Hace unos días estuve haciendo una visita en el Congreso de los Diputados. Pude ‘colarme’ (gracias a que una amiga hizo de privilegiado cicerone) en prácticamente todos los rincones de los distintos edificios que configuran el complejo. Un complejo que no para de ramificarse arriba y debajo de la Carrera de San Jerónimo.
Me gustó averiguar que es un espacio extraordinariamente vivo. Cohabitan allí nuestros representantes políticos, y no dejan huecos libres. Hay grandes espacios y pequeñas salas en las que los habitantes se sientan a platicar.
La biblioteca del congreso es una delicia.
Pero lo que más llamó mi atención fue la presencia en el hemiciclo de dos enormes estatuas de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos. Y no están situadas precisamente en un lugar aislado del reducido espacio en el que se sientan los diputados (véase la figura).
Cuando se entra en el hemiciclo se desvanece la sensación que se tiene cuando se ve por televisión. Es un lugar casi tan familiar como el salón de nuestra casa. Cuando se sube a la tribuna del orador se comprueba que existe un contacto visual brutalmente próximo con los presentes en la sala.
Si han visitado la Fontana de Trevi habrán experimentado la sensación de enormidad de la famosa estatua. La plaza es tan pequeña que la Fontana se impone a nuestra percepción.
Algo similar sucede con Isabel y Fernando en el hemiciclo.
Habrá que investigar la causa de su presencia…
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