domingo, 15 de noviembre de 2015

Los ‘Hombres Buenos’ de APR

Es posible, aunque poco probable, que el título de la última novela de Arturo Pérez-Reverte (APR) haya sido inspirado por la excelente película de Rob Reiner (Algunos hombres buenos).

Hombres Buenos’ fue una agradable, aunque intensa, lectura de este verano de 2015.

Agradable, porque uno lo pasa bien si le gustan las extensas diatribas dialogadas, en este caso sobre la sociedad de la época. El autor se ‘calienta’ con frecuencia al repasar los pormenores de la vida en el siglo de las luces.

Intensa, porque APR procura encontrar un equilibrio complejo entre las dos sociedades que se comparan en la novela (“pueblos groseros hay en todas partes”), la de los enciclopedistas franceses (Voltaire, Rousseau, Mostesquieu, Diderot, D’Alambert) y la arcaica España (‘La España posible en el tiempo de Carlos III’, según Julián Marías).

La escala de grises que nos dibuja se aleja de los manidos extremos:

Sería de justicia recordar que en tiempos de oscuridad, siempre hubo hombres buenos que lucharon por traer a sus compatriotas las luces y el progreso
(…) los españoles seguimos siendo los primeros enemigos de nosotros mismos”.

La narración se construye alrededor del tortuoso viaje (“en aquel tiempo, viaje era sinónimo de aventura”) de dos académicos de la Real Academia de la Lengua Española a París (“el pleno de la Academia aprueba por mayoría designar a dos hombres buenos –el bibliotecario Hermógenes Molina y el brigadier retirado de la Real Armada Pedro Zárate—para adquirir la obra completa”) para traerse a su excelente biblioteca los voluminosos tomos de la Enciclopedia (“la obra que compendiaba la mayor aventura intelectual del siglo XVIII: el triunfo de la razón y el progreso sobre las fuerzas oscuras del mundo entonces conocido (…) los 28 volúmenes editados entre 1751 y 1772”). Una obra prohibida por el Santo Oficio para su uso y consulta por el pueblo llano. Pero los académicos lograron los permisos reales y eclesiásticos necesarios para hacerse con ella.

Como experimentado narrador, APR incluye villanos que se esfuerzan por impedir que se alcance la meta. Además, me resultó original que se intercalase la descripción estándar de sucesos en cualquier novela, con la propia tarea documental del autor (“miré otra vez hacia el río, a cuyas aguas se habían asomado 230 años atrás los protagonistas de mi historia”). Imagino que puede ser porque, en la actualidad, él mismo forma parte de la Real Academia, y, por tanto, quizá materializa así un deseo de haber formado parte de aquella expedición. Bastante comprensible. Es fácil simpatizar.

La narración se ajusta a lo que se sabe sobre los hechos que, felizmente, terminaron con los gruesos tomos en los fondos de la biblioteca de la Academia (“el papel inmaculadamente blanco pese a su edad, sonaba como si estuviera recién impreso. Buen y noble papel de hilo, resistente al tiempo y a la estupidez de los hombres”). APR rellena las lagunas con maestría y oficio, como no podía ser de otro modo, y aprovecha para desarrollar su propia actividad iluminadora recordando la facilidad de España para ignorar a sus figuras eminentes (“los prudentes callan y los audaces sufren”). Algunos ejemplos: a) Cervantes pasó inadvertido hasta que fue reconocido en el extranjero, b) Antonio de Ulloa fue apresado por los ingleses y honrado por las sociedades científicas de la pérfida Albión, c) el excelente marino Jorge Juan fue, también, ninguneado por sus compatriotas, d) el gobierno quiso que en las universidades españolas se explicase la física newtoniana, pero los universitarios se opusieron. Si se animan a leer esta recomendable novela, encontrarán más referencias de ese tenor que conviene recordar para evitar actitudes y acciones similares en el futuro.

Una de las escenas que más me aprovechó, aunque fuese aislada, es el intento de algunas autoridades (retrógrados de turno) por convencer a Carlos III para retirar el permiso real para adquirir la Enciclopedia. El monarca, que conoce la Enciclopedia de primera mano, hace saber al séquito que la obra está en su biblioteca y que no está dispuesto a escucharles:

Que la Enciclopedia esté en la biblioteca de la Academia Española es algo que conviene a mi real servicio”.

Hay, como dije, un interesante juego de grises:

Quizá ser español sea a menudo una desgracia, pero en todas partes cuecen habas.
Si en Madrid hay inquisición, en París hay una Bastilla
(…) fanáticos rencorosos, con su frustración y su odio, echaron más gente a la calle (durante la Revolución de 1789) que todos los enciclopedistas juntos”.


El encuentro de nuestros hombres buenos con algunos enciclopedistas (D’Alembert, Condorcet) y con Benjamin Franklin en un café de París es glorioso. En un momento determinado, nuestro militar declara, ante la provocación de D’Alembert:

Soy un hombre fuera de su patria.
Conozco los defectos de la mía, y con frecuencia los discuto con mis compatriotas.
Pero sería deshonroso tratarlos fuera de ella.
Con extraños, si tienen la cortesía de disculparme el término”.

El enciclopedista reconoce que esa actitud le honra. Nosotros deberíamos tomar buena nota y deponer la actitud de estimular patológicamente tan grosera tendencia.

La escena de seducción de la burguesa donostiarra, Margot Dancenis (casada con un acaudalado francés preocupado más por sus libros que por las aventuras de su esposa) y Pedro Zárate permite al lector asistir a una secuencia de elegante morbo. El almirante le dice a la señora: “una mujer hermosa nunca tiene cuarenta años: tiene treinta o sesenta”. Y, en algún momento, Margot le declara a Pedro que “cuando se desvanece la ilusión de las primeras pasiones, la razón se perfecciona”. Ante las trampas de la burguesa, el marino sale airoso, salvo cuando le invita a leer fragmentos de un libro con alto contenido erótico (el equivalente, si se me permite, a poner una película porno 3D en el BluRay):

Acercándose despacio a Margot Dancenis como si diera a esta la oportunidad de detenerlo con una palabra o una mirada, recorre, sin hallar obstáculo, el espacio que lo separa de la voluptuosidad”.

Finalmente, tras numerosas vicisitudes (decenas de libreros sin fondos, duelos al amanecer o robos a plena luz del día en las sucias calles parisinas) los académicos logran comprar la Enciclopedia a una viuda.

En el viaje de regreso a Madrid, el villano casi logra impedir el feliz final antes de que los viajeros entren en la península ibérica, pero los sucesos se inclinan hacia el lado positivo, y, sin más percances, los casi treinta volúmenes logran el reposo en las estanterías de la biblioteca de la Academia Española.

La lectura de ‘Hombres Buenos’ estimula el apetito por visitar la Real Academia y lograr el permiso para acariciar delicadamente los volúmenes de la Enciclopedia. Aunque seguro que pueden consultarse en Internet…


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