jueves, 20 de agosto de 2009

Respuesta a la Pregunta 34

¿Qué es un psicópata? ¿Somos malos por naturaleza?

Aquí tenemos dos preguntas, pero están relacionadas.

¿Recuerdan el largometraje ‘Asesinato en 8 mm’? El tema principal giraba alrededor de las lamentablemente famosas ‘snuff movies’, es decir, películas domésticas en las que, supuestamente, se graba la tortura o muerte real de una persona. Su precio únicamente puede ser costeado por millonarios y la principal razón por la que encargan su rodaje, primero, y las compran, después, es ‘porque pueden hacerlo’. Esa es una de las tesis principales de la película.

La segunda suele pasar desapercibida, pero nos ayudará a elaborar la respuesta a esta pregunta. Cuando el protagonista, Nicolas Cage, logra capturar a quien, físicamente, tortura y asesina a las chicas desaparecidas en extrañas circunstancias, para usarlas como involuntarias protagonistas de las salvajes películas domésticas, es el asesino mismo quien hace la pregunta esencial y aporta su respuesta: “mato porque me gusta”.

Un psicópata es un tipo de personalidad que se caracteriza por poseer un temperamento que le hace resistente a las sensaciones de miedo que los demás albergamos en determinadas circunstancias. Algo que a nosotros no asusta –en el supuesto caso de que no seamos psicópatas—a él no. De hecho incluso puede resultarle estimulante, atractivo.

Visto desde esta perspectiva, y suponiendo que olvidamos momentáneamente las innumerables producciones cinematográficas que se dedican a esta clase de personas, un psicópata no tiene por qué dedicarse a matar a nadie. Es más, incluso podría ser un héroe admirado durante siglos. Un gran guerrero es, muy posiblemente, un psicópata. El bombero que se mete, sin dudarlo, en un edificio en llamas a punto de derribarse para salvar a un grupo de personas que se han quedado atrapadas, es, también, un psicópata, alguien capaz de controlar las sensaciones de miedo que inevitablemente despiertan esa clase de situaciones en la mayor parte de nosotros.

El problema es que ese tipo de temperamento posee, digámoslo así, un reverso tenebroso. A menudo evitamos realizar acciones punibles por miedo a las consecuencias. El psicópata carece de ese temor. Las circunstancias pueden llevarle a convertirse en un asesino en serie. Pero ¿cuáles son esas circunstancias? Francamente, no lo sabemos, aunque una explicación verosímil puede pasar por una crianza negligente por parte de sus cuidadores. Aprende que, amenazando a sus compañeros, puede conseguir lo que desea. Los apetitos se incrementan con el paso del tiempo y si para lograr su objetivo se requiere hacer cosas que los demás apenas se plantean, ellos no dudan en ponerlas en práctica. Si el crimen le permite satisfacer esos deseos, entonces entrará en un círculo del que ya nunca saldrá.

Las pistas que poseemos son consistentes con la declaración de que esa clase de temperamento es innato, está en los genes. Se nace con las cualidades para convertirse en un psicópata, igual que se nace con la disposición a militar en asociaciones promotoras de la paz y la no violencia. Aceptamos lo segundo con relativa facilidad, pero nos resistimos a hacer lo propio con lo primero.

Sin embargo, igual que sucede con otros factores psicológicos, el hecho de que haya una poderosa influencia genética no significa que tenga que materializarse necesariamente. O, mejor dicho, no implica que el individuo vaya a convertirse en un torturador o un violador múltiple en un futuro.

Cuando eso sucede podemos estar seguros de que algo que los psicólogos denominamos ‘proceso de socialización’ ha fracasado. Quienes son responsables de educar apropiadamente a ese niño (o niña), de ayudar a que se convierta en un adulto socializado, han fallado.

Y lo peor es que lo habrán hecho sin saberlo, inconscientemente. Creyendo que lo mejor era dejar expresarse libremente al niño, realmente le han hecho un flaco favor, a él primero, y a los demás después. Evitando poner límites y dejando de ejercer la autoridad que les corresponde, los adultos encargados de educar a ese niño habrán propiciado la creación de una personalidad cruel.

Entonces, ¿serán esos adultos los últimos responsables de que tengamos que convivir con asesinos sanguinarios? ¿habría que encerrarles también a ellos como cómplices de los sucesos que sus retoños cometen en su vida adulta?

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