lunes, 12 de enero de 2015

Aging With Grace

Recordé este libro de David Snowdon, publicado en 2001, y traducido al español por Planeta al año siguiente con un título bastante más atractivo (678 monjas y un científico) con motivo de la dificultad con que nos encontramos en ciencia para controlar variables que pueden complicar la interpretación de resultados.

Por cierto, la accesible cifra de 678 corresponde al número de monjas que donó su cerebro para que pudiese ser estudiado post-mortem por el grupo de científicos, de entre las 1.000 potenciales.

La idea que subyace a este breve libro, y la investigación en la que se basa, es que estudiar monjas que han vivido bajo las mismas condiciones durante la mayor parte de su vida (desde su adolescencia), mantiene bajo control un elevado número de variables que enturbian la obtención de conclusiones válidas sobre las posibles causas del deterioro cognitivo.

Las monjas “no fuman. Son célibes. Tienen trabajos e ingresos parecidos y reciben la misma asistencia sanitaria durante la mayor parte de sus vidas. Todos estos factores reducen las variantes que inducen a la confusión, tales como la pobreza o la falta de asistencia médica, y que pueden ensombrecer el significado de los datos (en la población general). Aparte de un laboratorio, sería difícil encontrar un entorno tan puro para la investigación”.

El capítulo séptimo (Dotada para las palabras) me resultó particularmente interesante. Enseguida se verá por qué. El autor comenta cuál era la conclusión a la que le querían llevar los periodistas a través de la siguiente pregunta: “(entonces) ¿las personas con una inteligencia mayor tienen menos probabilidades de sufrir Alzheimer?”. Él se resistía a responder afirmativamente, pero los resultados de los que estaba informando a la prensa eran bastante elocuentes: “las (monjas) que tenían un vocabulario más rico, las que utilizaban frases más complejas, con más ideas dentro de una oración” en sus textos adolescentes, presentaban menos deterioro cognitivo en su vejez. La riqueza de vocabulario en la juventud identificaba a las monjas “con habilidades cognitivas muy desarrolladas y cerebros bien comunicados” en su vejez.

Ese resultado no dependía del nivel de estudios o la profesión: “85 de las 93 hermanas cuyas autobiografías analizamos tenían estudios universitarios y trabajaban como profesoras”. Luego parece colegirse que debe haber otra causa distinta al simple nivel de estudios.

El capítulo 5 (Historia de dos hermanas) incluye comentarios particularmente relevantes para una visión epidemiológica contrapuesta a la estrategia que fascina a, por ejemplo, los psicólogos en formación (y a no pocos psicólogos aplicados aquejados del famoso sesgo ‘clínico’). Escribe el autor: “las historias sobre individuos concretos pueden originar relatos convincentes, pero no reflejar la realidad (…) sólo el estudio de grupos numerosos ayudará a esclarecer (los trastornos degenerativos)”.

Uno de los resultados ‘biológicos’ del estudio de las monjas es que la presencia de leves ictus interactúa negativamente con las lesiones causadas por el Alzheimer para impulsar los síntomas de la enfermedad. La ausencia de ictus reduce su efecto visible. Y el ejercicio físico o una dieta basada en frutas y verduras reduce la probabilidad de esos ictus.

El autor subraya la relevancia de una actitud positiva para prevenir el declive, aunque admite que “los bebés llegan al mundo con un temperamento innato”. Ese hecho le lleva a preguntarse si es realmente posible modificar el modo característico del individuo de enfrentarse a, por ejemplo, situaciones de estrés. Nuestro temperamento interactúa con las situaciones para teñirlas de modo peculiar.

Snowdon presenta de modo ameno, pero a mi gusto con demasiada neutralidad, algunas de las características y conclusiones de este ‘estudio de las monjas’, que comenzó en 1986. Las participantes pertenecían a la congregación religiosa de la Escuela de las Hermanas de Notre Dame.

Si tienen más curiosidad sobre cómo se siguen usando los datos recopilados en el ‘Nun Study’, procedan con este enlace:



1 comentario:

  1. Magnifico estudio, sencillo, elegante y muy interesante. Creo que los estudiantes de Psicología (seguro) les seria de gran utilidad como lectura preceptiva. Curiosamente también en el estudio longitudinal de Terman (en Stanford) se encontró, como principal resultado, que los que tenían mayor nivel de inteligencia eran los más longevos.

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