viernes, 29 de abril de 2011

¿Está nuestro origen en Asia?


Los anglosajones controlan la ciencia y son celosos de los descubrimientos que no provienen de su constelación de estrellas.

Atendiendo a evidencias encontradas en el yacimiento de Atapuerca, los investigadores del excelente CENIEH (Centro Nacional de Investigación de la Evolución Humana) de Burgos han propuesto que el origen de los europeos podría estar en Asia, no en África, pero la revista 'Journal of Human Evolution' se niega a publicar los resultados.

En concreto, una mandíbula encontrada en la Sima del Elefante hace algunos años se atribuyó al Homo Antecessor, pero también se encuentran similitudes con el Homo Erectus. Por ahora forma parte, por tanto, de una especie indeterminada.

Lo que los revisores de la revista citada se niegan a admitir es que esa mandíbula apoye la teoría de que el origen de los europeos no está directamente en África.

Existen sustanciales intereses, no necesariamente loables, en la ciencia. La despiadada competición por los recursos contribuye a impedir la publicación de excelentes trabajos en las supuestas mejores revistas --al menos en las que atesoran un mayor prestigio, frecuentemente inmerecido.

Puedo, y creo que debo, contar una truculenta historia que resulta coherente con la experiencia del CENIEH y en la que también participó uno de sus miembros.

Enviamos a la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) un trabajo sobre morfometría cerebral demostrando la relevancia de las regiones frontales y parietales en un grupo relativamente numeroso de homo sapiens moderno. Las revisiones eran proclives a su publicación, con comentarios altamente positivos, salvo en un caso.

Uno de los revisores reconocía el extraordinario valor del estudio, pero elevaba algunas reservas menores, a sabiendas de que eso sería suficiente para que el editor se decantase por rechazar el trabajo.

Cuando recibimos la decisión editorial los autores nos sorprendimos gratamente del magnífico feedback, a pesar del informe negativo final.

Dos semanas después, un científico americano, supuesto colega de uno de los autores de ese trabajo rechazado en esa revista, escribió para confesar que él había sido el revisor conflictivo.

Confesaba que lo lamentaba mucho, pero que él estaría dispuesto a volver a analizar nuestros datos porque consideraba que podía hacerse mejor. Naturalmente no había ninguna sugerencia sobre cómo podría alcanzarse semejante cosa, pero el mensaje, escasamente velado, era que si él fuese invitado a ser coautor entonces recibiríamos una respuesta más satisfactoria, puesto que él formaba parte del consejo editorial de PNAS.

Respondimos que no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario