En 1997, la Profesora Sandra Scarr –excelente genetista de la
conducta y quien, por lo que sé, ahora vive en Hawái cultivando lo que sea que
se cultive por aquellos lares –escribió un magnífico capítulo en
el que se comparaba las teorías de la socialización con las teorías genéticas.
Ese capítulo se incluyó en un libro editado por Robert Sternberg y Elena
Grigorenko (Intelligence, Heredity, and
Environment).
Scarr comienza
dejando claro que una teoría cabal (a) debe generar predicciones sobre las
observaciones conocidas y (b) generar hipótesis que se puedan contrastar con
futuras observaciones. Según ella, las teorías de la socialización han fracasado
en este sentido.
Si
preguntamos por qué los niños de un determinado Grupo (A) tienen una excelente
habilidad de lectura, la respuesta depende del grupo con el que les comparemos.
Si
comparamos el Grupo A1 con el B1 (A y B representan distintos genotipos) en las mismas condiciones de enseñanza,
la explicación estará en las diferencias entre las características personales
de los niños (incluyendo sus diferencias genéticas).
Si
comparamos el Grupo A1 con el A2, niños similares con condiciones de
enseñanza excelentes y mediocres, respectivamente, la explicación estará en
las condiciones de enseñanza.
Generalmente
se suele optar por explicaciones que den cuenta de más variación del fenómeno a
explicar, causas que tengan mayor poder explicativo, incluso aunque no sean manipulables por ahora:
“Como científico, mi
papel es explicar el desarrollo humano.
En este contexto, debe optarse por las causas que
explican los hechos de modo más completo, incluso si no son manipulables en el
momento actual”.
Los
hermanos adoptivos criados en el mismo hogar desde los primeros días de su
vida, no son más semejantes que personas elegidas aleatoriamente de la
población. La mayor parte de la variación ambiental se debe a las experiencias
individuales que los hermanos no comparten. La teoría de la socialización que
se centra en las prácticas de crianza paterna (que se supone varían especialmente
de familia a familia –entre-familias) no explica más del 10% de la varianza de
la inteligencia. Y eso en el mejor de los casos.
La genética
de la conducta aporta evidencias respecto a que las diferencias de inteligencia
según la clase social provienen, en gran medida, de la variabilidad genética,
no de las diferencias en las oportunidades para aprender, siempre que hablemos de familias no abusivas,
descuidadas, o culturalmente diferentes (naturalmente). Siempre es
posible encontrar esa clase de importantes excepciones, pero eso no anula la
tendencia general.
La
movilidad intergeneracional, basada (en parte) en los logros educativos e
intelectuales, garantiza que algunos niños de baja clase social mejorarán su
estatus y algunos niños de clase social alta empeorarán su estatus. Por tanto,
en cada generación, las desigualdades intelectuales que separan a las clases
sociales se reequilibran. Puesto que los efectos ambientales entre-familias son
muy reducidos, las diferencias de clase social deberán ser genéticas en buena
medida y en algún modo heredables. Por alguna razón cuesta muchísimo aceptar
este hecho.
“Los científicos de la conducta creen que las diferencias
individuales en inteligencia y en logros están bajo control del esfuerzo individual
y la voluntad personal.
No pasa nada
si algunas personas son más inteligentes y logran más cosas porque trabajan más
duro que otras, pero resulta inaceptable que algunas personas tengan un mayor
potencial”.
Scarr cree
que los investigadores de la socialización se van convenciendo de (a) la
influencia ubicua de las diferencias individuales de inteligencia y
personalidad sobre las variables de socialización que ellos estudian y (b) la
necesidad de considerar la variabilidad genética.
Yo soy más
pesimista. Lo que veo a mi alrededor me aleja de esa percepción de Scarr. El
mundo académico sigue preso de lo que es admisible decir en público, aunque en
privado reconozca lo inevitable.
¿Cómo revisar la teoría de la socialización?
Piensa
Scarr, con razón, que el supuesto de que los programas de educación paterna
pueden remediar con facilidad una mala crianza, simplemente aportando
información a los padres, es cuestionable. En cambio, los programas de
educación paterna pueden mejorar una mala crianza en la medida en que
consideren las diferencias intelectuales entre los padres que de modo natural
usan diferentes prácticas.
La teoría
de la socialización describe las relaciones entre los padres y sus niños, pero
no predice, ni explica, la baja covariación entre las conductas de los padres y
sus niños. La teoría de la socialización debería considerar las correlaciones
genotipo-ambiente que describen los papeles evocativos y activos que juegan las
personas al crear sus propios ambientes.
El
ambiente no tiene el mismo significado para todas las personas.
¿Por qué es tan complejo ser consecuente con este hecho demostrado?
Es evidente
que los organismos no se desarrollan sin ambientes, pero parece que debe recordarse
que los ambientes no tienen efecto en organismos que no están presentes.
Las
diferencias de naturaleza biológica que sabemos separan a las personas en
inteligencia, personalidad, motivación y emoción, contribuyen a sus distintas
experiencias.
Las
personas se exponen diferencialmente a las oportunidades de tener experiencias
(qué escuchar y qué ver, qué ignorar, dónde ir y con quién):
“More important than objetifying
environments is to know how individuals construct their experiences from those
environments to which they are exposed and to understand how they integrate
what they encounter with what they are”.
Cristalino.
Cristalino.
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