Los científicos están preocupados por que la ciencia no les resulta atractiva a los jóvenes que asisten al instituto de secundaria. Excelente noticia.
Están atribulados por el descenso dramático en el número de jóvenes que decide matricularse en una carrera de ciencias.
En la UE se está preparando un programa para que los chavales aprendan a valorar el nivel de excitación y realización personal al que conduce la investigación científica. La manera de intentar lograrlo pasa por convertir la enseñanza de la ciencia en un proceso de investigación científica en el aula. Algo así como que los chicos se pongan manos a la obra.
Pero las perspectivas son limitadas, ya que no es igual un aula que un laboratorio. Ni lo es, ni puede serlo. Un problema añadido es que los profesores de secundaria no son científicos, ni, generalmente, han hecho ciencia jamás.
Veinte estados de la UE están detrás de este esfuerzo canalizado por una asociación. Una de sus principales metas es enseñar a los profesores a que usen ejemplos concretos en el aula para, se supone, cautivar a los chicos.
No suena demasiado bien. La ciencia posee un elevado componente de pensamiento abstracto, así que preveo difícil aunar este requisito con un uso florido de ejemplos concretos. Pero seamos positivos.
Una segunda estrategia consiste en llevar científicos a las aulas. Esta opción me parece bastante más prometedora. Si es que se logra captar a quienes realmente merecen la pena.
La UE también está preocupada por el mantenimiento de los esfuerzos en innovación científica y tecnológica. En un reciente informe se destaca que los países más innovadores de la unión comparten algunas señas de identidad: (a) invierten por encima de la media en educación, formación y aprendizaje a largo plazo, (b) poseen el porcentaje más elevado de inversión en I+D de su PIB y (c) disfrutan de apoyos explícitos para promover el uso de nuevas tecnologías en los sectores público y privado. Algunos de estos países también han establecido beneficios fiscales reales para las empresas privadas que inviertan en investigación y desarrollo.
En el momento presente existen algunas fuentes de financiación comunitaria para la investigación. Por ejemplo, el Septimo Programa Marco, con un presupuesto de 54.000 millones de euros, el Programa para la Innovación y la Competitividad o la Política de Cohesión.
El Espacio Europeo de Investigacion (EEI), las Iniciativas Tecnológicas Conjuntas (ITC) y el Instituto Europeo de Investigacion y Tecnologia (EIT) se supone que también están contribuyendo a mejorar los vínculos entre los investigadores de distintos países y las universidades, la empresa y la industria.
Sin embargo, una gran lacra es que quienes están interesados en este tipo de iniciativas vinculadas a los fondos comunitarios disponibles para apoyar actividades de investigación e innovación, desisten cuando se encuentran con la temida burocracia. No hay más remedio que simplificar y agilizar los procedimientos para que el sistema pueda funcionar como cabe esperar.
Finalmente, dicho lo anterior, no resulta demasiado alentadora la noticia de que se vislumbran relevantes recortes en la inversión en ciencia e innovación en España. Nuestro gobierno anuncia un recorte próximo al 40% del capital dirigido a financiar los programas de I+D+i. También afectará a las becas y los contratos de investigadores. Este preocupante dato encaja bastante mal con el objetivo de movernos hacia una deseable sociedad del conocimiento.
Si no reaccionamos a tiempo, nuestro país volverá a rezagarse, en una carrera en la que, poco a poco, nos vamos situando en mejores posiciones a cada día que pasa.
Espero y deseo que nuestro Presidente recapacite y que no le tiemble el pulso para mantener, e incluso incrementar, su confianza en el hecho de que los científicos de este país pueden hacer grandes cosas para mejorar nuestras vidas dentro de nuestras fronteras, pero también para estimular nuestra escalada en el mundo, tal y como, posiblemente, o al menos eso creo, nos corresponde. Tenemos mucho que decir, pero es preciso que se nos pueda oír.
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