a un mejor rendimiento educativo de los alumnos con menos capacidades sería beneficiosa para ambos.


El reto, por tanto, es lograr escuelas más sensibles a las diferencias individuales, en las que a cada alumno se le ofrezca lo que necesita y le conviene y de cada alumno se exija lo que puede dar de sí según sus específicas capacidades o fortalezas. Y pensando siempre al mismo tiempo en el bien de cada persona y en el de la comunidad a la que pertenece.

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