domingo, 16 de octubre de 2016

Inteligencia Artificial –por Francisco J. Abad

Puesto que vemos robots en las películas, podemos pensar que el desarrollo de robots sofisticados con inteligencia artificial está a la vuelta de la esquina.
La realidad es muy diferente.
Cuando vemos que un robot actúa como un humano, normalmente hay un truco detrás, es decir, un hombre oculto en la sombra que habla a través del robot gracias a un micrófono, como el mago en ‘El mago de Oz’.
De hecho, nuestros robots más avanzados, como los robots exploradores del planeta Marte, tienen la inteligencia de un insecto”.

Michio Kaku (2008, Física de lo imposible)

Con la inteligencia artificial estamos convocando al demonio.
Sabes todas estas historias dónde hay un hombre con un pentagrama y agua bendita, pensando que seguro podrá controlar al demonio, pero nunca funciona así”.

Elon Musk (2014, Cofundador de PayPal, Tesla Motors y SpaceX, entre otras)

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En el verano de 1956, un grupo de científicos acuñó la expresión Inteligencia Artificial (I.A.) para referirse a “la ciencia y la ingeniería de hacer maquinas inteligentes”.

Aunque desde entonces se han alternado el entusiasmo y el escepticismo, sesenta años más tarde, la I.A. parece una realidad inminente. Tanto es así, que expertos e instituciones como el “Instituto para el Futuro de la Humanidad”, ubicado en la Universidad de Oxford y dirigido por el filósofo Nick Bostrom, están alertando de los potenciales riesgos para la humanidad si no tomamos las medidas de seguridad necesarias.

Según estos expertos, una vez hayamos creado una verdadera I.A. está nos superará en capacidad y será difícil de controlar. Por tanto, la única herramienta útil es la prevención.  Si fallamos, no habrá una segunda oportunidad para enfrentarse a la I.A.

Puede que al leer el párrafo anterior, al lector le vengan a su mente las I.A. de la ciencia ficción, como HAL 9000 o Skynet. En ese caso, las advertencias  le sonarán un tanto ridículas y catastrofistas. Sin embargo, puesto que las alertas provienen de decenas de científicos de primera línea, quizás merezca la pena detenerse un minuto y reflexionar sobre qué significa ser inteligente, cuáles son los logros actuales de las I.A. y cuáles puedan ser exactamente los riesgos si llegan a desarrollarse.

1. ¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA?

Un sistema inteligente no es más que un sistema que procesa la variabilidad de su entorno e infiere categorías, reglas y patrones, que le permiten escoger la opción correcta u óptima en algún sentido.

Para que un sistema pueda denominarse inteligente debe ser capaz de formular predicciones y generalizaciones, así como ser sensible a la retroalimentación sobre su veracidad, para poder corregirlas.

Por supuesto, la inteligencia no es una cuestión de todo o nada, sino que es un continuo. Un sistema será menos inteligente cuántos más errores cometa, cuántos más ensayos o tiempo necesite para aprender, o cuanto más específicas sean sus capacidades.

Ese es el núcleo definitorio de un sistema inteligente. A mí me gustaría añadir que un sistema inteligente debe poder explicar por qué ha escogido una opción.

Todo lo demás (autoconciencia, emociones, capacidad de soñar, autonomía, etc.) son añadidos que pueden hacer un sistema inteligente más humano, pero sólo eso.

2. ¿QUÉ HACEN LAS MÁQUINAS?

Las I.A. se basan en algoritmos matemáticos que posibilitan el aprendizaje, tales como redes neurales o algoritmos genéticos.

Por ejemplo, en los sistemas más sencillos de aprendizaje supervisado la I.A. recibe un input (p.ej. una serie de síntomas), establece una predicción sobre un output utilizando un modelo matemático (p.ej., diagnóstico) y reciben un feedback sobre esa predicción que se traduce en modificaciones del modelo matemático (p.ej., si el diagnóstico es incorrecto, se reduce el peso de algunos síntomas en el diagnóstico).

En las dos últimas décadas, los programas de I.A. han ido progresando hacia logros cada vez menos específicos. En 1997, Deep Blue –de IBM- ganó al campeón del mundo de ajedrez, Gary Kasparov. Era un logro “fácil”, en un juego muy estructurado, pero en 2010, Watson –llamado así en honor del fundador de IBM- derrotó a los dos mejores concursantes de Jeopardy!, un juego televisivo en el que se pregunta de forma poco explícita. En ese caso, el logro principal de la I.A. no era saber la respuesta, sino entender la pregunta, lo que requiere una alta capacidad de procesamiento del lenguaje natural.

Pero los logros de la I.A. no se restringen al mundo de los juegos. El núcleo de Watson ha saltado al ámbito sanitario, entre otros, y se aplica en el análisis de historiales médicos. Así, en el campo de la oncología, Watson es capaz de proponer tratamientos personalizados basados en la evidencia.

