Tuvo lugar en Madrid el Seminario Internacional sobre avances en el
estudio de la inteligencia los pasados días 7 y 8 de Abril. Ahora es el momento
de comentar sus pormenores dando algún rodeo.
En el Editorial de despedida de sus
labores como editor de la revista ‘Intelligence’
durante 40 años, Douglas K. Detterman
–uno los ponentes en este seminario—escribió:
“El único interés consignado en mi curriculum vitae ha sido
la búsqueda de respuestas a la pregunta de ‘por qué hay personas más brillantes intelectualmente que otras’.
Se
me ha sugerido a menudo que debería eliminar esta frase y sustituirla por algo
más científico o más ambiguo (quizá, para algunos, ambiguo y científico es
equivalente).
Pero
a mi me parecía el mejor resumen sobre lo que me interesaba.
Siempre
tuve el convencimiento de que comprender la inteligencia era más importante que
entender el origen del universo, el calentamiento global o curar el cáncer.
La
inteligencia humana es nuestra principal función adaptativa y solo si logramos
optimizarla seremos capaces de salvarnos a nosotros y a los demás seres vivos
de la destrucción total.
Así
de sencillo”.
Desgraciadamente no hay un interés digno de reseñar por este factor humano entre
las personas que se están formando actualmente en las Facultades de Psicología
–salvo honrosas excepciones. Tampoco en quienes tienen la responsabilidad de enseñarles,
donde abunda la tendencia a subrayar factores menores, menospreciar los mayores
y mirar hacia otro lado.
Pero una minoría de científicos sigue
adelante, a pesar de los obstáculos. Y a veces, como ha sido el caso que ha
rodeado la organización de este seminario, encuentran apoyos. Sencillamente el
acto no hubiera sido posible sin el soporte del ‘Spanish
Journal of Psychology’ y su actual director, Javier Bandrés.
Pero vayamos al tajo, veamos de qué
se habló durante el seminario.
El uso de videojuegos se presentó como un
sólido candidato a sustituir, o por ahora cuando menos a complementar, los
métodos tradicionales de medir las diferencias individuales de capacidad. Los
esfuerzos del equipo de la Profesora Mª Ángeles Quiroga concurren con los de otros grupos de investigación. El estudio de la
inteligencia debe moverse más allá del paradigma convencional, basado en los
test estandarizados, para observar rigurosamente lo que sucede en situaciones
más ecológicas –aunque no necesariamente más válidas. Los rápidos avances
tecnológicos están siendo cruciales para acercarse a ese objetivo y los
psicólogos no deberían perder el hilo dentro del laberinto del siglo XXI.
Quizá esos avances sean también un
elemento clave para corregir el escaso papel que posee el profesor en los
procesos de enseñanza, al explicar por qué algunos chavales lo hacen mejor que
otros en el colegio. Sobre los factores que contribuyen a
esas diferencias se centró la presentación de D. K. Detterman. En resumen: entre el 1 y el 7% se debe al
profesor, mientras que el 90% se debe a factores del propio estudiante. Y entre
esos factores destaca, con extraordinaria ventaja sobre los demás, su capacidad
intelectual, un factor que va consigo cuando sale del aula. No se logrará
avanzar en el futuro, seguiremos igual que hasta ahora, igual que en los
últimos 2.000 años, si no mejoramos nuestra comprensión de ese factor
psicológico en su relación con la educación y más allá. Si no cambia la
situación, podríamos despedir a los profesores y daría igual, se podrían
sustituir por sistemas automáticos de enseñanza o por la academia de Kahn.
La ponencia de Stuart J. Ritchie exploró el problema del declive
cognitivo y físico en edades avanzadas. Un tema de indudable interés en un
mundo en el que su población (humana) envejece. Se presentaron datos de la Lothian Birth Cohort 1936 llegándose a la conclusión de que
ambos declives se encuentran disociados. No existe un declive generalizado, y,
por tanto, se puede presentar un deterioro cognitivo sin que sea visible uno
físico (y al revés). El futuro pasa por comprender por qué no existen causas
comunes al proceso de desarrollo y declive. Tengo que decir que este resultado
es extraño si se tiene en cuenta una contundente investigación reciente de la
que hablamos en este mismo foro.
