Este es un término que los norteamericanos usan, sin traducir (igual que sucede con la palabra ‘macho’) para denotar a los españoles que conquistaron América. Algunas leyendas cuentan que esos conquistadores, provenientes de iberia, arrasaron con todo para llevarse el oro y lo que no era oro.
Ahora un equipo de investigadores americanos, de USA y Perú, dicen haber encontrado pruebas sobre la brutalidad de los conquistadores (y de sus aliados indígenas). Los destrozos encontrados en un cementerio de Lima son similares a los observados en los campos de batalla europeos del siglo XVI.
El estudio es taxativo al mostrar que los asesinatos fueron responsabilidad de los conquistadores, pero también de los indígenas aliados. La colaboración aborigen se ha ocultado como se ha podido hasta ahora, pero fue un hecho. Pizarro llegó a Perú con 160 personas y un puñado de esclavos africanos y nicaragüenses. Es absurdo pensar que este minúsculo grupo pudo acabar con el Imperio Inca.
Una versión verosímil de los hechos es que los conquistadores impulsaron algo que ya estaba ocurriendo: los indígenas ya se estaban matando. Lejos de servirse primordialmente de la fuerza bruta, los conquistadores usaron sus habilidades diplomáticas y su sagacidad para hacerse con el poder aliándose con los rebeldes. El imperio Inca se encontraba en plena guerra civil y los conquistadores pescaron en río revuelto.
La versión de la toma sangrienta de Perú por parte de los conquistadores españoles y el subsiguiente exterminio de la población es, claramente, una leyenda negra promovida por el resto de las potencias europeas para combatir y desmoronar el poder del Imperio español.
Igual que Pizarro, Hernán Cortés se hizo con el Imperio azteca pactando con los pueblos indígenas. Ambos conquistadores optaron por la diplomacia antes que por la violencia, salvo que esta fuese necesaria.
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