Por
favor, piense sobre esta pregunta y contéstela:
¿A qué edad mínima se debería
autorizar a un joven para que pudiese votar en las próximas elecciones?
Supongo
que no habrá contestado a los 7 o a los 10 años.
Pero
no estoy seguro de si su respuesta ha sido a los 18 años (de acuerdo a lo que
marca la ley en España) o a los 16 años, como pretenden algunas formaciones
políticas, o bien a los 21 años, como parece desprenderse de la generalizada opinión
actual sobre la inmadurez de los jóvenes.
La
respuesta se basará, posiblemente, en su creencia personal sobre a qué edad un
“joven” toma decisiones como un “adulto”. Cuando eso suceda, entonces podrán
votar.
En
cualquier caso, no es una respuesta
fácil.
Imagínese
lo fácil que sería si, como pasa con las gaviotas, la madurez fuese acompañada
de un cambio en la librea del plumaje. Ese cambio convierte a esas aves de un
nada “glamuroso” color parduzco, propio de los individuos inmaduros, a un
blanco níveo, combinado con grises y negros nítidos bien definidos de la
gaviota adulta. Este cambio sucede tanto en las hembras como en los machos, sin
discriminación por razón de sexo.
Qué
fácil sería saber si un humano es maduro o inmaduro si, como las gaviotas, cambiasen el plumaje en unos pocos días o
semanas al convertirse en adultos. Saber
cuándo un individuo ya es maduro – especialmente desde un punto de vista social—es
muy trascendente. Supone disponer de la respuesta a las siguientes preguntas:
¿Cuál
es la edad mínima para…
votar?
comprar
y beber alcohol?
tener
el carnet de conducir?
decidir
si se prefiere convivir con el padre o con la madre?
aceptar
o rechazar un tratamiento médico (incluso que implique riesgo vital)?
asociarse
a un club de actividades deportivas?
tener
relaciones sexuales consentidas?
casarse?
entrar
en la educación primaria?
Nuestra
sociedad dispone de leyes penales, civiles, sanitarias y comunitarias, así como
de numerosos reglamentos – públicos y privados – que fijan una edad determinada
en la que un individuo se torna maduro para alguna función. Para cada individuo
hay un día y una hora mediante la cual, y como si de arte de magia se tratara,
el adolescente deja de ser un ser un joven “inmaduro” para convertirse en un
adulto “maduro”: capaz de tomar decisiones, asumir responsabilidades y actuar socialmente
al modo que se espera de un adulto. Un individuo al que la sociedad autoriza y
considera capaz de comportarse de forma autónoma, responsable y constructiva,
para darle ciertas autorizaciones, dotarle de ciertos derechos y
responsabilidades.
Un
segundo y último esfuerzo imaginativo. Éste, como el anterior, también sobre
situaciones reales. Piense en la siguiente situación:
Un
grupo de destacados juristas discuten sobre cuál es la edad mínima para poder
aplicar la pena de muerte a un adolescente que ha cometido un delito muy grave
ante el cual (en este caso la legislación penal de los USA) la ley contempla tan
salvaje pena. O, sin ser tan drásticos, esos juristas discuten sobre la pena de
cadena perpetua o el confinamiento en aislamiento aplicable a muchachos de 10 ó
14 años.
Estas
discusiones no son “tertulias de café”, sino algo real en el seno de los órganos
directores del sistema judicial de los USA que se han sucedido desde hace años.
Los juristas tenían visiones distintas, como otros sectores sociales, sobre lo
adecuado de aplicar estas penas a ciertas edades.
¿A
partir de qué edad se pueden aplicar?
La
respuesta es fácil: cuando el niño, el adolescente o el joven se haya
comportado, en el momento de cometerlas, como un adulto. Hasta hace pocos años
esta era la orientación de la norma jurídica penal en los USA.
Naturalmente,
los juristas no tenían una respuesta, con base en la evidencia científica, a su
pregunta. Por tanto, decidieron recurrir a los expertos en esta materia. Trasladaron
su debate a la APA (Asociación de Psicología Americana) y ésta
constituyó un grupo de especialistas que redactó un informe técnico para los
jueces (un “amicus curiae”) donde
contestaban la siguiente pregunta:
“¿A partir de qué edad, o cuándo,
un adolescente toma decisiones como un adulto?”
