lunes, 9 de febrero de 2015

The Naked Ape

Omitiré confesar los motivos que me condujeron a esa acción, pero volví a leer recientemente esta breve y provocadora obra del zoólogo Desmond Morris publicada hace muchos, muchos años (en 1967).

El autor reconoce, en la última página, que el homo sapiens es realmente una especie digna de admirar, pero dedica el grueso de su libro a destacar que sigue encadenado a su pasado, como animal que todavía es. Posee un enorme cerebro, el más grande entre los primates, pero su pene es también superlativo. Existen razones, en nuestra evolución como especie, para comprender ambas facetas.

Piensa Morris que debemos centrarnos en la mayor parte de los miembros ‘normales’ de nuestra especie, en lugar de dejarnos seducir por la minoría ‘anormal’. Nos aguardan sorpresas que no debemos perdernos.

Al revisar los orígenes del homo sapiens subraya la relevancia de convertirnos en mono cazador:

Se volvieron más erectos, más veloces, más buenos corredores.
Sus manos se libraron de las funciones propias de la locomoción, se fortalecieron y adquirieron eficacia en el manejo de las armas.
Su cerebro se hizo más complejo, más lúcido, más rápido en sus decisiones”.

Cazar en grupo mejoró, además, la organización social. Y cuando se transformó en mono sedentario se modificó su estructura social, familiar y sexual:

Sólo podía sobrevivir si empezaba a vivir como un lobo inteligente y armado (además) un mono solitario es una criatura vulnerable
(…) tenía un excelente cerebro, mejor, en términos de inteligencia general, que el de sus rivales carnívoros
(…) no solo aumentó su inteligencia para manipular los objetos, sino que prolongó su infancia, para aprender de sus padres y de los otros adultos”.

Una de las consecuencias de esa progresiva transformación fue la diferenciación sexual. Cuando los machos salían de caza era una preocupación que las hembras pudiesen unirse a otros machos. Por tanto, macho y hembra debían enamorarse para apretar sus lazos:

La pesada tarea de criar y adiestrar a un joven que se desarrollaba lentamente exigía una coherente unidad familiar (pero) el proceso nunca llegó a perfeccionarse”.

Nos advierte Morris de que nuestra civilización sobrevivirá si dejamos de esforzarnos por suprimir nuestras exigencias animales básicas.

Nuestro cerebro ha fracasado al reorganizar nuestros impulsos mamíferos, así que el equilibrio es delicado.

Nuestra actividad sexual es bastante más frecuente que en los demás primates. La hembra es generalmente receptiva porque eso contribuye a la cohesión de la familia. El sexo tiene que ser más sexo para facilitar la unión. Las parejas humanas se aparean mirándose a los ojos porque practican un sexo personalizado. Los senos de la hembra y sus labios constituyen reclamos sexuales en un mono erecto que oculta los signos visibles en los demás primates. Además, el orgasmo femenino (tomado prestado del macho) y la posición tumbada cara a cara, son factores que aumentan la fertilidad en nuestra especie.

Morris sugiere que nuestra naturaleza biológica modeló nuestra estructura social. Y no al revés, como suele pensarse erróneamente.

El mayor truco de nuestra evolución puede ser nuestra tendencia a formularnos preguntas:

Siempre hay adultos que conservan su inventiva y su curiosidad juveniles y que hacen que las poblaciones puedan crecer y progresar
(…) en la investigación pura, el científico emplea virtualmente su imaginación de la misma manera que el artista.
Habla de un bello experimento, más que de un experimento eficaz”.

Cuando discute sobre la agresividad y la guerra, el autor sostiene que solamente un potente cambio genético lograría modificar nuestra tendencia natural a configurar grupos sociales cohesionados, y, por tanto, a defenderlos como sea. Pero ese cambio destruiría nuestra actual estructura social:

Nuestra inteligencia nos metió en este lío (así que) a ella toca sacarnos de él”.

Las ciudades modernas superpobladas son un ataque directo a nuestro pasado tribal:

El comportamiento de anti-contacto nos permite mantener el número de nuestros conocidos al nivel correcto en nuestra especie (menos de cien individuos)”.

Está claro que Morris desconocía FaceBook a finales de los años 60.

Mantiene este zoólogo que los humanos somos un mero ‘fenómeno biológico’ aunque pretendamos creer lo contrario:

Nuestra ascensión a la cima parece una historia de enriquecimiento rápido, y, como todos los nuevos ricos, nos mostramos muy remilgados en lo tocante a nuestro pasado”.

Nuestra naturaleza animal no permitirá jamás que nuestra inteligencia domine nuestros impulsos biológicos esenciales.

Naturalmente, esta predicción es coherente con la propuesta que hice hace unos días en este mismo foro sobre la necesidad de que sean otros quienes gobiernen a los humanos. En concreto, seres inteligentes sin esa naturaleza animal. O, lo que es lo mismo, robots. Esa sería la treta que usaría nuestra inteligencia para sacarnos del atolladero.


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