Como es usual, mis compatriotas autonómicos son los primeros en proponer actuaciones novedosas para combatir la delincuencia.
En Cataluña se están planteando inhibir los impulsos sexuales de los violadores reincidentes mediante productos farmacológicos. Hay unos 40 candidatos que voluntariamente serían medicados, en caso de que prospere la medida.
La actuación se pretende aplicar también a pedófilos reincidentes y a sádicos en general, no solamente sexuales.
La cosa está que arde ya que se pretende crear un centro especializado en todo el territorio catalán, no solamente en la capital.
Ya se anuncia que someterse al tratamiento no supondrá beneficios penitenciarios, pero entonces ¿para qué se quiere aplicar entonces?
Leyendo con atención las noticias sobre esta cuestión, se puede averiguar que el tratamiento se iniciará poco antes de que el preso tenga que salir de la prisión. Por tanto, se da por hecho que el delincuente, una vez en libertad, seguirá tomando Prozac, y otros medicamentos, para evitar su irrefrenable impulso.
Es difícil hacer una valoración sobre esta medida. Hay precedentes, no obstante, que resultan por lo menos inquietantes. Existen casos clásicos en criminología de violadores que han usado dispositivos ajenos a su propio cuerpo para dar continuidad a sus fechorías, trágicas para un sector de la ciudadanía. Se supone que estos medicamentos inhiben los mecanismos cerebrales que están detrás de la conducta de estos delincuentes reincidentes y peligrosos, pero quizá pueda ser demasiado ingenuo aceptar que ingerirán las sustancias que deben cuando puedan no hacerlo. Son peligrosos, ¿no?
El tema es ciertamente delicado. Hay que hacer algunas aclaraciones. Los estudios sobre orientación sexual desviada (es decir, excitación ante estímulos violentos) en agresores sexuales no tienen unos resultdos concluyentes. En algunos casos se excitan más que los no agresores, otros menos, y otros igual. Es decir, que mientras que algunos agresores parecen mostrar un arousal sexual desviado, otros no. Me atrevo a decir que la mayoría. Por lo tanto, suprimir su respuesta sexual no parece ser una gran solución. Por lo tanto, mi primera opinión es que este tratamiento es de utilidad solo con un fragmento de la población. Cuando se han hecho valoraciones de estos tratamientos se ha visto que el tamaño del efecto obtenido es positivo, pero es difícil segregar el efecto de los fármacos porque eran tratamientos con aplicación conjunta de una intervención psicológica. Segunda opinión: sirven, pero no sabemos en qué medida. Además, cuando en los programas de agresores se ha suprimido un módulo destinado a la modificación conductual del arousal sexual y se ha centrado en cuestiones psicosociaoles, la orientaicón sexual se ha beneficiado de estas intervenciones. Al reves no funciona. Es decir, que (tercera opinión) aplicar estos fármacos no será beneficioso para los múltiples problemas personales de un agresor. De lo de los beneficios penitenciarios prefiero no hablar. Me limito a expresar mis dudas, porque si no se los da una junta de tratamiento, habrá que ver lo que opina un juez (además en sentido estricto los beneficios penitenciarios es algo mucho más limitado de lo que piensa la opinión pública).
ResponderEliminarNo hay duda de que es un tema delicado, pero también tengo claro que se puede y debe abordar. Es realmente interesante la matización del efecto diferencial de la excitación ante estímulos violentos. La consecuencia lógica es que los tratamientos deben estar adaptados al individuo objeto de la intervención. Cuando se cambie hacia esa perspectiva, quizá las cosas puedan funcionar algo mejor. Muchas gracias por esta interesante aportación.
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