Se
buscaba fijar la edad mínima para la aplicación de las penas antes mencionadas.
Este
relato aconteció entre los años 2005 y 2010. Y en ese contexto, de clara
demanda de respuestas relevantes para la sociedad, se produjo un
“descubrimiento”, una renovación conceptual interesante para Psicología
moderna.
Digo
“descubrimiento” porque sin éste la respuesta hubiese sido algo así como la que
describo a continuación.
Los
niños y adolescentes normales alcanzan su “madurez” intelectual sobre los 14
años (como mostró J. Piaget en la
década de los 50 del siglo pasado), su “identidad adulta” sobre los 16-18 (como
describió E. Erickson en torno a los
60 del siglo pasado) y su “desarrollo moral” hacia el final de la adolescencia,
también sobre los 16-18 años (como propuso L.
Kohlberg en los 70 del siglo pasado).
Por
tanto, la respuesta de la Psicología era, basándose en los estudios de mediados
del siglo XX, que los adolescentes toman
decisiones como los adultos a partir de los 18 años. Muchas legislaciones
penales de distintos países, propias de menores y adolescentes, tienen esta
consideración y sitúan la responsabilidad penal limitada entre los 14 y los 18
años. Entre ellas está la española.
A
simple vista, y también si miramos más intensamente, esta respuesta es no solo tradicional, sino también obsoleta.
¿No
se ha avanzado nada en los últimos 50 años en estos campos de la Psicología
como para dar una respuesta mas actualizada?
Naturalmente
que sí y los responsables del “amicus
curiae”, con Lawrence Steinberg
a la cabeza, se encargaron de “redescubrir” el significado de la madurez
psicológica y plantear una nueva conceptualización de este constructo clásico
de la Psicología del desarrollo, tan
importante para la vida social de los individuos en proceso de convertirse en
adultos.
L. Steinberg
y su equipo de investigadores, como siempre constituido por numerosos
colaboradores de distintas áreas y especialidades – en su caso por psicólogos
cognitivos, neurocientíficos, especialistas en desarrollo y medida psicológica,
entre otros – revisaron la literatura, construyeron nuevos instrumentos,
realizaron experimentos, y otros estudios empíricos, y publicaron varios
artículos donde daban a conocer su interpretación de lo que llamaron la “madurez psicosocial”.
Quizás
el mejor trabajo es el que publicaron en el American
Psychologist. Recomiendo su lectura. Se titula ‘¿Son
los adolescentes menos maduros que los adultos?’
En
ese artículo se proponen tres cosas que presentaré brevemente.
1.
La madurez psicológica es un constructo multidimensional
complejo. Además de la inteligencia, incluye tres dimensiones del
temperamento y la personalidad: impulsividad/búsqueda de sensaciones,
independencia/autonomía personal y responsabilidad/consideración del futuro.
2.
Cada dimensión tiene su propio curso de
desarrollo (crecimiento y estabilidad), es decir, los procesos que conducen
a la madurez no son sincrónicos. No hay “una
edad de maduración general”: la madurez puede iniciarse a
los 12-13 años y finalizar a los 21-23 años, según la dimensión.
3. La
madurez psicosocial consiste en la toma de decisiones y ejecución de conductas
psicosociales, en las que influyen las disposiciones mencionadas. Esta
influencia es conjunta y ponderada según las demandas situacionales.
Para Steinberg
y su grupo, los fundamentos básicos de estas disposiciones que constituyen la
“madurez psicosocial” tienen que ver, en primer lugar, con los procesos preconfigurados
del desarrollo cerebral, de sus estructuras y sus funciones (Steinberg, 2012).
Los avances en la neurociencia han mostrado los
procesos de cambio que sufren las estructuras y funciones cerebrales de los
adolescentes, y cómo influyen en su comportamiento y funciones cognitivas,
emocionales y propositivas. Gran parte de las investigaciones sobre el “pruning” neuronal y la mielinización de
los circuitos que relacionan la corteza prefrontal con el sistema límbico, entre
otros, están detrás de esta formulación de la madurez psicosocial de los
adolescentes y permiten comprender la dinámica del proceso de su madurez
psicológica.
