Se publica en la revista ‘Cerebral Cortex’ un
informe del grupo de Hiraku Takeuchi, de la Universidad de Tohoku (Japón),
en el que se observa una asociación entre las diferencias en el tiempo
invertido en ver la televisión y la variaciones de estructura cerebral (tanto
materia gris como materia blanca). Se analizan datos transversales y
longitudinales observándose efectos positivos en una serie de regiones,
principalmente áreas prefrontales medial y frontopolar, corteza visual,
hipotálamo y regiones sensomotrices.
Los autores se interesan por esos
efectos debido a que la investigación conductual previa parece concluir que ver
la televisión durante la infancia produce un efecto negativo sobre el
desarrollo de las capacidades intelectuales.
Pero nada se sabe sobre su efecto en
el cerebro.
Este hecho debió interesar a los
editores de ‘Cerebral Cortex’ porque,
la verdad, esta investigación posee un carácter bastante especulativo. La
discusión está plagada de argumentos probables montados sobre una débil
evidencia empírica.
Este grupo de científicos considera
una muestra original de 290 individuos de edades comprendidas entre los 6 y los
18 años. En el seguimiento longitudinal (parece que tres años después) se tuvo
acceso a 216 individuos. Para medir la capacidad intelectual se usaron las
escalas Wechsler (WISC-III y WAIS-III). Los hábitos de ver la televisión se
registraron con un cuestionario. También se valoró el nivel de ingresos y el
nivel educativo de los padres.
El primer resultado de interés es que
la cantidad de horas dedicadas a ver la televisión posee una relación negativa
con la inteligencia verbal, pero no con la inteligencia no-verbal (aunque los
valores son bastante reducidos). Las variables familiares, la edad o el sexo no
cambian esta conclusión.
En segundo lugar, la cantidad de
tiempo invertida en ver la televisión se relaciona positivamente con el volumen
de materia gris en la región frontopolar. Es decir, cuanto más se ve la
televisión mayor es el volumen en esa región del cerebro. Pero el volumen en
esa región se asocia negativamente a la inteligencia verbal, hecho que, según
la investigación, no es extraño. Los autores aprovechan la coyuntura para subrayar
que la evidencia sobre el sustrato neuroanatómico de las capacidades
intelectuales sigue sin estar demasiado clara.
Sobre el resto de las regiones
enumeradas más arriba prefiero no comentar porque es todo demasiado laxo.
Los autores giran y giran alrededor
de los resultados que observan porque, se mire por donde se mire, el informe
concluye que cuanto más se ve la televisión mayor es el volumen cerebral. Esa
relación positiva podría interpretarse, lógicamente, de un modo positivo:
Dejen ver la televisión a sus
chavales sin reparo porque su cerebro engordará.
Sin embargo, la relación positiva se
aprecia únicamente en los datos transversales. La evidencia longitudinal es
inconsistente: el tiempo invertido en ver la televisión al comienzo del estudio
no se relaciona con la presencia de una mayor volumen cerebral años después.
¿Por qué?
“las razones no están claras (…) quizá no hay margen para el
incremento (…) después de ver la televisión durante un largo periodo de tiempo,
los programas que vemos se convierten en algo poco estimulante”.
En conclusión, como escribió Bill Shakespeare:
“Much ado about nothing”.
O como hubiera escrito Cervantes:
“Mucho ruido y pocas nueces”.
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