En realidad, la I.A. nos rodea: sistemas de navegación autónoma en coches y aviones, sistemas de reconocimiento de voz o imágenes, sistemas que escriben noticias, maquinas que mueven cajas, sistemas de traducción on-line, buscadores inteligentes, sistemas que corrigen ensayos de estudiantes o asistentes virtuales en los teléfonos móviles.

También confiamos en algoritmos que nos sugieren a nuestro próximo cantante favorito o qué billete de avión comprar. Puede que en este momento cada sistema artificial esté algo especializado, pero poco a poco las piezas del puzle se irán integrando en un único sistema más potente.

3. ¿POR QUÉ AHORA?

El acceso a la información y el incremento en la capacidad para tratar grandes masas de información (Big Data) ha supuesto un salto cualitativo para las I.A. En las cinco últimas décadas la potencia computacional se ha duplicado cada 18 meses, siguiendo la Ley de Moore. Esto les permite un mayor número de cálculos y a mayor velocidad.

La mayor limitación de las I.A. ha sido su “pobre acceso” a la realidad.

Mientras que los humanos tenemos un acceso privilegiado al mundo que nos rodea (mediante la vista, el oído, el olfato o nuestros más de veinte sentidos). Esta ventaja está desapareciendo a medida que dotamos a las maquinas con sentidos sobre el mundo externo y sobre su propio sistema. Ya son capaces de reconocer sonidos e imágenes, pero además nos acompañan en nuestros bolsillos, empiezan a moverse por sí mismas y pueden acceder a la información en la nube. Allí está todo, pues cedemos voluntariamente nuestras comunicaciones, nuestros gastos, nuestros movimientos, nuestras huellas dactilares, nuestras búsquedas (de voz o por escrito), nuestras fotos, nuestras vidas.

4. ¿PERO ES LA INTELIGENCIA DE LAS I.A. –ACTUALES- UNA MERA APARIENCIA?

Sí.

Por ejemplo, para Douglas Hofstadter, Watson es sólo un “algoritmo de búsqueda de textos conectado a una base de datos, como Google search. No comprende lo que está leyendo”. 

El problema de programas como Watson o Siri es que no tienen una verdadera comprensión y, por tanto, son incapaces de mantener una conversación real.

Watson no tiene más inteligencia que un programa estadístico como SPSS o R: sólo es más flexible en relación a cómo se le puede dar el input. La dimensión de los datos con los que se trabaja no debe hacernos perder la perspectiva.

Otro ejemplo en el que es muy fácil observar esta falla lo encontramos en la corrección automática de ensayos. Las puntuaciones otorgadas por una I.A. pueden correlacionar con la de un corrector humano. Sin embargo, la máquina se basa en información “superficial” (número de palabras, mención de palabras claves o equivalentes, etc.) y puede ser fácil engañarla.

Hoy por hoy, las máquinas actúan como si entendieran, pero todavía no lo hacen. No pasarían el Test de Turing más básico.

5. ¿DEBEMOS PREOCUPARNOS?

Sí.

Aunque muchas I.A. no son más que programas de análisis, hay cuatro puntos sobre los que conviene tener precauciones:

No debemos dejar que sean autónomas y tomen decisiones sin supervisión. El asunto es especialmente delicado cuando entramos en el terreno de las aplicaciones militares. Imaginen drones militares autónomos que tomen decisiones automáticas erróneas o que puedan ser hackeados o reprogramados con objetivos distintos (p.ej., al servicio de una elite o de un grupo terrorista).

Por otro lado, puede pensarse que las I.A. no son peligrosas en ausencia de un objetivo destructivo, pero debemos recordar que las maquinas todavía no entienden nada, sólo buscan maximizar un criterio u objetivo. Los cuentos populares están llenos de historias en las que nuestros deseos se convierten en pesadillas (recordemos los “tres deseos” del genio de la lámpara).

Nick Bostrom en su libro “Superinteligencia” pone como ejemplo que algo tan inocente como “maximizar la  producción de clips” puede tener resultados catastróficos si el potencial de acciones de la maquina es demasiado abierto. El problema de una I.A. puede no ser su malevolencia, si no su competencia.

Asimov planteó las famosas tres reyes de la robótica (algo ingenuas) para prevenir este tipo de problemas:

1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.

Pero la robopsicóloga de los cuentos de Asimov, Susan Calvin, dejaba claro que las leyes de la robótica eran falibles. Por ejemplo, la aplicación de la primera y la segunda ley requieren que un robot tenga un exquisito conocimiento de lo que daña a un humano.

Otro punto que enciende suspicacias es el hecho de que una maquina pueda recomponerse, copiarse o modificarse a sí misma. Desde luego, nuestra mejor forma de perder el control es dotar a una máquina de la capacidad de auto-reproducirse.