Escribe L.
Steinberg (2012):
“El cerebro de los adolescentes y adultos emergentes no es
tan maduro en cuanto a sus estructuras y funcionamiento como el de un adulto.
Esto no significa que sea ‘limitado o defectuoso’, sino que aún está en
desarrollo”.
Esta forma de conceptualizar la
madurez psicológica ha sido un descubrimiento.
Primero
pensé que esto era así porque no estaba al día de la investigación sobre la
madurez psicológica. Creí que el tema ya estaba “cerrado” desde hacía años,
pero no me quedé muy tranquilo y busqué un poco más de información al respecto.
Para
analizar la actualidad del concepto de “madurez” psicológica revisé distintas
fuentes de información: artículos, manuales y tratados universitarios recientes
de Psicología del desarrollo (tanto en castellano como en inglés). Y, por
último, en un ejercicio propio de un profesor universitario, revisé los
programas académicos de distintas asignaturas impartidas por los profesores del
“área de conocimiento de Psicología Evolutiva y de la Educación” (invento
español donde los haya) en distintas Universidades españolas para encontrar mas
información.
El
resultado: la madurez es un concepto “congelado”, atrapado en el pasado de las
aportaciones de tres autores clásicos como Jean
Piaget, Erik Erickson y L. Kolhberg. La combinación de las aportaciones
originales de estos autores – sobre el desarrollo de la inteligencia, el
problema de la identidad personal y el desarrollo moral - sostienen la concepción clásica, ahora ya obsoleta, de
la madurez psicológica.
L. Steinberg
y su equipo proponen una revisión muy interesante del constructo. La madurez es
multidimensional e incluye disposiciones cognitivas, emocionales y motivacionales.
Cada una tiene su curso temporal propio e independiente – con un momento etario
de estabilidad diferente – que se inicia entre los 10-12 años y finaliza entre
los 21-23 años, dependiendo de la
dimensión y del individuo.
Estas
disposiciones afectan conjuntamente a la toma de decisiones y, por tanto, a la
conducta social de los adolescentes. Aquí reside la razón sobre por qué los
adolescentes tienden a realizar
comportamientos que se suelen calificar de “inmaduros”, en función de un
criterio social mas o menos acordado. Pero sus
comportamientos realmente dependen de la interacción entre las demandas sociales
y el momento del desarrollo de las distintas disposiciones que componen la
madurez psicosocial.
Ya
llevo más de 30 años trabajando como profesor de Psicología en la Universidad
y, por mi trayectoria, un tanto variada en un mundo marcado por la súper-especialización
en la investigación, no había reparado en que sigue habiendo muchos conceptos y
atributos genuinamente psicológicos, como en el la madurez, que están realmente
anclados en el pasado.
Creo
que este descubrimiento no solo es nuevo para mí.
Tengo
la sensación de que es realmente un avance en el conocimiento científico que la
Psicología aporta sobre el comportamiento humano de los jóvenes con una gran
utilidad social.
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Sumamente instructiva la lectura, pero al final me quedo algo perplejo por falta de respuesta, o quizá porque no encuentro una respuesta que yo esperaba. Puede que esa sea la respuesta: la madureza es un constructo complejo y no hay respuesta precisa, sino que será siempre contextual.
ResponderEliminarYo también tuve esa sensación al terminar de leer. Vale, pero ¿ahora qué hacemos? ¿Tenemos que ver caso a caso? Seguramente no hay profesionales suficientes para satisfacer esa demanda... Yo le preguntaría a Antonio: ¿cuáles son las recomendaciones más adecuadas para alguien, por ejemplo un juez, que debe valorar si alguien es o no es maduro para....?
ResponderEliminarPues pregunta, pregunta, que así aprendemos todos.
ResponderEliminarPor cierto, vendría bien que hubiera un aviso cuando alguien sigue el hilo de los comentarios. Ahora solo cabe volver a visitar el cuaderno de bitácora para ver si alguien ha comentado algo.