Pérez-Reverte ponía estas palabras en boca de uno
de los numerosos personajes de su novela homenaje a los sucesos del 2 de Mayo de
1808 en Madrid, 'Un día de cólera':
"Hemos dado la cara los pobres, como siempre.
Los que nada
teníamos que perder, salvo nuestras familias, el poco pan que ganamos y la
vergüenza.
Y ahora
pagaremos los mismos, los que pagamos siempre".
Y este diálogo:
-. ¡Maldito
lo que le importamos a la patria!
- ¿Por qué
saliste a luchar entonces?
-. A lo
mejor no me gusta que los gabachos me confundan con uno de esos traidores que
les chupan las botas.
Su original obra (pienso que escasamente apreciada) saca del
anonimato a quienes se sublevaron contra los franceses ante
la mirada impasible de los militares españoles, y, por supuesto, de sus representantes
políticos.
"A falta de otra triste cosa, la palabra cojones sigue
obrando efectos prodigiosos entre el pueblo llano".
"Lo mismo que la generosidad de este pueblo hacia los
extranjeros no tiene límites, su venganza es terrible cuando se le traiciona".
Los sucesos acaecidos hace algo más de 200 años son, más o
menos, así:
De buena mañana, los madrileños se concentran en el Palacio Real, para comprobar que los
franceses se llevaban al infante Francisco
de Paula (algo se barruntaba en el ambiente). El pueblo intenta impedirlo y
el general Murat ordena disparar
contra la multitud.
La crueldad del general francés desata las hostilidades por
toda la ciudad, produciéndose un levantamiento popular contra la ocupación
francesa. Lucharon con sus manos y sus cuchillos. Murat llegó a movilizar 30.000 soldados para reprimir la revuelta. Pero eso no quebró la voluntad de
resistencia de los madrileños, dispuestos a dejarse la piel y lo que hay debajo
de ella. Los soldados franceses no repararon en sus crueldades para con niños y
mujeres.
A todo esto, los militares españoles, dirigidos por Francisco Javier Negrete, no movieron
un solo dedo, con la excepción de Daoíz
y Velarde, que se negaron a acatar
las órdenes. Dieron con gusto su vida para defender a sus conciudadanos.
Siempre hay honrosas excepciones.
Es importante subrayar que el dos de mayo no supuso una rebelión del
Estado español, sino de los españoles que vivían en Madrid. Los políticos
aceptaban la ocupación francesa. Los madrileños de ninguna manera.
La represión de Murat fue particularmente cruel, sentenciando a muerte a
todos los que hubieran tenido algún arma en sus manos. Los militares españoles colaboraron con esta purga.
Los aristócratas y burgueses también.
Esa sangre madrileña no atenuó el afán revolucionario sino que, por el
contrario, infundió un extraordinario ánimo al resto de los españoles,
comenzando el proceso que desembocó en la expulsión del invasor francés, la guerra de independencia.
A buen entendedor,
pocas palabras.
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