Danielle Posthuma hizo una magnífica exposición
sobre la falta de progreso real en la caza de genes asociados a las diferencias
de inteligencia, reconociendo que el aumento del número de individuos
considerados en los estudios no ha producido los resultados esperados: un incremento
exponencial del poder estadístico no ha sido particularmente útil. Sigue sin
encontrarse los genes que pueden explicar esas diferencias. Son
demasiado huidizos (o sus efectos directos minúsculos). ¿Cuál es la solución?
Según sus propias palabras, los científicos debemos encontrar modos creativos
de resolver el puzzle de la varianza
genética. Una estrategia pudiera ser usar la reciente investigación con ‘stem cells’ para comprender los mecanismos de acción de los genes y generar
predicciones concretas sobre la conexión con los fenotipos de interés –en
nuestro caso la inteligencia.
Emiliano Santarnecchi expuso resultados derivados del uso
de la neuroimagen funcional para aumentar nuestro conocimiento sobre la
inteligencia. Subrayó la relevancia de considerar la actividad funcional en
reposo, amparándose en el hecho de que cuando se le pide a un individuo que
haga algo, su activación espontánea en reposo (20%) solamente crece un 5%. Por
tanto, la parte del león debe encontrarse en el primer tipo de actividad. Fue
más allá destacando la importancia, a menudo ignorada, de las conexiones
débiles y distantes entre regiones. En el tramo final de su exposición presentó
datos sobre el efecto de la estimulación
magnética y cómo esta técnica puede impulsar la investigación sobre el
sustrato neurobiológico de la inteligencia hacia nuevos horizontes.
Adam Chuderski centró su ponencia en la relevancia de las
oscilaciones neuronales para entender las diferencias de capacidad. En
concreto, cómo las variaciones en el acoplamiento theta/gamma, por ejemplo,
pueden condicionar las limitaciones de capacidad. El desarrollo de modelos
formales que tengan en cuenta las propiedades funcionales del cerebro humano
resulta, desde esa perspectiva, crucial. La capacidad del cerebro humano para
controlar los procesos de sincronización y desincronización de los distintos tipos
de ondas puede ser un poderoso determinante de las diferencias individuales de
rendimiento intelectual.
Norbert Jausovec presentó tres estudios relacionados
con la posibilidad de mejorar la inteligencia. En el primero, el entrenamiento
cognitivo cambió la actividad cerebral de un grupo de mujeres haciéndola
similar a la presentada espontáneamente por un grupo de varones y mejorando,
así, su capacidad visoespacial. En el segundo, la estimulación magnética dirigida
a regiones parietales mejoró el rendimiento en el test de Raven. En el tercer
caso se revisó la controvertida relación de la actividad alfa con la
inteligencia, observando que la variable sexo no se puede ignorar para
encontrar regularidades en el aparente caos.
El seminario se clausuró con una
sesión de preguntas que se me encargó formular a los ponentes. Hice dos
preguntas personalizadas, pero quiero destacar en este apretado resumen la
pregunta común dirigida a todos ellos:
“¿Qué harías si Bill Gates te ofreciese mil millones de
dólares?”
Con ligeras variaciones, una mayoría
de los ponentes, capitaneados por Detterman, se decantó por la creación de un
consorcio internacional de científicos exclusivamente orientados al estudio de
la inteligencia.
En lugar de ir a la luna (Apollo Program) o comprender el cerebro
(Brain Initiative) esos mil millones
de dólares se usarían para hallar la respuesta a la gran pregunta:
¿Por
qué hay personas mas brillantes intelectualmente que otras?
Si Detterman está en lo correcto –y
algunos pensamos que así es—nuestra supervivencia está en juego. Vale la pena
hacer esa inversión, Bill.
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ResponderEliminarGracias por la información. Un interesante seminario, de alto nivel. Desgraciadamente no pude asistir.
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