lunes, 2 de marzo de 2015

Los problemas sin resolver en neurociencia

Durante una estancia que hice en 2009 en el LONI (Laboratory of Neuroimaging) de la UCLA, tuve la oportunidad de colaborar con el laboratorio de Ralph Adolphs, en el California Institute of Technology (Cal Tech).

El científico alemán Jan Gläscher estaba también de estancia en el Cal Tech y contactó conmigo para trabajar en un problema asociado a la base neuroanatómica del factor general de inteligencia (g) usando datos de un grupo de más de doscientos pacientes con lesiones cerebrales locales y crónicas.

Me pareció una excelente oportunidad para relacionar los conocimientos de expertos en neuroimagen con lo que sabíamos sobre la naturaleza del factor g. Publicamos los resultados en 2010. En esencia, mostramos que una red de regiones fronto-parietales conectadas resultaba esencial para dar cuenta de las diferencias intelectuales, con un papel especial de la corteza fronto-polar para el factor g.

Adolphs publica ahora una breve nota en ‘Trends in Cognitive Sciences’ en la que discute los problemas sin resolver en neurociencia.

Comienza desvelando una práctica habitual en los miembros de su laboratorio: suelen acudir a los estrenos de películas de ciencia ficción, y, después, se van a tomar una cervezas para debatir sobre sus méritos y sobre sus defectos. Invariablemente terminan preguntándose sobre su propio campo (y cuanta más cerveza en sangre mayor creatividad):


- ¿Qué deberíamos hacer seguidamente?
- ¿Cuál sería la pregunta más interesante?
- ¿Qué haríamos si alguien nos ofreciese ‘a billion dolars’?

Son preguntas tan excitantes como difíciles.

Hizo una encuesta más o menos informal a su alrededor para capturar respuestas y las clasificó en resueltas (o casi resueltas), resolubles en los siguientes 50 años, resolubles pero quién saber cuándo, y probablemente irresolubles.

Simplifica a través de tres meta-preguntas:

1. ¿Qué se considera que supone comprender el cerebro?
2. ¿Cómo se puede construir un cerebro?
3. ¿Cuáles son los modos de comprender el cerebro?

La que más me interesó fue la tercera, porque el autor recurre al gran (y malogrado) David Marr, quien descompone esa pregunta en tres:

1. ¿Cuál es la función del cerebro?
2. ¿Cuáles son los algoritmos para alcanzar esa función?
3. ¿Cómo se implementa esa función en el cerebro? ¿cómo se puede medir?

Pienso que quizá pudiera invertirse el orden de las preguntas, es decir, si supiéramos qué es capaz de hacer el cerebro nos beneficiaríamos mucho porque sabríamos qué merece la pena mirar sin despistarnos demasiado.

Adolphs opina que el nivel más importante es el segundo, es decir, ¿qué cálculos describen cómo implementan determinadas funciones los procesos neurológicos?:

el pensamiento, la cognición, el razonamiento, el cálculo, los estados centrales, y el procesamiento de la información se encuentran relacionados de alguna manera, pero a menudo se estudian desde distintas perspectivas”.

No puedo evitar que esta declaración me recuerde al factor g, es decir, el rasgo latente que relaciona un elevado número de funciones psicológicas, desde aquellas que pueden considerarse de bajo nivel (como la velocidad para procesar información simple) hasta las de altísimo nivel, como el razonamiento abstracto.

Si los neurocientíficos están buscando un modo de integrar (y hay buenas razones para que así sea), entonces me parece una estrategia eficiente servirse de lo que algunos científicos ya conocen sobre esa capacidad integradora que conocemos con el nombre de ‘inteligencia humana’.

En cuanto al futuro, permítanme terminar con las, a mi juicio, sabias palabras de Michael Crichton en el prefacio de su novela ‘Timeline’:

Si en 1899 alguien hubiera dicho a un físico que 100 años después se transmitirían imágenes en movimiento a los hogares de todo el mundo desde satélites;
que bombas de una potencia inconcebible amenazarían la supervivencia de la especie;
que los antibióticos atajarían las enfermedades infecciosas;
que las mujeres tendrían derecho al voto y píldoras para controlar la reproducción;
que cada hora alzarían el vuelo millones de personas en aparatos capaces de despegar y aterrizar sin intervención humana;
que sería posible cruzar el Atlántico a 3.200 km. por hora;
que los hombres viajarían a la luna y perderían luego el interés por el espacio exterior;
que los microscopios conseguirían ver átomos independientes;
que la gente llevaría encima teléfonos de un peso no mayor a unas cuantas decenas de gramos y se comunicaría sin hilos con cualquier lugar del mundo;
o que la mayoría de estos milagros dependerían de un dispositivo del tamaño de un sello de correos, basado en una nueva teoría llamada mecánica cuántica;
si alguien hubiera dicho entonces todo esto, el físico sin duda lo habría tachado de loco”.


2 comentarios:

  1. Valioso blog e interesante post. Pienso que, sin embargo, se debe ahondar en estudiar formas de cómo ayudar a las personas (individuos y organizaciones) a mejorar, con lo que ya se sabe de neurociencia, en áreas como aprendizaje, conducta y toma de decisiones, por ejemplo. Considero que la "neurociencia aplicada", por denominarla de alguna manera, ha avanzado tímidamente. La llamada "inteligencia emocional" ( de Damasio y de Goleman, y otros) es una prueba de tales aplicaciones. Debemos propiciar enfoques y reforzar la "neurociencia aplicada" hacia la educación y hacia las empresas. Esto hoy se ha convertido en una gran necesidad. Entonces viene una interrogante también interesante: ¿podemos las personas aprender a ser mejores personas?. La respuesta parece obvia, desde tiempos remotos; pero qué hacer y cómo hacer. Desde la gestión de competencias en la empresa y desde formación en educación va mi aporte. Saludos cordiales.

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  2. Gracias, Sergio.
    Encontrar modos de mejora es, desde luego, fundamental, pero no debemos ir más deprisa de lo que nos permite lo que sabemos con relativa seguridad. Puede suceder que ir directamente a la aplicación sea más negativo que positivo. Hay que ser cauteloso. Pensando que ayudamos podemos, en realidad, producir un perjuicio. Tranquilizar nuestra conciencia es menos relevante evitar daños colaterales. Saludos, R

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