¿Se puede mejorar el modo de relacionarse con los demás? (Segunda Parte)
¿Qué significa relacionarse con los demás? No es igual hacerlo con personas familiares para nosotros que con desconocidos. Dejaremos a un lado la segunda posibilidad para centrarnos en la primera.
En nuestra vida cotidiana interactuamos con nuestros padres, los amigos o los compañeros, sea de estudios o en el trabajo. Ninguna de las tres posibilidades conlleva desconocimiento.
En el caso de los progenitores es evidente que nuestra relación es eterna. Nos dieron la vida, vieron cómo llegamos a este mundo y contribuyeron, muy significativamente, a nuestro desarrollo como personas. Son, de hecho, un pedazo relevante de nuestra identidad, queramos o no.
A diferencia de nuestros padres y hermanos, somos nosotros quienes elegimos a los amigos. Solemos hacerlo a partir de los compañeros del colegio o de los colegas en el trabajo. Este proceso de elección resulta fascinante, y, a día de hoy, sigue existiendo un acalorado debate entre los científicos sobre los criterios que operan en tales circunstancias. También esa clase de relaciones contribuye a darnos una identidad.
Hay distintas oportunidades de elección de amigos. Algunos de los candidatos a ser nominados en nuestro particular concurso, nos atraen, aunque no sepamos concretar las razones. Otros no. Se podría suponer que ese proceso se encuentra gobernado por su parecido con nosotros. Pero a menudo se observa lo contrario: elegimos a quien nos complementa. Si somos más bien reservados, elegimos a alguien expansivo. Si somos agresivos, optamos por quien es sosegado y puede contribuir a aplacarnos.
No parece existir un criterio claro a partir del que se produce esa clase de elecciones. Igual que seleccionamos determinados restaurantes para cenar y evitamos otros, nos acercamos a algunas personas y nos alejamos de otras. Esa aproximación puede o no fructificar en una amistad, pero parece claro que una u otra acción debe obedecer a alguna clase de regularidad.
Se podría pensar que buscamos personas con las que podamos disfrutar de unas satisfactorias relaciones, sea lo que sea eso. Y así suele ser, al menos al principio. Pero puede darse el caso de que esa interacción se degrade con el paso del tiempo, que empeore. De ahí nuestro interés por mejorarla.
Sin embargo, igual que sucede al comienzo de una relación potencial, que puede o no prosperar, nuestro empeño por mejorar una amistad de varios años de duración puede chocar con un muro. El individuo objeto de nuestro esfuerzo ha podido añadir otro ladrillo a ese muro, como cantaba Roger Waters, convirtiéndole en infranqueable. Igual que es complicado que haya una pelea si uno de los contendientes no lo desea, una relación no puede continuar si una de las partes decide no colaborar.
Aún sabiendo esto, hay quienes buscan, desesperadamente, una explicación al cambio. No se explican cómo se ha podido llegar a esa situación. Rumian y rumian sin lograr hincarle el diente a nada sólido. Hasta pueden llegar a pensar que es por culpa suya que algo que era maravilloso se ha ido al traste.
Cuando esto sucede, tenemos un problema susceptible de ser consultado con un psicólogo. Ese profesional, posiblemente, nos ayudará a ver que las cosas empiezan y terminan. La relaciones también. Nos dirá que lo que fue, puede carecer de continuidad. Aprenderemos que hay que encajar las situaciones, y que, cuando algo se tuerce, es posible que no pueda volver a enderezarse.
Una relación fallida se puede llegar a convertir en algo tormentoso para determinadas personas. No merece la pena. En lugar de empeñarnos en derribar el muro, sería más saludable salir en busca de otras puertas. Quién sabe, la vida es una caja de sorpresas. Coger otro bombón de la caja (gracias Forrest) o incluso arriesgarse a abrir otra, puede depararnos una satisfactoria y novedosa explosión en la boca.
Mejorar una relación no depende solo de nosotros. Pensar lo contrario no es saludable. Desde luego se puede y se debe intentar. Pero obsesionarse se aproxima a una patología que se puede prevenir si se desvía la mirada.
Gracias por las entradas de tu blog que siempre nos hacen pensar.
ResponderEliminarEn relación a la última parte de esta, como en otros campos, todo está sintetizado en la sabiduria popular: "A rey muerto, rey puesto". Renovarse o morir.
Y cuando una relación es tortuosa conviene aplicarse otra: "muerto el perro, se acabó la rabia"...
Muchas gracias por lanzar al ciber-espacio esta positiva valoración. Se hace lo que se puede.
ResponderEliminarLa sabiduría popular debería ser atendida por las presuntas élites intelectuales, que, a veces, de tanto darle vueltas a las cosas terminan mareados y haciendo declaraciones demasiado alejadas de la pura realidad. Salu2, Roberto---