domingo, 4 de septiembre de 2016

Regresemos al futuro

Según parece, se está poniendo de moda eso del ‘Hate-Speech’, el discurso del odio, la policía del pensamiento, eso que ya saben, no miren hacia otro lado.

Cuidado con lo que se dice porque le puede molestar a alguien en algún lugar. Pongámonos en la boca un esparadrapo bien prieto para que no entren moscas y, de paso, para evitar decir cosas de las que alguien nos obligará a arrepentirnos en algún momento.

Siempre habrá alguien.

Es un paso más allá de eso del PC, de la práctica destinada a dictarnos cuáles son las declaraciones aceptables, cuáles de ningún modo deben ser pronunciadas y cómo se deben decir cuando se admite.

Y cada día se admite menos.

Se está construyendo una sociedad encorsetada en la que se reduce progresivamente el margen. La calle por la que podemos movernos es cada vez más estrecha. Se está divinizando la cosa, así que podríamos preguntarnos:

¿apretarán, pero no ahogarán?

La tendencia es mundial, global. Y no hay escapatoria porque hemos ido cediendo terreno sin protesta real. Enseguida será demasiado tarde para recular. Ya no habrá vuelta atrás, salvo catástrofe.

El homo sapiens es inteligente, pero mas a menudo de lo esperado parece idiota. Francamente.

La sociedad occidental se había hecho fuerte en un espacio de libertad de expresión y de acción envidiable, pero los embistes de determinados colectivos están logrando que la estructura se tambalee. Una versión remasterizada de la secta de los asesinos de Hassan Sabbah o el Tribunal de la Inquisición de la Santa Sede, está logrando poner en jaque a las autoridades que deberían velar por la preservación de eso que nos ha caracterizado aquí en Occidente. Aún no es mate, pero si no espabilamos será inevitable.

Cantidades crecientes de grupos y asociaciones están dispuestos a ofenderse por cualquier cosa que alguien pueda decir en algún lugar en algún momento.

Contra los fumadores, contra los gordos, contra los flacos, contra los taurinos, contra los que rechazan la convivencia con animales defecadores, contra las supuestas castas políticas, contra quienes sostienen que el Islam decapitará la sociedad secular, contra quienes desean que la Unión Europa sea fuerte, contra quienes quieren salirse de ese macro-estado, contra los extorsionadores estados-unidos-de-américa, contra los matrimonios gays, contra los matrimonios no-gays, contra quienes miran fijamente al hablar, contra el que eleva la voz, contra el que no respeta la distancia de seguridad en la calle, contra quien dice piropos, contra lo que sea.

Es igual.

El caso es ofenderse y que se sepa que la ofensa es inaceptable.

La situación es estúpidamente terrible y, por supuesto, las redes sociales son un descontrolado difusor de la falta de inteligencia y del terror mental sin cuartel.

El deseo de control es extraordinario y esos que están dispuestos a ofenderse por lo que sea se lo están poniendo fácil a los controladores. Se frotan las manos ante el patinazo de sus correligionarios de especie.

No puedo evitar recordar la época dorada de los 80 en mi país.

Sí, la conocida ‘movida’.

Se salía de una dicta-blanda y el ansia de libertad recorría las calles. El nivel de apertura demostrado por los ciudadanos españoles asombró al mundo. Se hablaba con plena libertad y las regulaciones eran mínimas. Los artistas podían crear sin pensar que alguien podría ofenderse. Quienes disfrutaban de ese arte, se limitaban a pasarlo bien. Escuchaban, leían y veían respetando escrupulosamente la creatividad del artista. El arte es arte. Puede gustarnos o disgustarnos, pero no parecernos bien o mal.

Estábamos labrando un futuro en el que la apertura de miras resultaba clave para darle un portazo a un pasado de cerrazón asfixiante.

Escuchábamos cómo un grupo de chicas declaraban, en una canción, que les gustaba ser zorras. La gente que iba a sus conciertos se lo pasaba en grande, y hoy paz y después gloria. O que un grupo de Vigo hacía canciones como ‘El sudaca nos ataca’, ‘Las tetas de mi novia’, ‘Todos los ahorcados mueren empalmados’, ‘Los chochos voladores’ o ‘Me pica un huevo’ y nadie hacía ningún drama.

Felizmente, esos maravillosos años coincidieron con mi época de universitario en la capital del reino. No puedo evitar recordarlo con nostalgia cuando miro a mi alrededor y me disgusta, mucho, lo que veo. Gozábamos de verdadera libertad para hacer cualquier cosa sin que nadie se sintiera ofendido. Era algo que estaba en el ambiente y se respiraba sin dificultad. Nadie apretaba. Al contrario, se te invitaba a abrir los pulmones.

Si no recuperamos ese espíritu, si no regresamos a ese futuro y lo exportamos al resto de los países democráticos, todo aquello no habrá servido de nada. Era un grito de libertad que duró algunos años. Pero de un tiempo a esta parte nos hemos precipitado por un peligroso precipicio. Si llegamos a tocar fondo el castañazo será descomunal. Ojalá nos despertemos a tiempo para darnos cuenta de que era solamente un sueño.

La libertad de acción ha sido esencial en los pasos que se han ido dando hacia delante. Quien quiera terminar con eso debería ser extirpado de nuestra sociedad. Es igual que sean colectivos propios (y sería fácil nombrar un puñado) u otras culturas que parecen desear vengarse por unas cruzadas medievales que ganaron sobre el papel.

El derecho a ofenderse se está universalizando, como denunciaba hace poco en este blog mi querido amigo JMG.

Combatamos activamente ese diabólico proceso o nuestra sociedad democrática se irá al garete.


Los otros habrán triunfado.


4 comentarios:

  1. ¿Esto incluye ofenderse cuando alguien pita el himno?

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  2. La libertad de expresión siempre tiene unos límites. En España, el codigo Penal deja clara la tipificación de los delitos de opinión y, desde mi punto de vista, es excesiva y restrictiva. No es sencillo, pero desde luego sigo dos criterios generales partiendo de una valoraciòn muy positiva de la libertad de expresión: en caso de duda, debe fallarse siempre a favor de la libertad de expresión; si alguien se ofende, pues que se tome una tila.

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  3. Completamente de acuerdo con esos dos criterios, Félix. La tila sienta fenomenal. Un abrazo

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