jueves, 1 de diciembre de 2011

Quitarse la vida

Con razón nos preocupamos, y mucho, por las víctimas de la violencia doméstica, por los muertos en la carretera o por los drogadictos.

Sin embargo, apenas miramos hacia quienes se quitan la vida, a los que se suicidan.

Casi 3.500 personas se suicidaron en España en 2009, aunque algunos expertos sitúan la cifra en 4.500.

El suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo, superando, con creces, las debidas a homicidios, guerras o accidentes de tráfico.

Las estadísticas, poco aireadas, dicen que los suicidios han aumentado un 60% en los últimos 50 años.

Según parece, la OMS está realmente preocupada por este problema de salud pública. Al menos sobre el papel.

El objetivo es localizar a las personas de riesgo para prevenir.

En una mayoría de los casos existen indicios de alguna clase de trastorno psiquiátrico, pero parece que una característica compartida en la soledad. Aunque, naturalmente, el mejor predictor es haberlo intentado con anterioridad.

Las edades de mayor riesgo son la adolescencia y la vejez, pero especialmente ésta última.

Ellas lo intentan con mayor frecuencia que ellos, pero los segundos son más eficientes. El número de varones que se suicida es tres veces mayor que el de las mujeres que consuman el acto.

Uno de los principales problemas para reducir los casos de suicidio es que los servicios son escasos, La falta de recursos, que denota un escaso interés real, está detrás de que no pueda hacerse un adecuado seguimiento de esos casos de riesgo.

Tales casos corresponden, habitualmente, a personas de alta inestabilidad emocional. Ante la crisis, el individuo inestable se desestructura y es presa de una impulsividad autodestructiva.

Hay algunas voces que se elevan para denunciar que lejos de aplicarse un adecuado apoyo psicológico, se abusa de los fármacos para atenuar los efectos de la tendencia del suicida.

Recientemente, el sociólogo y periodista Juan Carlos Pérez ha publicado "La mirada del suicida. El enigma y el estigma". En su obra denuncia que apenas se habla públicamente del suicidio, evitando prestarle la debida atención.

Sigue siendo una clase de pecado, un tabú, una deshonra. Además, y esto resulta particularmente grave para Pérez, en las escuelas de periodismo se enseña que "el suicidio no es noticia".

Pero la siguiente gráfica puede, quizá, suscitar preguntas.


Se observan las muertes por violencia doméstica entre 2003 y 2010, junto con la cifra más conservadora de suicidios en 2009.

La gráfica revela que las cifras de suicidio multiplican por 50 las de violencia doméstica.

Sin embargo, la atención que se le presta a ambos fenómenos dista mucho de lo que esas cifras deberían provocar en los agentes sociales.

La respuesta a la pregunta de por qué puede revelar una inquietante radiografía de la sociedad en la que vivimos.

Todos los problemas sociales son importantes, pero ¿igualmente importantes?

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