Estuve recientemente visitando las
bellísimas tierras de Andalucía.
Coleaban las recientes elecciones y
la lozanía de los carteles presentando a los distintos candidatos reflejaba esa
proximidad temporal.
Incomprensiblemente para cualquier
mente racional, Susana Díaz decidió
adelantar las elecciones dos meses y los ciudadanos acudieron prestos a
las urnas para volver a otorgar su apoyo a la lideresa del PSOE.
Tuve una interesante conversación con
una especialista en encuestas de opinión (que, además, es una buena amiga) y
obtuve una suculenta información.
Una de las cosas que más capturó mi
atención fue la extraordinaria diferencia entre las encuestas a píe de urna y
el resultado final en esa Comunidad Autónoma. Cuando el encuestador le pregunta
al votante cuál ha sido su decisión, una parte significativa niega haber dado
su voto al PSOE. Los expertos suponen que el votante se avergüenza en público
de introducir privadamente en la urna una papeleta manchada por un turbulento
historial.
Historial que se remonta a 1978.
37 años después, el PSOE ha
vuelto a hacerlo, obteniendo una nueva victoria.
En esos casi cuarenta años, nunca ha
gobernado ninguna otra fuerza política en Andalucía.
La británica Jan Morris, gran conocedora y admiradora de nuestro país, nos ayuda
a comprender tan extraño fenómeno. En su
obra sobre España (1964, 1979) expresa la idea de que, aunque vivimos en
democracia, nuestra historia como nación apoya la
tesis de que somos veneradores de líderes.
Se mire como se mire, es insano,
incluso patológico, que el mismo grupo político haya dictado el destino de los
andaluces durante cuatro décadas. No por algo que caracterice negativamente a
ese grupo en general, sino porque desde hace mucho, mucho tiempo, sabemos que
esa clase de permanencia solo puede producir disfunciones a múltiples niveles.
La corrupción es uno de esos niveles.
El entramado arácnido que se ha tejido durante ese larguísimo periodo, está
compuesto por políticos y ciudadanos. Los segundos conocen cuál es su hueco, su
nicho confortable, cuando sus políticos permanecen en el poder. Cambiar esos
políticos, aunque merezcan sobradamente ser castigados, abre la puerta de la
incertidumbre.
Durante la última campaña a las
elecciones andaluzas pudimos apreciar los ramalazos autoritarios de la
candidata del PSOE en
alguno de los debates televisados. Esos deslices concuerdan con la
información que algunos periodistas hacen llegar, informalmente, claro, a los
expertos en encuestas de opinión.
Susana Díaz es conocida entre esos
periodistas como ‘la bruja’. Una persona con dos caras. En público se muestra
conciliadora y cordial, pero, en privado, es un killer despiadado cuyo único objetivo es conservar el poder.
Sabemos que esta clase de personas existen, aunque nos cuesta trabajo
aceptarlo.
Comprendo que los cambios asusten,
pero la sanidad del sistema democrático los exigen. Es innecesario recordar el
sistema estadounidense que impide que el mismo líder se presente en más de dos
ocasiones (o lo que aquí en nuestro país Aznar tuvo el valor de prometer y
cumplir).
No tengo nada en contra del PSOE. De
hecho, le di mi confianza en más de una ocasión. Hizo cosas magníficas por
nuestro país y estoy agradecido por ello. Pero la alternancia me parece
crucial. Los ciudadanos deberíamos sentirnos más cómodos ante la posibilidad de
que se produzcan esos cambios. Pero el único modo es no tener reparo en cambiar
de papeleta cuando sabemos que eso será positivo para la democracia en la que habitamos.
Adelantar las elecciones dos meses es
bárbaro. Ahora sabemos que puede haber sido un movimiento, además de caro para
el contribuyente, inútil. Díaz puede verse en la tesitura de tener que repetir
esas elecciones si no logra el apoyo necesario el día 5 de Mayo, hecho que no
puede descartarse. Solamente sería posible si Podemos y Ciudadanos se abstienen
en la votación. Así Díaz podría ser nombrada Presidenta con mayoría simple.
Pero, como digo, está por ver.
De acuerdo en general con el sentido de esta entrada. Pero quiero señalar un error que aparece dos veces: Susana Díaz adelantó las elecciones un año, no dos meses. Las anteriores elecciones andaluzas se celebraro el 25 de marzo del 2012, por lo que las siguientes "tocaban" en marzo del 2016. En Andalucía no coinciden las autonómicas con las municipales.
ResponderEliminarMuchas gracias por la aclaración. Sin embargo, el sentido de ese comentario hace referencia a la desvinculación de las que se celebrarían dos meses después. Saludos, R
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