O somos ignorantes o evitamos aceptar lo evidente: “nuestra zozobra sobre el futuro del planeta y las consecuencias de la contaminación proviene de nuestra ignorancia sobre los sistemas de control planetario”.
Lovelock sintetiza tres características de Gaia que podrían modificar nuestra relación con la biosfera: (a) Gaia optimiza las condiciones de la totalidad de la vida en la Tierra, (b) las consecuencias de nuestras acciones sobre la Tierra dependerán de dónde concentremos nuestra saña –hacerlo sobre la plataforma continental sería insensato, y (c) la regulación de oxígeno se mide en milenios, por lo que obtener evidencias a corto plazo carece de sentido de cara a contribuir a corregir algo por medios humanos.
Dice el autor que “la explotación de la ecología humana con fines políticos puede terminar por convertirse en nihilismo, en lugar de ser un impulso reconciliador entre la humanidad y la naturaleza”.
Los presuntos efectos de la llamada contaminación humana son un juego de niños cuando se comparan con los catastróficos efectos de una glaciación natural en la que la mano del Sapiens estuvo completamente ausente. Carecemos de perspectiva –o se desea hacer negocio amparándose en nuestra miopía intelectual.
Hacia el final de su obra, Lovelock reflexiona sobre el papel de la ciencia en algo tan politizado como el medio ambiente, destacando ideas realmente interesantes. Dice que los científicos construyen modelos sobre la Tierra desde sus universidades, pero su contacto directo con la naturaleza es minúsculo. Carecen de información recogida sobre el terreno, por lo que se ven obligados a suponer que la información de los libros y los artículos es correcta. Si esa información “no concuerda con el modelo será en los hechos donde esté el error. A partir de ahí es sencillísimo dar el paso fatal: seleccionar únicamente los datos que se ajusten al modelo”.
Sin embargo, “la confección de modelos con datos atrasados e imprecisos es una práctica tan absurda como predecir el tiempo de mañana utilizando un ordenador gigante y los datos metereológicos de 30 años atrás”.
Si las predicciones catastrofistas que todos conocemos se basan en simulaciones, pero éstas son manipulables, entonces nuestra confianza en ellas debería degradarse. Gaia es mucho más que la suma de sus partes. Nosotros, y nuestras cosas, somos una de ellas. Pero solo una y no precisamente de las más relevantes. Imaginar que nosotros y nuestras cosas estamos en disposición de alterar a Gaia es pretencioso y, posiblemente, absurdo. Aunque hay que admitir que aceptar ese absurdo y publicitarlo compulsivamente se ha convertido en un negocio multimillonario para algunos.
P.S. En 2006 Lovelock publicó ‘The Revenge of Gaia’, obra a la que dedicaremos espacio aquí en breve. En la entrevista que Rosa Montero le hizo para el diario El País, el científico británico declaró que en el siglo XXI se producirán sucesos ambientales –esencialmente una inundación de descomunales proporciones—que reducirán la población del planeta a un puñado de individuos. La supervivencia de nuestra especie dependerá de que esos individuos dispongan de la capacidad de producir y manipular la energía nuclear.
¿Vieron el largometraje de Roland Emmerich 2012?
Apocalíptica predicción de Lovelock, curiosa después de su rechazo de visiones apocalípticas del gusto de algunos ecologistas.
ResponderEliminarEn breve presentaré aquí su argumento más completo. Creo que es un pelín esquizofrénico --el argumento-- pero que cada cual saque sus conclusiones una vez posea la información. Salu2, R.
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