¿Hasta qué punto son estables las diferencias de rendimiento
intelectual a lo largo del ciclo vital?
Dicho llanamente: ¿quiénes son más
inteligentes en su adolescencia son también los viejos más inteligentes?
En un
estudio publicado recientemente, se considera la Scottish Mental Survey de 1947, cuya muestra original supera los
mil doscientos individuos. A diferencia de otras investigaciones en las que se
usan evaluaciones grupales, en este caso se dispone de datos sobre rendimiento
intelectual valorado con una batería de aplicación individual (a través del famoso
Terman-Merrill).
En esta investigación se comparan los
resultados de 131 individuos evaluados cuando tienen 11 años de edad y cuando
alcanzan los 77 años de edad. Además de los datos sobre rendimiento intelectual,
también se dispone de evidencia sobre variables educativas, sociales y
ocupacionales.
En resumidas cuentas, los resultados
señalan que al menos dos tercios de las diferencias en capacidad verbal observadas
en la vejez se pueden pronosticar según el rendimiento cognitivo y educativo en
la adolescencia (R = 0.81). Sin embargo, la capacidad no-verbal (fluida) se
predice algo peor (R = 0.57).
El Profesor Ian Deary publicó el año
pasado (2014) una revisión
sobre la estabilidad de la inteligencia, llegando a la conclusión general
de que la mitad de las diferencias individuales de inteligencia son estables
desde la niñez hasta la vejez.
Esta evidencia permite preguntarse
por cuáles son los factores que contribuyen a explicar el resto del pastel.
Desde esa perspectiva, parece que el APOE e4, el hábito de fumar, la diabetes,
los trastornos cardiovasculares o el nivel de actividad física, contribuyen, en
alguna medida relativamente menor, al envejecimiento más o menos saludable.
Centrándonos en el informe que ahora
nos ocupa, la evidencia empírica, más allá del rendimiento intelectual, se
obtuvo en el periodo de edad que va desde los 11 a los 27 años de edad. Algunos
de esos datos son: sexo, estatura, tamaño de la familia, nivel ocupacional del
padre, características del hogar familiar, personalidad, nivel educativo
alcanzado y nivel ocupacional del individuo.
El papel de la educación es delicado.
Los autores de este informe subrayan
que la estabilidad es claramente mayor para la inteligencia verbal que para la
no-verbal. Sin embargo, la puntuación no verbal que usan es relativamente
confusa. Para depurar la situación hacen un nuevo cálculo usando únicamente una
medida claramente no-verbal, es decir, el test de matrices progresivas de
Raven. La única variable que predice las diferencias de rendimiento en el Raven
es la puntuación global de CI obtenida en la adolescencia a través del
Terman-Merrill. Eso concluyen.
Es decir, las cualificaciones
educativas no predicen el rendimiento en el Raven. Por tanto, “la educación
pudiera contribuir en mayor grado a los productos de la inteligencia
(capacidades cristalizadas) que a sus mecanismos o procesos (capacidades
fluidas)”.
Me cuesta encajar el resultado de que
la inteligencia no-verbal (fluida), es decir, la capacidad para razonar sin la
posibilidad de recurrir a conocimientos previamente acumulados, sea menos
estable que la inteligencia verbal. Pudiera ser que el paso de los años
produjese una variabilidad aleatoria en la maquinaria que sustenta esa
capacidad de razonar, pero eso no encajaría demasiado bien con el
efecto creciente de los factores genéticos sobre las diferencias que
separan a las personas según su nivel intelectual.
Además, al revisar la tabla de correlaciones
entre las variables, puede apreciarse que el test de Raven presenta
correlaciones sustanciales con las variables educativas (0.40 y 0.50), no muy
distantes de sus correlaciones con las dos puntuaciones globales de CI (0.55 y
0.50).
Seguramente la inestabilidad que
puede apreciarse se deba a que el tamaño del grupo no es particularmente
elevado. Además, es claramente un grupo selecto, lo que puede generar un efecto
de restricción de la variabilidad. Ambos son factores que suelen estar presentes
en los estudios longitudinales y que, lógicamente, son inevitables.
En resumen, en general la respuesta a
la pregunta con la que se abría este post es positiva: los adolescentes más
inteligentes tienden a ser los viejos más inteligentes. Y ese hecho parece
tener repercusiones sobre las diferencias con las que se envejece
saludablemente.
Deary...es mucho Deary...
ResponderEliminarAntonio: mucho, quizá demasiado...
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