Sin ánimo de aburrir a las vacas, me veo obligado a preparar un breve post denunciando que, por ahora, el panorama sobre la innovación que se hace en España es desolador. Países como Chipre, Estonia, Eslovenia o República Checa, nos superan. De los 27 países de la UE, nosotros ocupamos el puesto 17. Realmente lamentable. Francamente, no se me ocurre una explicación sensata.
El informe de la UE agrupa a los países en cuatro divisiones y nosotros jugamos en tercera división, junto con República Checa, Grecia, Hungría, Italia, Lituania, Malta, Portugal y Eslovaquia.
La primera división de la innovación está compuesta por Suecia, Finlandia, Alemania, Dinamarca y Reino Unido. La segunda división la componen Austria, Bélgica, Chipre, Estonia, Francia, Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos y Eslovenia.
A pesar de que poseemos financiación y apoyo estatal más que suficiente, seguimos jugando donde no nos corresponde.
Es inevitable deducir que carecemos de los recursos humanos necesarios para llegar a la élite.
La única estrategia que puede permitir superar esta desagradable situación es dejar de apostar por un sistema educativo que ignore a la élite intelectual, que derroche la excelencia, que se incline por la mediocridad. Ya lo dije antes, confesando que quizá fuese una idea atrevida, pero ahora lo repito diciendo que es una necesidad.
O promovemos decididamente la excelencia o seguiremos enfangados en el pelotón de cola y los ciudadanos de a píe pagaremos el pato con más subidas sumarísimas del IVA y demás impuestos.
La carga impositiva es el mecanismo que los políticos usan cuando no saben qué hacer, cuándo les tiembla el pulso para actuar enérgicamente y adoptar medidas que, inicialmente, piensan que serán impopulares. A menudo, la popularidad perenne requiere sinsabores a corto plazo.
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