La llamada ‘caza de genes’ relacionados con la conducta humana está resultando harto complicada. Una de las principales causas de esta coyuntura puede estar en que el efecto de los genes específicos es tan reducido (0.1%) que escapa al escrutinio.
Los intentos más recientes han supuesto el uso de métodos para genotipar ADN, creando grupos de personas situadas en los extremos de la distribución poblacional (por ejemplo, personas de de baja y de alta inteligencia) de modo que se puedan rastrear grandes números de los llamados SNPs (single nucleotide polymorphisms) en muestras de gran tamaño que permitan detectar QTLs (Quantitative Trait Loci) con un escaso efecto. Los resultados disponibles hasta ahora indican efectos que no superan el valor del 0.5%. El siguiente paso ha sido usar hasta medio millón de SNPs para explorar todo el genoma (GWA, genome-wide associations) aunque los valores esperados no superan el 1%.
Quizá la explicación a esta desalentadora situación provenga del uso de un modo de aproximación dudoso. Los GWA poseen, al menos, tres limitaciones.
Primero, es complejo ir más allá de la simple asociación estadística para identificar la base funcional de la conexión entre el genoma y un rasgo humano complejo como la capacidad intelectual.
Segundo, los SNPs relevantes en una población no suelen ser trasferibles a otras poblaciones.
Tercero, las heredabilidades estimadas por la genética cuantitativa no se han visto reflejadas en los estudios GWA.
Es sobre esta tercera limitación sobre la que se está desarrollando una nueva aproximación basada en variantes extrañas, no en lo que es común a la población. Estas variantes se refieren a todos los pares de bases en las que se observan diferencias individuales y que no son variantes de un único nucleótido (single nucleotide variant). Estas variaciones incluyen inserciones-sustracciones (indels), sustituciones de bloques, inversiones en las secuencias de ADN y diferencias en el número de copias (véase la figura). En comparación con las variantes en un único nucleótido, la tecnología para detectar estas variantes estructurales en el genoma humano es demasiado reciente.
En medio de este desalentador panorama, ahora conocemos que un equipo de científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha descubierto dos genes --'Cux1' y 'Cux2' que pueden estar detrás del hecho de que las conexiones neuronales puedan establecerse con distinta eficiencia.
Estos genes regulan, por lo que parece, el proceso de formación de dendritas (las ramificaciones de las neuronas) y de las sinapsis. Tanto la ramificación neuronal como la creación del número adecuado de conexiones entre neuronas parece una clave para “establecer los circuitos neuronales correctos de los que dependen las capacidades intelectuales humanas”.
En este estudio se creó un ratón sin el gen 'Cux2'. El resultado es un sistema sináptico deficitario asociado a problemas de memoria.
Los genes 'Cux1' y 'Cux2' participan en la regulación del número de sinapsis y en la complejidad del árbol de dendritas, sobretodo en las neuronas ubicadas en las capas superficiales de la corteza cerebral.
Quizá el acercamiento sofisticado sea prescindible y, en realidad, pueden no ser necesarios demasiados genes para comprender el funcionamiento básico del sistema sobre el que se asientan las capacidades humanas.
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