Es esta una historia que George Orwell redacta en una isla de
Escocia estando ya bastante avanzada su tuberculosis. Es difícil saber si el
tenebroso ambiente en el que se desarrollan los sucesos interactúa con el
estado de salud del autor durante su proceso creador.
Lejos de mi intención decir algo
nuevo sobre esta famosísima novela. El gran hermano, Emmanuel Goldstein (el
enemigo del pueblo), las tele-pantallas (“era un terrible peligro pensar mientas que se estaba en un
sitio público o al alcance de la tele-pantalla”), los dos minutos de
odio, la habitación 101 (“lo peor del mundo varía de individuo a individuo”),
la neo-lengua (“el
único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día (…) el radio de
acción de la conciencia será cada vez menor (…) la intención de la neo-lengua
era imposibilitar otras formas de pensamiento (…) cuanto menor era el área para
escoger, más pequeña era la tentación de pensar (…) no existía un vocabulario
que expresase la función de la ciencia como actitud mental o cómo método
intelectual”) o los crímenes del pensamiento son elementos demasiado
conocidos.
Admito que quizá para algunos
ciudadanos de la actualidad pueda ser interesante recordar, y hacerlo con
entusiasmo, las cosas que supuestamente Orwell deseaba comunicarnos. Quizá como
advertencia, aunque mirando en derredor es tentador pensar que como profecía.
Seguramente lo que más me seduce es
la rebelión que se despierta en Winston y que comparte con Julia. En una
sociedad absolutamente controlada, ¿cómo puede albergarse dentro de la cabeza de
un individuo lo que no puede pensarse? (“nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros
cúbicos dentro de su cráneo”). Como miembro del partido, todas las
acciones del protagonista se encuentran supervisadas mediante las
tele-pantallas. Es difícil explicar cómo llega a cuestionar el establishment. Orwell no se adentra realmente
en esa zona (“encontrarse
en minoría, incluso en minoría de uno solo, no significaba estar loco (…) no
has querido realizar el acto de sumisión que es el precio de la cordura. Has
preferido ser un loco, una minoría de uno solo (…) solo la mente del partido,
que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad”).
Sorprende que no haya leyes, y que, por
tanto, no haya nada que pueda hacerse o pensarse que sea ilegal. En la sociedad
descrita por Orwell, los padres vivían atemorizados por sus hijos, educados
desde su nacimiento para observar cualquier acto de sus progenitores a la
búsqueda de la traición que les pusiese a los píes de las autoridades (“la familia se había
convertido en una ampliación de la policía del pensamiento”). El
pasado se reconstruye constantemente para no entrar en contradicción con el
presente que más interese al partido (“el pasado era puesto al día”).
La mayor parte de la población estaba
compuesta por los proles, quienes, antes de la revolución, “eran explotados y
oprimidos ignominiosamente por los capitalistas (…) eran inferiores por
naturaleza y debían sujetarse mediante unas cuantas reglas muy sencillas (…) el
duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas
entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y, sobre todo, el juego, llenaban
su horizonte mental (…) había millones de proles para quienes la lotería era la
principal razón de su existencia”.
En su viaja sin retorno, Winston
confiesa a su diario que comprende cómo actúa el partido, pero ignora por qué. Su
continente estaba en permanente estado de guerra porque así se facilitaban los
sentimientos esenciales para esa sociedad: el miedo y el odio (“la gente vivía
asustada”). Los millones de trabajadores deben ser resistentes y
estar mal pagados (“el aumento del bienestar amenazaba la destrucción de una
sociedad jerárquica (…) esa sociedad solo era posible basándose en la pobreza y
en la ignorancia”).
Para mi, como psicólogo, es magnífica
la penetración de Orwell sobre la conducta y la mente humanas:
“El hombre de ciencia actual es una mezcla de psicólogo y
policía que estudia minuciosamente el significado de las expresiones faciales,
gestos y tonos de voz, los efectos de las drogas que obligan a decir la verdad,
la terapéutica del shock, del hipnotismo y de la tortura física
(…) ya a
principios del siglo XX era técnicamente posible la igualdad humana.
Seguía siendo
cierto que los hombres no eran iguales en sus facultades innatas y que las
funciones habían de especializarse de modo que favorecían inevitablemente a
unos individuos sobre otros;
pero ya no
eran precisas las diferencias de clase ni las grandes diferencias de riqueza
(…) con el
desarrollo de la televisión y el adelanto técnico que hizo posible recibir y
transmitir simultáneamente en el mismo aparato, terminó la vida privada
(…) por
primera vez en la historia existía la posibilidad de forzar la completa
uniformidad de opinión”.
