¿Qué es la inteligencia emocional?
La inteligencia emocional (IE) es un tipo de inteligencia social que consiste en la aptitud para controlar las emociones propias y las de los demás, discriminar entre ellas y emplear esa información para guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones.
Esto es lo que dicen los expertos que es la IE.
Vayamos por partes:
-. Un tipo de inteligencia social, es decir, una ‘capacidad humana’ destinada a gobernar las relaciones sociales.
-. Una aptitud para controlar las emociones propias y las de los demás, esto es, una capacidad humana basada en el ‘control’. Si nos irritamos cuando pensamos que alguien nos está provocando, nuestra IE debería ayudarnos a no parecerlo si la situación lo exige. Si alguien se irrita, nuestra IE debería asistirnos para ayudarle a sosegarse y evitar un conflicto no deseado.
-. Una aptitud para discriminar las distintas emociones. Dicen que la línea entre el amor y el odio es delgada, pero nuestra IE debería ayudarnos a no confundirlas, por muy sutil que sea su separación.
-. Una aptitud para usar la información emocional al guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones. Si, por ejemplo, resulta conveniente comportarse calurosamente, nuestra IE debería promover el uso de esa emoción para actuar consecuentemente.
Quien convirtió en tremendamente popular la IE fue el mitad psicólogo, mitad periodista, Daniel Goleman. Millones de personas leyeron su libro (Inteligencia emocional) con una pasión acrítica sorprendente. Un ejemplo no demasiado feliz de lo que Goleman pretendió mostrar a sus ansiosos lectores.
En esencia, el mensaje de este autor fue que es sustancialmente más importante para nuestras vidas saber gestionar las emociones que casi cualquier otra cosa. Un ciudadano con una inteligencia bruta extraordinaria puede ser infeliz porque su parte emocional es un desastre. Y, alguien que solo posea una inteligencia bruta normalita será extraordinariamente feliz si sabe canalizar su mundo emocional. Moraleja: no te preocupes si no eres demasiado inteligente, ya que (a) puedes aprender a parecerlo o (b) ni siquiera es importante en tu vida.
Durante bastante tiempo ha imperado la moda de la IE. En las empresas se han impartido cursos –carísimos, conviene saberlo—para educar la IE de los empleados y directivos. En las escuelas, los educadores y orientadores han buscado maneras de promover la IE de los alumnos. Hasta se ha explorado cómo la IE puede interactuar con determinados trastornos físicos y psicológicos. De la noche a la mañana, nadie dudaba de que lo importante para ser feliz era aplicar inteligencia a las emociones, impregnar de emoción las cosas que hacemos, pero hacerlo inteligentemente.
Todo esto es, claro está, un poco raro. ¿Cómo se puede gestionar inteligentemente algo –esté o no esté ese algo vinculado a los factores emocionales—si no se es suficientemente inteligente? Mi sospecha fue, y sigue siendo, que el mensaje de Goleman estuvo y está destinado a una minoría de la población, a una elite que, de por sí, ya posee la suficiente inteligencia bruta como para preocuparse por canalizarla hacia el mundo emocional.
Si, como es sabido, el 50% de la población se sitúa por debajo de la media en cualquier rasgo físico o psicológico –estatura, belleza, simpatía, estabilidad o capacidad intelectual son algunos ejemplos—y únicamente el 20% de la población, siendo generosos, lee regularmente libros, entonces debemos concluir que solo 2 de cada 10 personas se plantearán hacer algo con respecto a sus emociones. Esas dos personas son una elite y a ellos se dirige Goleman. El resto de la población, es decir, 8 de cada 10 personas –una abrumadora mayoría, se mire como se mire—seguirá presa de sus emociones –basta abrir un periódico al azar para concordar con esta declaración. No solamente no será capaz de ‘controlar las emociones propias y las de los demás, de discriminar entre ellas y de emplear esa información para guiar su pensamiento y sus acciones’ sino que será una presa fácil de su cerebro primitivo.
Si se piensa fríamente, las acciones exigidas para comportarse emocionalmente de modo inteligente suponen un gran control. Y ese control está reservado a unos pocos. Muy pocos. Y, lo que es quizá todavía peor, pasarse de vueltas puede aniquilar una parte relevante de lo que nos hace humanos y convertirnos, sin darnos cuenta, en Sony, el personaje del largometraje “Yo Robot”. Si no saben de lo que estoy hablando, no se la pierdan.
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