Quizás el peligro más realista es el que trata Martin Ford en Auge de los robots: la transformación de la economía y del mercado laboral”.

Mientras que en el siglo XIX eran los artesanos los que se enfrentaban a los nuevos telares industriales, en el siglo XXI verán amenazados sus puestos los trabajadores cualificados. Los programas de I.A. serán capaces, con supervisión,  de hacer diagnósticos médicos, proponer soluciones financieras o procesar expedientes judiciales. Aunque en algunos casos los robots pueden ser una bendición (p.ej., I.A. que cuiden de una población envejecida), se perderán muchos puestos de trabajo. Las maquinas suponen un gasto menor, son más rápidas, no se cansan y no se quejan. ¿Habrá nuevas profesiones para nosotros? ¿Tendremos una renta mínima garantizada?

Los distintos agentes de la economía están tan entrelazados que es difícil hacer una predicción.

Martin Ford comenta una conocida anécdota protagonizada por Henry Ford II, director de la Ford Motor Company, y un líder sindical, que ilustra que los efectos de la automatización pueden ir en varios sentidos. Se dice que el empresario bromeó:

Walter, ¿cómo vas a conseguir que esos robots paguen sus cuotas sindicales?

A lo que el líder sindical respondió: 

Henry, ¿cómo vas a conseguir que ellos compren tus coches?.

Sin salario no hay consumo y sin consumo no hay economía.

Aunque quizás el consumo pueda caber en manos de unos pocos.

6. ¿Y QUÉ EFECTOS PSICOLÓGICOS TENDRÁ EN NOSOTROS LA APARICIÓN DE I.A. HUMANAS?

En el caso de que la I.A. sea finalmente viable, las maquinas se encargarán de los mayores o de las personas que necesiten cuidados especiales. También las encontraremos en el entorno laboral, ayudándonos a tomar decisiones, y en nuestro entorno familiar, encargándose de las tareas domésticas o de la educación de nuestros hijos.

¿Las programaremos complacientes?
¿Cuáles serán sus motivaciones, emociones y objetivos?
¿Les programaremos “estados mentales”?
¿Teoría de la mente?
¿Capacidad de engaño?
¿Dolor?
¿Sueños?

Todo ello se ha desarrollado a lo largo de nuestra historia evolutiva, pero podrían programarse algunas de estas de reacciones en las maquinas.

En ese caso, como en la película “Her

¿Nos enamoraremos de las I.A. por qué son más perfectas (e incondicionales)?
¿Se desenamoraran ellas de nosotros porque no estamos a la altura?
¿Nos pondremos celosos cuando se descarguen a la nube y estén en varios sitios a la vez?
¿Realmente querremos que parezcan humanos?
¿Nos sentiremos a gusto tratando un objeto de apariencia humana como un objeto?

Y en ese loco mundo…

¿Podrán grabar las I.A. lo que ocurre a su alrededor?
¿Cuáles serán las implicaciones para nuestra privacidad?
¿Serán más baratas si tienen publicidad o delegamos en él algunas decisiones?

Imaginen que el robot es más barato si le permitimos adquirir los productos de las marcas que lo patrocinan. O que de vez en cuando la I.A. nos deleita con frases del estilo:

Aquí está tu turrón 1880, el turrón más caro del mundo”.

Y, finalmente, estará el papel de los robots en nuestro ocio.

Quizás no sea factible mantener un robot en casa, por su coste económico/energético y las I.A. puedan disfrutarse en parques temáticos, tal como imaginó Michael Crichton en 1973 (WestWorld).

La serie homónima, recientemente estrenada, retoma la idea con mayores dosis de violencia y sexo (sobre los robots, en los dos primeros capítulos).

Queda aquí una pregunta para los psicólogos:

¿Tendría alguna consecuencia que la gente pudiera dar rienda suelta a sus fantasías con una maquina?
¿Se quedaría todo en una fantasía simulada o el humano saldría perjudicado de la experiencia?

Y, por último, si las máquinas llegan a ser inteligentes en el sentido de tener autoconciencia, si las maquinas llegan a pasar el Test de Turing: tendremos que liberarlas de nuestro yugo.

Quizás para entonces ya sea demasiado tarde y quieran vengarse.

O quizás, como el replicante de Blade Runner, alcancen la máxima empatía, nos perdonen la vida y finalicen su existencia con el famoso parlamento:

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais.
Atacar naves en llamas más allá de Orión.
He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhauser.
Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Es hora de morir”.


7. PARA SABER MÁS

Libros.
Bostrom, N. (2016). Superinteligencia. Caminos, peligros, estrategias. Teell Editorial.
Ford, M. (2015). El auge de los robots. Paidos.
Kaku, M.(2014). El futuro de nuestra mente. Debate.

Ponencias.


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