miércoles, 2 de marzo de 2011

El Talento

Según Gaspar Hernández, autor del artículo 'El talento para quien se lo trabaja', publicado en el País Semanal del 27 de Febrero de 2010, el talento se adquiere. No estoy seguro, pero tengo la sensación de que este autor no es un profesional de la conducta humana.

Recurre, para demostrar su tesis, a lo que han dicho famosos como Vargas Llosa, o los protagonistas de algunas novelas, aunque reconoce que otros, como Oscar Wilde, niegan la mayor.

Confunde Hernández 'talento' con 'aptitud', y acude a un abanderado de las inteligencias múltiples en nuestro país, José Antonio Marina. Seguimos acumulando, por tanto, científicos de reconocido prestigio.

Algo se huele el autor porque se acoge, a continuación, a Robert Sternberg, éste sí, psicólogo. El problema es que Sternberg --en contra de los conocimientos acumulados por la comunidad científica internacional-- se ha inventado algo llamado 'inteligencia exitosa' --es decir, la inteligencia que, según él, se usa para alcanzar grandes logros.

¿Qué es la 'inteligencia exitosa'? Un batiburrillo de lo que miden los tests de inteligencia, la gestión de las emociones, la persistencia, el tesón, la creatividad y un inquietante etcétera.

Admite Sternberg que esa inteligencia no viene de fuera, sino que es algo que posee el individuo: quienes tienen éxito, dice, saben cómo auto-motivarse, controlan sus impulsos, comprenden cuándo perseverar o cambiar de metas, exprimen sus capacidades y tienen iniciativa.

Ahí es nada. Cosas, todas ellas, fáciles de enseñar, ¿no?

Pero Hernández va a lo suyo, como es lógico y nada censurable: el talento puede reducirse, según escribe, al trabajo duro, puesto que los humanos no diferimos mucho en nuestro intelecto. Para apoyar esta última declaración (falsa) cita a Charles Darwin, quien, por ironías del destino, inspira, con su trabajo, al primer científico --su primo, Francis Galton-- que se ocupa de investigar formalmente las profundas diferencias de capacidad intelectual que nos separan.

Recuperando los trabajos de Ericson sobre el talento, se ve forzado a admitir que "una vez que un músico ha demostrado capacidad suficiente para ingresar en una academia superior de música, lo que distingue a un intérprete virtuoso de otro mediocre es el esfuerzo que cada uno dedica a practicar".

Es decir, una vez superamos los dos metros de estatura, somos candidatos potenciales a jugar en la NBA, pero para llegar a jugar en el Staples Center de los Lakers debemos demostrar muchas otras cosas. Conclusión que es tan poco sorprendente como la de que el entrenador de la cantera del estudiantes ni se fijará en mi si mi estatura está por debajo de 1.80.

Finalmente, Hernández echa mano de datos que indican que el cerebro responde a la práctica de una actividad, para convencer al lector de que ésta es la base del talento. Pero se olvida de matizar que, a día de hoy, los científicos saben mucho mejor cómo se estropea que cómo se mejora ese cerebro.

Para que conste:

(a) Una persona con talento posee una habilidad especial.
(b) El intelectualmente superdotado presenta una capacidad muy superior a la media de la población.

El talento no tiene por qué ir acompañado de una alta capacidad intelectual porque, precisamente, es una habilidad especial. Algunos de los llamados 'idiotas sabios' presentan un extraordinario talento, pero, como se sabe, no son especialmente inteligentes.

Tanto en el caso del talentoso como en el del superdotado existe una poderosa predisposición interna, como reconoce Sternberg. Ni la capacidad ni el talento se encuentran igualmente distribuidos en la población. El trabajo no puede cambiar ese hecho. Lo que sí puede hacer ese trabajo es contribuir a mejorar los detalles, pero quien poseía un mayor talento de entrada, lo seguirá teniendo de salida --salvo que sea un vago olímpico, pero eso no tiene que ver con su talento, sino con su temperamento o su carácter.

Igual que no llegaré a los dos metros de estatura si mi partitura genética no contempla esa posibilidad --por muy injusto que sea este hecho--, del mismo modo que mi parecido con Brad Pitt será difícil de alcanzar si mi padre recuerda, sospechosamente, a Juanito Valderrama, mi capacidad intelectual --o mi talento-- no se aproximará a Cajal o Picasso si, por una intolerable crueldad de la naturaleza, carezco del hardware adecuado.

La excelencia puede promoverse, no cabe duda, pero no se puede implantar --por ahora.

3 comentarios:

  1. Se puede decir más alto pero no más claro.....

    Yo pondría como lectura obligatoria "The blank slate" de Steven Pinker, a todas las personas que piensen a día de hoy realmente que las diferencias individuales en capacidad cognitiva son despreciables, y que estas no tienen ninguna repercursión sobre el potencial de los individuos en diversos contextos......para empezar a hablar.

    Cuanto daño hace a la Psicología esta visión "romántica" y tan poco avalada científicamente de la naturaleza humana.

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  2. Grande Pinker.


    En efecto, todo el "tono" del artículo es bastante peculiar (las "10.000 horas"...)

    No hace falta ni apelar a su problema de plantemaiento estadístico (de sesgo) sino a la mera (i)lógica:

    Qué gran razonamiento: como todos los genios se esforzaron mucho, si yo me esfuerzo mucho, entonces soy un genio.

    Con dos...


    Un saludo

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  3. Tengo la sensación de que a estas plumas no les interesa la ciencia. O, mejor dicho, les interesa la que encaja con su perspectiva o con la que creen que será mejor aceptada por el público. Pienso que se equivocan, pero lo que yo piense no resulta particularmente importante. Al final los conocimientos científicos, cuando son sólidos, se imponen por sí mismos. Saludos, R

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