La genialidad escasea. Siempre.
Generalmente son los intelectuales quienes se arrogan el derecho a decir quiénes son geniales. Menos veces los genios lo son por aclamación popular, incluso con la oposición de los sesudos representantes de la humanidad.
Es el caso de Li Jun Jan, más conocido como Bruce Lee en el mundo entero. En el mundo entero literalmente. Abro ahora una serie de post sobre su figura, a la que muchos, sin distinción de credo o nacionalidad, consideramos genial.
Su manera de ver el mundo les ha sido útil a un elevadísimo número de jóvenes para superar conflictivas adolescencias. Su disciplina, desconocida para quienes únicamente ven una cara de la moneda, ha contribuido a encarrilar al descarriado. Su primer alumno ha sido, durante años, encargado de guiar la visita a su tumba en Seattle. Cuenta que, aún hoy en día, casi cuarenta años después de su trágica muerte, muchas de las personas que pasan por allí para rendirle homenaje le cuentan historias de esa naturaleza, historias de cómo el artista marcial les ayudó a encontrar un objetivo, a centrarse cuando estaban perdidos.
Revolucionó el desconocido mundo de las artes marciales antes de darse a conocer en el cine. Mezcló estilos para superar la rigidez de las cerradas escuelas y no le importó un comino reconocer que el boxeo o la esgrima podían aportar útiles conocimientos al arte de la lucha oriental. Fue, por ejemplo, admirador de Mohamed Ali.
Su escuela es la primera en la que pueden verse alumnos de todas las razas. Antes de él, los orientales eran reacios a compartir sus conocimientos con los occidentales. Es él, también, el primer actor que revela la discriminación racial que se practicaba en Hollywood, una discriminación basada en estúpidas ideas sobre lo que el público quería ver cuando un chino aparecía en pantalla. Y lo hace con calma, sin aspavientos. Rechaza papeles en los que debe salir construyendo un ferrocarril tocado con una coleta. No quiere eso.
Es él quien está detrás de la idea sobre la famosa serie de TV, ‘Kung Fu’, pero la productora decide darle el papel a un caucásico, David Carradine. Ese suceso está detrás de que se anime a abandonar los Estados Unidos para viajar a Hong Kong, donde cree poder encontrar la oportunidad para hacer las películas en las que piensa, las películas a través de las que pretende compartir sus ideas con el mundo. Llega para interpretar un papel secundario en ‘The Big Boss’, pero, tras rodar la primera escena en la fábrica de hielo, productor y director cambian la historia para convertirle en protagonista. El film se convierte en un rotundo éxito en Asia. Su magnetismo se proyecta con fuerza y cruza fronteras. Un fenómeno realmente raro, solamente al alcance de los personajes geniales que hacen especial al Homo Sapiens.
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