domingo, 22 de febrero de 2009

Respuesta a la Pregunta 7

¿Pueden cambiar las personas? ¿Podemos modificar nuestras conductas más arraigadas?

No es habitual que use referencias científicas concretas en esta serie de respuestas, pero, para el caso que ahora nos ocupa, es relevante, así que haré una excepción.

Efran, Greene y Gordon publicaron en 1998 un estudio titulado “Lecciones de la nueva genética”. En contra de lo que suele suponerse, gratuitamente, estos autores observaron que los clientes sometidos a psicoterapia se relajaban cuando se les informaba de que su personalidad era algo real y una parte innata de sí mismos, no un mal hábito que hubieran adquirido durante su vida.

Paradójicamente, quitarle la carga patológica a las inclinaciones básicas de la gente y permitirles ser como son, se convirtió en una excelente garantía de que su autoestima y su eficacia personal experimentasen una mejora. En una palabra, decirles que, por ejemplo, eran naturalmente tímidos, ayudaba a que pudieran superar su timidez. Lejos de ser una sentencia, tomar conciencia de que la propia personalidad es algo innato se convierte en un tónico para el cambio.

En esencia, las personas no cambian. Somos como somos. Algunos más inteligentes o menos cautos que la mayor parte de la gente. Es evidente que cuando tenemos tres años de edad somos menos inteligentes que cuando llegamos a la edad adulta. Está claro que nuestro nivel de cautela puede depender, hasta cierto grado, de la situación en la que nos encontremos. Sin embargo, ser más inteligentes hará más probable que, en general, nuestras decisiones sean más acertadas que equivocadas. Ser especialmente cautos supondrá que seamos cuidadosos al tomar riesgos en la mayor parte de los casos.

Eso no significa que no tomemos decisiones estúpidas en determinados casos o que ocasionalmente seamos arriesgados. Pero nuestras tendencias naturales estarán por encima de las presiones de la situación, siempre que no seamos obligados a actuar de una determinada manera. Por supuesto, esas situaciones existen y ahí nuestro modo de ser claramente será menos relevante.

Existen cientos de estudios en Psicología que demuestran que nuestra personalidad resulta extraordinariamente estable. Si en la guardería somos más cautos que nuestros compañeros de correrías, seguiremos siendo más cautos que nuestros convecinos en la residencia de ancianos. Si en la guardería somos más brillantes intelectualmente que nuestros amigos, en la residencia de ancianos seguiremos siendo más inteligentes. Con excepciones, que duda cabe, pero la tendencia, en general, será esa.

Este hecho está detrás de que los psicólogos seamos capaces de predecir la conducta humana con una significativa exactitud. Conociendo la personalidad de un grupo de niños, incluso a los pocos meses de edad, se puede hacer un pronóstico bastante apropiado de cuál será su personalidad en su vida adulta. Naturalmente, esto demuestra claramente que, en esencia, nuestra personalidad es la misma, viaja con nosotros desde la cuna a la tumba. De hecho, esa personalidad somos nosotros.

La consecuencia es que resulta complejo cambiar nuestras conductas más arraigadas. De hecho, es cuestionable que sea terapéutico intentar modificar nuestra personalidad. Aceptemos que somos como somos, y trabajemos, llegado el caso, para intentar moldear algunas de las conductas que nos hacen sufrir, perturban a la gente con la que convivimos, o simplemente nos disgustan, sea cual sea la razón. Asumamos que nuestra personalidad es la que es, y si se presenta la ocasión, cambiemos algunos detalles.

Sabemos que esto es posible. La psicología ha demostrado que existe un tipo de personalidad que hace a la persona vulnerable a padecer trastornos coronarios. Sin embargo, también sabemos que es posible modificar ciertas conductas que ayudan a la persona a cambiar su estrategia de afrontamiento a las situaciones que atentan contra su salud física. Seguirán siendo vulnerables debido a su personalidad innata, pero el modo en el que se enfrentarán a ese tipo de situaciones podrá manejarse mediante consignas psicoterapéuticas.

Un ejemplo rotundo de qué significa. Cuando tenemos el antojo, presuntamente caprichoso, de tomarnos unas galletas a la hora de la merienda, podemos no ser conscientes de ello, pero, en realidad, estamos elevando nuestro nivel de serotonina en el cerebro. La serotonina nos hace sentirnos mejor. En una palabra, se puede modificar una función biológica, simplemente decidiendo comernos unas galletas.

3 comentarios:

  1. Aunque está implícito en tu explicación, creo que se podría añadir, a modo de aclaración, que la personalidad de cada uno, en definitiva, representa un conjunto de "disposiciones" o "tendencias habituales" de comportamientos. Lo importante, por tanto, es saber qué tendencias tenemos cada cual, para, posteriormente aprender a controlar dichas tendencias en aquellas situaciones en que nos puedan suponer algún inconveniente. Seguiremos teniendo tal o cual tendencia (por ejemplo, a asumir riesgos, a desconfiar de los extraños, a evitar el enfrentamiento o a evitar responsabilidades, etc.), pero siempre podemos aprender a "compensar" las tendencias que no nos benefician. Por ejemplo, a nivel de salud, podemos tener tendencia a abusar de los dulces, pero saberlo nos puede ayudar a controlarnos para, así, no engordar demasiado y dañar nuestra salud y nuestra imagen personal.
    Entonces, ¿existe la "educación" de la personalidad?¿es posible?

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  2. Aunque está implícito en tu explicación, creo que se podría añadir, a modo de aclaración, que la personalidad de cada uno, en definitiva, representa un conjunto de "disposiciones" o "tendencias habituales" de comportamientos. Lo importante, por tanto, es saber qué tendencias tenemos cada cual, para, posteriormente aprender a controlar dichas tendencias en aquellas situaciones en que nos puedan suponer algún inconveniente. Seguiremos teniendo tal o cual tendencia (por ejemplo, a asumir riesgos, a desconfiar de los extraños, a evitar el enfrentamiento o a evitar responsabilidades, etc.), pero siempre podemos aprender a "compensar" las tendencias que no nos benefician. Por ejemplo, a nivel de salud, podemos tener tendencia a abusar de los dulces, pero saberlo nos puede ayudar a controlarnos para, así, no engordar demasiado y dañar nuestra salud y nuestra imagen personal.
    Entonces, ¿existe la "educación" de la personalidad?¿es posible?

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  3. Estoy de acuerdo en que ese matiz puede y quizá debe hacerse explícito. Soy escéptico ante la posibilidad de educar a la personalidad. Podemos tratar de controlarla, pero poco más. El ejemplo que pones de los dulces es consistente con esta idea. Si soy impulsivo puedo esforzarme por controlar esa tendencia, pero dudo que un psicólogo pueda ayudarme a convertirme en reflexivo. Desde luego, las evidencias que yo conozco no son coherentes con la posibilidad de obtener éxito con ese tipo de cambios.

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