Aunque ya lo sabíamos por los
informes publicados en los últimos años, en la entrevista
que le hizo David Lubinski en el
último encuentro anual de la ISIR
(Septiembre de 2015), Robert Plomin
confesó que llevaba casi dos décadas buscando, sin resultados, los genes
responsables de la heredabilidad de la inteligencia.
La historia comienza con el famoso artículo de 1998
y su IGF2R. Desde entonces, a pesar de que la tecnología no ha parado de
mejorar y las muestras han sido cada vez más numerosas, equipos como el de
Plomin han ido de decepción en decepción. Hay que reconocerles una persistencia
fuera de lo normal (aunque, como me comentaba el Profesor E. B. Hunt en un
corrillo de ese encuentro de la ISIR, la idea es tan poderosa que los
científicos se resisten a aceptar la derrota).
En un reciente artículo publicado en
‘Molecular
Psychiatry’ se vuelve a la carga con una aproximación ‘positiva’ (“sólo se puede tener
una inteligencia extraordinariamente alta si el individuo posee muchos alelos
positivos y pocos negativos”).
En esa investigación se considera un numeroso
grupo de individuos (N = 1409) con un CI por encima de 170 (es decir, personas
situadas en el 0.003 % superior de la distribución poblacional de inteligencia
–la elite de la elite). Ese selecto grupo se compara con un grupo control de
3252 individuos.
El análisis del genoma de esos dos
grupos no reveló nada de nada.
Por tanto, seguimos ante el reto de
la ‘missing
heritability’, que “no es única en la investigación de la inteligencia, sino que
es endémica en las ciencias de la vida”.
Esta es la conclusión de los autores:
“estos
resultados subrayan la compleja arquitectura genética de la inteligencia”.
Pero, ¿y si esos resultados –en unión
con los acumulados en las dos últimas décadas—nos están diciendo que la
búsqueda carece de sentido? ¿y si las variaciones genéticas, aunque reales, son
irrelevantes para comprender las diferencias de inteligencia que nos separan?
Es una pregunta que merece la pena
formularse con espíritu deportivo.
Si no son las diferencias genéticas,
entonces debemos buscar en otro lugar. O, mejor dicho, las leves diferencias
genéticas que nos separan pueden ser irrelevantes en sí mismas, pero no en
interacción con las condiciones del entorno, con las situaciones por las que
transitamos durante nuestro particular ciclo vital.
Esa es precisamente la idea que
subyace al multiplicador individual del modelo de Bill Dickens y
Jim Flynn.
Confieso que no le presté la debida
atención hasta ahora. No lo hice porque es bastante complejo de contrastar,
pero me temo que no hay más remedio que enfrentarse a esa cruda realidad.
¿Qué postula el multiplicador
individual?
Una leve ventaja genética individual
permite capturar una poderosa serie de fuerzas ambientales. Cuando se emparejan
ambos factores, los efectos positivos se multiplican. Existe una
retroalimentación positiva que hace que el individuo ligeramente más brillante
genéticamente busque información con la que alimentar a su cerebro. Y ese
cerebro va comiendo cada vez más y mejor, lo que le permite seguir buscando y
estimulándose.
En consecuencia, si ese modelo es
correcto, entonces buscar en las variaciones genéticas será irrelevante.
El programa de investigación más
adecuado sería separarse de la línea de razonamiento seguida hasta ahora,
basada en grupos, para centrarse en los individuos. No se trataría de comparar,
por ejemplo, individuos de extraordinaria capacidad intelectual e individuos
‘normales’, sino que el objetivo sería comparar individuos más y menos
brillantes intelectualmente.
Comparar esos individuos según su
trayectoria vital. Caso a caso, pacientemente.
Los programas de mejora de la
inteligencia no funcionan porque son obviamente inadecuados. Miramos un rato, a
muy corto plazo, pero luego, a largo plazo, nos despistamos.
Necesitamos videos, no fotografías.
Igual que el proyecto BRAIN está
buscando el modo de filmar las neuronas en acción, deberíamos buscar modos de
filmar la vida de los individuos. Indagar en su historia. Explorar su viaje cognitivo por la vida.
Es bastante probable que
encontrásemos que los individuos más brillantes han perseguido metas que han
supuesto un reto sistemático para sus cerebros.
Como suele decir Flynn, esos
individuos son curiosos, lectores voraces, culturalmente hambrientos, amigos de
amigos estimulantes y con parejas brillantes. Viven en un permanente programa
de mejora de la inteligencia.
No será tarea fácil, al menos tal y
como se nos presenta ahora. Pero si es esa la vía regia para llegar al
conocimiento que ansiamos, solo conseguiremos acumular frustración si
persistimos en la misma estrategia.
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