Omitiré confesar los motivos que me
condujeron a esa acción, pero volví a leer recientemente esta breve y
provocadora obra del zoólogo Desmond
Morris publicada hace muchos, muchos años (en 1967).
El autor reconoce, en la última
página, que el homo sapiens es
realmente una especie digna de admirar, pero dedica el grueso de su libro a
destacar que sigue encadenado a su pasado, como animal que todavía es. Posee un
enorme cerebro, el más grande entre los primates, pero su pene es también
superlativo. Existen razones, en nuestra evolución como especie, para comprender
ambas facetas.
Piensa Morris que debemos centrarnos
en la mayor parte de los miembros ‘normales’ de nuestra especie, en lugar de
dejarnos seducir por la minoría ‘anormal’. Nos aguardan sorpresas que no
debemos perdernos.
Al revisar los orígenes del homo sapiens subraya la relevancia de
convertirnos en mono cazador:
“Se volvieron más erectos, más veloces, más buenos
corredores.
Sus manos se
libraron de las funciones propias de la locomoción, se fortalecieron y
adquirieron eficacia en el manejo de las armas.
Su cerebro se
hizo más complejo, más lúcido, más rápido en sus decisiones”.
Cazar en grupo mejoró, además, la
organización social. Y cuando se transformó en mono sedentario se modificó su
estructura social, familiar y sexual:
“Sólo podía sobrevivir si empezaba a vivir como un lobo
inteligente y armado (además) un mono solitario es una criatura vulnerable
(…) tenía un
excelente cerebro, mejor, en términos de inteligencia
general, que el de sus rivales
carnívoros
(…) no solo
aumentó su inteligencia para manipular los objetos, sino que prolongó su
infancia, para aprender de sus padres y de los otros adultos”.
Una de las consecuencias de esa
progresiva transformación fue la diferenciación sexual. Cuando los machos
salían de caza era una preocupación que las hembras pudiesen unirse a otros
machos. Por tanto, macho y hembra debían enamorarse para apretar sus lazos:
“La pesada tarea de criar y adiestrar a un joven que se
desarrollaba lentamente exigía una coherente unidad familiar (pero) el proceso
nunca llegó a perfeccionarse”.
Nos advierte Morris de que nuestra
civilización sobrevivirá si dejamos de esforzarnos por suprimir nuestras
exigencias animales básicas.
Nuestro cerebro ha fracasado al
reorganizar nuestros impulsos mamíferos, así que el equilibrio es delicado.
Nuestra actividad sexual es bastante
más frecuente que en los demás primates. La hembra es generalmente receptiva
porque eso contribuye a la cohesión de la familia. El sexo tiene que ser más
sexo para facilitar la unión. Las parejas humanas se aparean mirándose a los
ojos porque practican un sexo personalizado. Los senos de la hembra y sus
labios constituyen reclamos sexuales en un mono erecto que oculta los signos visibles
en los demás primates. Además, el orgasmo femenino (tomado prestado del macho)
y la posición tumbada cara a cara, son factores que aumentan la fertilidad en
nuestra especie.
Morris sugiere que nuestra naturaleza
biológica modeló nuestra estructura social. Y no al revés, como suele pensarse
erróneamente.
El mayor truco de nuestra evolución
puede ser nuestra tendencia a formularnos preguntas:
“Siempre hay adultos que conservan su inventiva y su
curiosidad juveniles y que hacen que las poblaciones puedan crecer y progresar
(…) en la
investigación pura, el científico emplea virtualmente su imaginación de la
misma manera que el artista.
Habla de un
bello experimento, más que de un experimento eficaz”.
Cuando discute sobre la agresividad y
la guerra, el autor sostiene que solamente un potente cambio genético lograría modificar
nuestra tendencia natural a configurar grupos sociales cohesionados, y, por
tanto, a defenderlos como sea. Pero ese cambio destruiría nuestra actual
estructura social:
“Nuestra inteligencia nos metió en este lío (así que) a ella
toca sacarnos de él”.
Las ciudades modernas superpobladas son
un ataque directo a nuestro pasado tribal:
“El comportamiento de anti-contacto nos permite mantener el
número de nuestros conocidos al nivel correcto en nuestra especie (menos de
cien individuos)”.
Está claro que Morris desconocía FaceBook a finales de los años 60.
Mantiene este zoólogo que los humanos
somos un mero ‘fenómeno biológico’ aunque pretendamos creer lo contrario:
“Nuestra ascensión a la cima parece una historia de
enriquecimiento rápido, y, como todos los nuevos ricos, nos mostramos muy
remilgados en lo tocante a nuestro pasado”.
Nuestra naturaleza animal no
permitirá jamás que nuestra inteligencia domine nuestros impulsos biológicos
esenciales.
Naturalmente, esta predicción es
coherente con la
propuesta que hice hace unos días en este mismo foro sobre la necesidad de
que sean otros quienes gobiernen a los humanos. En concreto, seres inteligentes
sin esa naturaleza animal. O, lo que es lo mismo, robots. Esa sería la treta
que usaría nuestra inteligencia para sacarnos del atolladero.
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