Después de meses de residir fuera de España, hoy no pude demorar más la desagradable acción de coger el coche para hacer la compra y abastecer mi despensa. O eso creía yo.
Así que entro, con la mejor de las actitudes, en el Carrefour, con la tarjeta de crédito entre los dientes y dispuesto a someterme a los dictados del € (la vida está carísima en Europa).
Con el rabillo del ojo diviso sospechosas bolsas con reclamos ecologistas por las paredes del establecimiento comercial, pero hago como si la cosa no fuera conmigo (algo en mi interior me dice que debo temerme lo peor).
Voy, poco a poco, llenando el carro de la compra, pasillo tras pasillo, con voluminosos recipientes de zumo de naranja, leche con la mayor grasa posible, botellas de aceite de oliva y el largo etcétera que cualquiera que tenga responsabilidades domésticas puede fácilmente visualizar.
Hago cola durante veinte largos minutos para poder acceder a una encantadora cajera que luce un pronunciado acento de los Balcanes. Nos sonreímos, pero, a la vez, me doy cuenta de que no para de inspeccionar, casi compulsivamente, mi carro. ¿Habré cogido algún fruto prohibido, me preguntó para mis adentros sin dejar de sonreír?
Menos risueña ahora, la profesional de los códigos de barras va lanzando los productos hacia el otro lado del diabólico dispositivo, del que salen haces de luces, con auténtica saña. Yo también me paso a ese lado y busco desesperadamente bolsas en las que ir metiendo los productos. En medio de ese auténtico frenesí lector, me atrevo a preguntarle, desesperado: “¿me puedes pasar bolsas, por favor?”
Creo que lo hice con educación, pero su respuesta me deja helado:
“Pero, cómo, ¿es que no tiene bolsas?”
Mis ojos se agrandan bastante, de hecho diría que mucho.
Mantengo la cabeza fría: “no, ¿deberia tenerlas? He rastreado concienzudamente (se que no entenderá esta palabra, así que la pronuncio con mi mejor español) toda la zona, pero no encontré ninguna bolsa, de verdad”.
Menea su cabeza queriendo decir (no sé si en el idioma que se hable en los Balcanes o ya en español) “vaya tela”, pero diciéndome (en español): “vale, yo le doy bolsas, pero se las tengo que cobrar”.
“Coño, qué novedad”, pienso, pero, por supuesto, no digo.
“Nada, qué se le va a hacer, pues cóbrame las bolsas”, ahora si que digo en voz alta, para que me oiga, claro.
Me da 36 bolsas de plástico y me añade a la cuenta dos euros. Puedo afrontar el gasto. Por esta vez no me arruinaré.
A medida que me las va tirando encima del berenjenal que hay montado en la repisa añade: “pero tenga en cuenta que son biodegradables y aguantan poco”.
Me asusto. Realmente, percibo el miedo, no es broma.
Voy metiendo los productos en las bolsas biodegradables y ella, muy amablemente, me va diciendo si pasará el peso de la prueba o no.
Vuelvo a meter las 36 bolsas en el carro y me dirijo, bastante mosqueado con la humanidad, hacia mi vehículo.
Y es precisamente ahí cuando se produce el desastre. Voy tratando de introducir las bolsas en el maletero, pero el zumo, la leche y los demás productos que antes visualizamos conjuntamente, comienzan a desperdigarse por el parking, para (a) el ostensible cachondeo de quienes tuvieron la precaución de traerse de casa sacos terreros (vacíos) para meter sus recientes adquisiciones y (b) arruinar mi inversión económica en intendencia doméstica.
Tan biodegradables son las bolsas que compré que no esperan ni diez minutos para autodestruirse…
Que Dios nos pille confesados con el coñazo del ecologismo.
Roberto, no tolero que critiques una medida tan respetuosa con el medio ambiente como la que han adoptado las grandes superficies. Es tan respetuosa que si tienes en cuenta un gasto medio en bolsas de 1€ por consumidor (no todos van a ser tan voraces como tú) y que en una gran superficie pueden pasar hasta unos 3000 clientes al día, pues eso, no estoy muy fuerte en matemáticas, pero son aproximadamente 1M de euros al año que se ahorra un único super. Asi que los críticos ya podeis ver que ser respetuoso con el medio ambiente es verdaderamente rentable (por lo menos para ellos). ;-)
ResponderEliminarAndreu: acepto pulpo como animal de compañía. Salu2, R
ResponderEliminarHombre será un pulpo pero no me negarás que para ellos el negocio es redondo: reducen gastos con las bolsas que dejan de dar, general beneficios con toda la parafernalia de contenedores ecológicos que venden y encima obtienen publicidad positiva apuntándose al carro de la conciencia ecológica.
ResponderEliminarP.D. Acabo de oir en las noticias de TV3 (y no es broma) que un ayuntamiento de un pueblo va a poner videocamaras al lado de algunos contenedores para sancionar a los vecinos que no realicen correctamente el reciclaje
Me gustaria saber cual es ese pueblo. Es una noticia realmente sobrecogedora. Habria que hacer algo con esta panda de fascistas. R
ResponderEliminarEl pueblo es Argentona y la noticia completa la puedes ver en "tv3 a la carta" en el siguiente link
ResponderEliminarhttp://www.tv3.cat/videos/1584149/TN-migdia-26102009
Aproximadamente empieza en el minuto 27:50 del telenoticias