miércoles, 13 de mayo de 2015

La maleabilidad de la capacidad cognitiva

Eric Turkheimer (con quien tuve esclarecedores intercambios de impresiones sobre el efecto de las lesiones cerebrales en la capacidad cognitiva) publica, junto a unos colegas daneses, un artículo en PNAS en el que se informa de una investigación sobre el papel del ambiente de crianza en la capacidad cognitiva.

En resumidas cuentas, el resultado principal es que ese ambiente influye en el rendimiento obtenido al final de la adolescencia en un test de CI (entre 3 y 4 puntos). Es decir, los chavales adoptados logran mejores puntuaciones que sus hermanos no adoptados, y el efecto se explica por el nivel educativo de los padres.

Los estudios de adopción son cruciales en las ciencias de la conducta para separar los efectos genéticos y no-genéticos sobre la variabilidad de un determinado rasgo fenotípico, como la capacidad intelectual valorada por los tests de CI. La comparación de la capacidad de niños adoptados y sus padres biológicos o sus hermanos no adoptados, permite calcular la maleabilidad de esa capacidad.

Existen estudios que apoyan la idea de que ambientes de crianza favorables poseen un efecto positivo sobre la capacidad de los chavales. Sin embargo, la evidencia correlacional señala que los niños se parecen más a sus padres biológicos (con los que no tienen contacto) que a los padres adoptivos que les crían desde su nacimiento. Es decir, la genética también posee un sustancioso papel. Los autores de este informe sostienen que

esa supuesta contradicción puede encajarse si se considera que son diferentes manifestaciones de los mismos procesos subyacentes
(…) la mayor parte de los efectos sobre las medias y sobre las diferencias individuales pueden explicarse por el mismo modelo”.


Se usa aquí una base de datos de Suecia en la que un hermano fue dado en adopción y otro permaneció en su familia de origen (N = 436). Se midió su capacidad cognitiva en el momento de hacer el servicio militar y se dispuso del nivel educativo de los padres biológicos y adoptivos.

Resultado: el CI promedio de los chicos criados por su propia familia fue de 92, mientras que el CI promedio de los chicos criados por una familia adoptiva fue de 97. Conviene tener presente que el nivel educativo promedio de las familias adoptivas fue mayor que el de las familias estándar (d de Cohen = 0.54). Por tanto, los chavales de las familias adoptivas presentan 5 puntos de CI más que sus hermanos no adoptados. Si convertimos el tamaño del efecto del nivel educativo de las familias a puntos de CI, el resultado es 8 puntos. Cuando se corrige ese diferencial, el resultado son 3 puntos.

La comparativa según el nivel educativo de los dos tipos de familias es particularmente interesante. Cuando la familia adoptiva presenta un sustancial mayor nivel educativo que la estándar, la diferencia de CI favorable al hermano adoptado equivale a 8 puntos. Cuando es la familia estándar la que presenta un sustancial mayor nivel educativo que la familia adoptiva, entonces la diferencia de CI favorable al hermano no adoptado es de 4 puntos.

Es difícil entender esta diferencia. ¿Resulta negativo para tu desarrollo intelectual vivir con tu propia familia? No se me ocurre una explicación razonable para que el mismo diferencial en nivel educativo de los padres tenga el doble de efecto en las familias adoptivas que en las estándar. Los autores guardan un diplomático silencio al respecto.

Estos resultados intentan replicarse con una muestra de 2.341 hermanastros de la misma población. Ahora la diferencia promedio de CI entre ambos hermanos es de 3 puntos (95 frente a 98), en lugar de 5.

La conclusión general es que el ambiente de crianza posee un efecto causal sobre la capacidad intelectual. Los chavales que crecen en hogares en los que el nivel educativo es mayor logran mejores puntuaciones de CI, mientras que quienes crecen en hogares de menor nivel educativo obtienen peores puntuaciones de CI. Si dejamos a un lado el extraño efecto comentado anteriormente, esta conclusión refuerza la idea de la maleabilidad de la capacidad intelectual.


Los autores son cautos al subrayar que este resultado no contradice la relevante influencia genética sobre la capacidad cognitiva:

nuestra meta no es excluir las explicaciones genéticas, sino mantenerlas bajo control al centrarnos en un experimento natural que implica diferencias en la experiencia ambiental”.

La diferencia de entre 2 y 5 puntos de CI que parece producir el ambiente de crianza es bastante menor que la observada en estudios previos hechos a menor escala, aunque eso puede deberse a que las diferencias entre los dos tipos de familias no eran escandalosas. En ambientes más deprivados los efectos pueden ser bastante más poderosos.

En conclusión, este estudio muestra, una vez más, que el ambiente de crianza puede influir sobre el rendimiento intelectual. Débilmente, pero puede. Eso si, la edad media en la que registraron los resultados cognitivos (18 años) permite preguntarse qué hubiera pasado si se hiciese un seguimiento cuando los chavales alcanzasen los, por ejemplo, treinta años de edad.


A lo mejor sabemos la respuesta en algún tiempo. Los científicos son muy persistentes.

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