¿Por qué mentimos?
Porque debemos hacerlo. La sinceridad puede, y de hecho es, en determinados casos, peor que la mentira. Peor en el peor sentido de la palabra.
Hay cosas que deseamos hacer y otras que no. Hay cosas que deseamos no haber hecho, pero que hicimos. Hay cosas que no queremos hacer en un futuro. Las razones pueden ser variopintas, pero, casi con seguridad, todas esas coyunturas se nos han presentado en algún u otro momento de nuestras vidas –si somos sinceros.
Nos invitan a una fiesta a la que sabemos asistirá una persona a la que no soportamos. El anfitrión es un buen amigo nuestro, pero también del aludido. ¿Qué hacemos? Podemos decirle que no iremos porque va él, sabiendo que es amigo suyo, o bien simplemente le decimos que ya teníamos otro compromiso para esas mismas fechas.
Nuestra hija nos presenta a su novio, de la que está profundamente enamorada. Tras dos o tres sobremesas en su compañía llegamos a la conclusión de que esa relación no tiene futuro. ¿Qué hacemos? ¿Le espetamos que debería plantearse dejarlo ahora que todavía está a tiempo o mantenemos un escrupuloso silencio para que sea ella quien lo descubra por si sola, logrando evitar, además, que busque no encontrarse a solas con nosotros para eludir el sermón paterno? Además, ¿quién nos dice que no estamos equivocados en nuestra valoración?
El problema de la sinceridad y la mentira en las parejas resulta endémico. Cuántas veces hemos oído eso de que en las parejas la sinceridad está por encima de todo lo demás. Que si no somos sinceros, ¿dónde queda la confianza que debe teñir toda relación que se precie? Hay parejas que se vanaglorian de “contárselo todo”, de no tener secretos para con el otro. Podríamos preguntarnos por qué debería ser motivo de vanagloria, pero corramos un velo, tupido o no, por ahora.
El psicólogo que esto escribe no puede estar más en desacuerdo con esta actitud de sinceridad absoluta. Esa actitud es ideal para asesinar sin escrúpulos el misterio que debe rodear cualquier relación de pareja, si es que se quiere que tenga futuro. O, lo que quizá sea todavía peor, es la actitud esperable en quien dice que es sincero pero que, en realidad, miente más que habla.
La gente miente y lo hace porque es necesario. Ser mentiroso es algo extraordinariamente natural. Es saludable. Añade sal a nuestro viaje por la vida, por esa ruta que transcurre desde la cuna a la tumba. Es un ingrediente más. Hasta se podría aventurar que mentir protege a nuestras neuronas de la degeneración. Decir la verdad no supone esfuerzo mental. Mentir, a veces, exige una auténtica sofisticación mental, necesaria para preservar la verosimilitud del relato, de modo que la mentira parezca verdad –esta es la esencia de la mentira, naturalmente.
Mentimos por necesidad, porque amamos, porque odiamos o por diversión. Los motivos pueden ser muy diferentes, pero mentimos, de eso no cabe duda, sobre eso no mentimos. Todos y cada uno de nosotros. Si existiese una asociación similar a alcohólicos anónimos para acoger a quienes mienten, estaría compuesta por los más de 6 mil millones de habitantes del planeta tierra.
No me cansaré de repetirlo: quienes declaran que siempre son sinceros, mienten.
La mentira es tan natural que hasta otros animales pueden hacerlo. Recuerdo el caso de la mona Sara. El psicólogo que trabajó con este simio, colocaba un plátano –deseable—de modo tal que Sara pudiese alcanzarlo sacando la mano de la jaula, pero siempre que él no estuviese delante.
¿Qué inventó Sara para poder hacerse con la deseada recompensa?
Corría hacia el otro lado de la jaula y le hacía señas al psicólogo para que acudiese a esa zona, lejos del plátano. Con una serie de ceremoniosas gesticulaciones hacía todo lo posible para llamar la atención del humano, pretendiendo que en ese lugar había algo que no podía perderse.
En cuanto lograba su objetivo y el experimentador llegaba donde se había desplazado la mona, ésta salía disparada hacia el trofeo. Mentía para lograr su objetivo. Igual que hacemos los humanos. Si puede hacerse evitando daños colaterales, tanto mejor. Desgraciadamente no siempre es posible.
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