Se publica en la revista ‘Frontiers
in Human Neuroscience’ una revisión destinada a proponer el uso de
biomarcadores para, en su caso, dirigir el entrenamiento cognitivo. Los autores sugieren que
el proceso mental estimulado durante el entrenamiento, se puede facilitar
usando biomarcadores típicos en los registros EEG y en los análisis disponibles
sobre el conectoma.
Supervisar en tiempo real esos
biomarcadores para valorar, por ejemplo, la carga mental que le supone al
individuo entrenado completar la tarea con éxito, permitiría ajustar de modo
flexible los niveles de dificultad a los que se enfrenta durante el
entrenamiento. Usar el marco de referencia del conectoma haría justicia al
hecho de que los cambios biológicos esperados no se limitarán a una determinada
región, sino que implicaría a las conexiones entre regiones.
En cierto modo, lo que se propone es
acoplar el individuo entrenado y las exigencias mentales del entrenamiento para
maximizar la probabilidad de promover un efecto positivo.
En busca de apoyo para su propuesta,
los autores revisan las evidencias publicadas sobre los efectos del
entrenamiento cognitivo, tanto sobre el tipo de actividad entrenada (near-transfer) como sobre actividades no
entrenadas directamente (far-transfer).
Son, quizá, demasiado optimistas sobre los resultados, pero avanzan con
determinación.
La transferencia de las habilidades
supuestamente estimuladas a través del entrenamiento a capacidades relevantes
en la vida cotidiana, debería facilitarse si se comparten redes cerebrales
entre lo entrenado y lo no entrenado. Por ejemplo, sabemos que la memoria
operativa (working memory) y el
razonamiento comparten mecanismos comunes, y, por tanto, entrenar la primera
debería promover cambios en el segundo. De hecho, esta es la idea que subyace
al pionero (y
discutido) artículo publicado por Susanne
Jaeggi y sus colegas en el que se observó un aumento de inteligencia fluida
en personas que habían completado, durante cuatro semanas, un exigente
entrenamiento cognitivo basado en la famosa tarea de n-back. A día de hoy
seguimos sin saber cuáles pueden ser los mecanismos neurológicos que subyacen a
esa conexión.
Eso si, hay varios informes en los
que se han observado cambios biológicos a resultas de un determinado
entrenamiento cognitivo. Cambios que pueden ser tanto funcionales como
estructurales. Los autores revisan y discuten algunos de estos estudios para
aumentar la verosimilitud de su propuesta, aunque, generalmente, se centran en
el uso de tecnologías viables (por ahora) como el EEG.
Estudian biomarcadores derivados del
EEG, recordando que “las funciones cognitivas de los humanos mejorarán a
consecuencia de la intervención cognitiva si y solo si las regiones cerebrales
implicadas en la tarea entrenada se solapan con la tarea no entrenada”.
Se propone usar un Brain-Computer Interface (BCI) que se
sirva de los biomarcadores derivados de las señales cerebrales y que vaya
adaptándose al rendimiento del usuario. El sistema se ajustaría para evitar que
el usuario alcanzase un nivel de saturación contraproducente. Por tanto, el BCI
actuaría como una especie de neurofeedback.
El análisis espectral de las ondas
EEG es un poderoso instrumento para evaluar los estados mentales presentes
cuando el individuo completa una determinada tarea cognitiva. Así, por ejemplo,
se han observado aumentos de actividad theta ante tareas con altas demandas
cognitivas. Ese aumento se ha interpretado como resultado del uso de procesos
atencionales necesarios para orientar apropiadamente los recursos cognitivos.
Algo equivalente podría hacerse con
las propiedades de las redes cerebrales. Si la eficiencia de un cerebro se
define por unos mayores niveles de eficiencia local y global (el famoso ‘smal-world’) podría comprobarse si el
entrenamiento cognitivo mejora esas propiedades. Pero apenas existen estudios
que hayan explorado esta cuestión.
La excepción es la
investigación de Langer y colegas (2013) en la que se analizó el efecto de
un entrenamiento intensivo de la memoria operativa sobre redes funcionales
obtenidas con registros EEG. Se confirmó que el rendimiento en la tarea de
memoria se asociaba a la actividad theta y que el entrenamiento aumentaba esa
actividad. Seguidamente se observó que la eficiencia global de la red en la
banda theta se relacionaba con un mejor rendimiento en la tarea antes del
entrenamiento y que este entrenamiento provocaba un aumento del small-world.
En nuestro equipo estamos actualmente
analizando (en colaboración con investigadores del MNI y del LONI) los cambios
de conectividad estructural potencialmente evocados por un exigente entrenamiento
cognitivo basado en la tarea de n-back. En concreto, estamos comprobando si
factores como la eficiencia local y global de las redes identificadas, cambian
a consecuencia del entrenamiento. ¿Existen un aumento en la small-worldness de las redes? Seguramente
tienen curiosidad por saber qué hemos encontrado, pero, por ahora, les
mantendremos en suspenso.
En resumen, sería deseable un método
que ayudase al entrenamiento cognitivo basado en la supervisión de los estados
mentales de los individuos (p. e. la carga mental) usando biomarcadores
objetivos para facilitar y optimizar los efectos del entrenamiento:
“si se pudieran replicar en el cerebro los estados mentales
óptimos asociados al éxito de un determinado entrenamiento mediante el ajuste
de la carga cognitiva o el neurofeedback, se podría optimizar la eficiencia del
entrenamiento”.
Este artículo de revisión constituye
un ejemplo del intento actual de algunos científicos por integrar evidencias de
distintos campos disciplinares en un cuadro relativamente coherente. Al revisar
las referencias bibliográficas se impone este diagnóstico. Es un proceso
arriesgado en el que se puede tender a subrayar, peligrosamente, las evidencias
favorables al marco general e ignorar, de modo insensato, las numerosas inconsistencias.
Arriesgado, pero también necesario.
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