Me aproximé con ingenuo interés al best-seller de Eben Alexander ‘La Prueba del Cielo’. El subtítulo parece
ser una de las claves de su éxito:
“El viaje de un neurocirujano a la vida después de la muerte”.
A este médico se le indujo un coma al
llegar en un estado convulso al Hospital y permaneció así durante una semana.
Su neocorteza estaba siendo devorada por un agresivo agente patógeno. Sus
funciones mentales superiores estaban anuladas, y, por tanto, debía estar
necesariamente en un estado no-consciente.
Sin embargo, asegura en su libro que su conciencia permaneció intacta.
Durante esa semana, su conciencia abandonó en la UCI su residencia habitual, es
decir, el cuerpo de Eben, y viajó al cielo. Allí pasó desde un lugar de
tránsito bastante extraño a una representación ideal de Shangri-La (bella mujer
alada incluida) para llegar al núcleo, una especie de agradable agujero negro
en el que comprendió todo, el sentido de la vida (y la muerte).
Su paseo celestial fue archivado por
su conciencia, que no es de éste mundo, sino del otro. Al recuperarse del coma,
su cerebro –la conexión entre esa conciencia eterna y el mundo
terrenal—hizo un downloading,
descargó el material que usaría para escribir su exitoso libro, que engrosaría
el listado de experiencias cercanas a la muerte (Near-Death Experiences) contadas por cientos de personas alrededor
del mundo.
La gracia de esta historia, de la que
se ha servido descaradamente la editorial, es que Alexander es un médico
entrenado en la tradición del método científico: sin pruebas, no tenemos nada
que discutir. Sin embargo, su experiencia no puede valorarse según las reglas
de ese método. O se cree en ella o no se cree. Punto.
Una comparativa excelente para
entender la anterior declaración es una escena de ‘Contact’ que, a mi juicio, es el testamento
de Carl Sagan sobre esta cuestión de
lo divino y lo humano. El jurado lleva a la protagonista a un punto en el que
debe admitir que carece de pruebas para demostrar la inverosímil historia que
vivió en el espacio. Como científica comprende la posición de incredulidad de
los miembros del jurado, pero es incapaz de admitir que se ha inventado su
vivencia porque ella sabe, siente, que es cierta.
El caso de Alexander se parece. El lector
puede creer su historia o no, pero cualquiera de las alternativas se basará en
la fe. El médico no puede aportar pruebas sobre la existencia de ese cielo que
declara haber visitado mientras estuvo en coma. Los escépticos tampoco pueden
demostrar que esté mintiendo.
Tuve acceso a un estupendo artículo
de investigación, no obstante, que recomiendo a cualquiera que sienta la
tentación de engrosar el número de lectores del librito de este neurocirujano.
El título de ese artículo deja pocas dudas sobre la visión del periodista: el profeta. Alguien que dice tener
pruebas de que el cielo existe y que se juramenta para proclamar la buena nueva
a los cuatro vientos, se ajusta a la definición de profeta, le guste o no.
La investigación de Luke Dittrich incluye largas
entrevistas con el médico celestial, su historial como neurocirujano y, en
resumidas cuentas, la credibilidad que puede tener su paseo divino atendiendo a
su trayectoria vital aquí en la fangosa Tierra.
Puedo ahorrarles media hora larga de
lectura: el periodista sospecha, igual que el Dalai Lama, que no deberíamos fiarnos de alguien que antes de los
hechos narrados en el librito se enfrentaba a varias denuncias millonarias por
repetidas negligencias médicas. Esa amenaza, con malísima solución, habría
llevado a su brillante intelecto a reinventarse, como hicieron antes que él
otros que se tomaron muy en serio eso del sueño americano.
El éxito de ventas de ‘La Prueba del Cielo’, que Hollywood llevará a la gran pantalla, le garantiza inmunidad ante sus
fracasos como médico. Su carrera estaba acabada, pero eso es historia. Ahora,
como dice el periodista, Alexander “is in a better place”.
Hice referencia antes a Sagan, quien
popularizó eso de que “extraordinary claims require extraordinary evidence”,
aunque la idea original proviene de Laplace,
Hume y Truzzi. Pero las historias extraordinarias de quienes han
experimentado NDEs no van asociadas a pruebas extraordinarias porque, al menos por
ahora, no existen.
El director del National Institute of Health (NIH) Francis Collins, escribió un librito sobre la relación de la
ciencia con la fe (El lenguaje de Dios).
Tuvimos oportunidad de comentarlo aquí. En cierto modo,
concuerda con el testamento de Sagan en Contact:
“Abrirse a la vida del espíritu es algo indescriptiblemente
enriquecedor”.
Alexander puede ser un oportunista
que se sirve de una de las ansias más arraigadas de los humanos para enriquecerse,
para superar sus gravísimos problemas de liquidez. No sería la primera vez y
tampoco será la última. Pero eso no significa que dejen de interesarnos las
tres preguntas que él recupera en ‘The Map of Heaven’:
¿Quiénes
somos?
¿De dónde
venimos?
¿Hacia
dónde vamos?
Platón podría habernos legado
un mensaje más importante de lo que pensamos a través del mito de la caverna. Pudiera ser que
viviéramos en un mundo de sombras proyectadas desde otro lugar, desde ese lugar
al que, por ejemplo, viaja Ellie Arroway
como representante del mediático astrónomo. Cabe la posibilidad de que sea cierta
la historia de la caverna que los hermanos Wachowski
remasterizan en ‘Matrix’.
O no.
¿Quién sabe?
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