El Gran Hermano es una figura imprescindible
porque “su
función es actuar como punto de mira para todo amor, miedo o respeto, emociones
que se sienten con mucha mayor facilidad hacia un individuo que hacia una
organización (…) si uno de ha de gobernar, y de seguir gobernando para siempre,
es imprescindible que desquicie el sentido de la realidad”.
Cuando Winston es apresado, su
carcelero, O’Brien, repasa la historia, y describe su actual sociedad, con una
sencillez aterradora:
“La consigna de todos los despotismos era ‘no harás esto o lo
otro’.
La voz de
mando de los totalitarios era ‘harás esto o aquello’.
Nuestra orden
es ‘eres’
(…) debes
librarte de esas ideas decimonónicas sobre las leyes de la naturaleza. Somos
nosotros quienes dictamos las leyes de la naturaleza
(…) los hombres
son infinitamente maleables
(…) las
antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia.
La nuestra se
funda en el odio
(…) no habrá
arte, ni literatura, ni ciencia.
No habrá ya
distinción entre la belleza y la fealdad”.
El apéndice a la novela se permite un
cruel guiño a las palabras de Jefferson en la declaración de independencia
norteamericana:
“Entendemos que son verdades evidentes el que todos los
hombres han sido creados iguales, que han sido dotados por su creador con
ciertos derechos inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad
y la búsqueda de la felicidad.
Y que, para
asegurar estos derechos, se han instituido entre los hombres los gobiernos,
cuyo poder depende del consentimiento de los gobernados.
Y que cuando
cualquier forma de gobierno perjudica estos fines, el pueblo tiene derecho a
alterarla o abolirla e instituir una nueva”.
¿Qué más puede decirse?
Cuando se habla de este libro siempre surge el debate sobre advertencia o profecía, y desafortunadamente es bastante fácil entender el porqué. No cabe duda de que aquellas frases, hoy en día, suenen asombrosas … Pero quiero añadir otro posible objetivo: explicar. Un manual. Las advertencias y las profecías tienen en común una cosa crucial: están destinadas a la multitud, para que se enteren, para que puedan actuar, o por lo menos intentarlo. Bueno, yo dudo que una persona como Orwell haya tenido cualquier tipo de esperanza o expectación hacia la multitud. Así que igual el mensaje no era para todo, sino solo para algunos ... un porcentaje que desconocemos, pero que probablemente es minoría … Y el objetivo entonces quizás no era avisar o profetizar, sino solo informar y explicar, para que aquellos algunos pudieran tomar medidas a lo largo de sus vidas …
ResponderEliminarUn artículo reciente:
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/26/actualidad/1485423697_413624.html
Gracias, Emi, por el comentario. Por lo que parece, quienes podían tomar medidas han decidido que no vale la pena (o, por alguna razón) no les interesa. Mírate, si puedes, este post:
ResponderEliminarhttp://robertocolom.blogspot.com.es/2012/07/coming-apart.html
Saludos, R
Entiendo esto de la “segregación cognitiva” ... entiendo los riesgos … pero es que para proponer una alternativa al segregarse hay que ser muy optimista hacia la gente … Si no tienes este optimismo (que, por definición, es algo que pasa de las evidencias y entra en las esperanzas) ves la segregación como única elección (el mal menor) para no meterte en jardines, para evitar un sacrificio que por un lado tampoco aporta a la multitud, y al mismo tiempo puede seriamente perjudicarte la salud! Para los que no creemos en la reencarnación o en el paraíso, esta es la única vida: está bien dejar el mundo un poco mejor de cómo lo hemos encontrado, pero sin obligar a nadie, y al ser posible con una calidad de la existencia por lo menos decente.
ResponderEliminarHay que dar ejemplos y alternativas, siempre, pero no se puede (y a lo mejor ni se debe) forzar la multitud hacia algo que, al fin y al cabo, no es.
Me parece que fue Churchill que dijo que el mejor argumento contra la democracia es … una breve charla con un elector promedio! Pues no estoy seguro de que esto cambie el valor de la democracia (el mal menor), pero desde luego evidencia un límite importante, crucial, endógeno, que viene en un paquete de cientos de miles de años de historia evolutiva …
Un articulo:
http://www.jotdown.es/2016/05/llanto-del-macaco/
Y otro enlace reciente, al hilo …
http://elpais.com/elpais/2017/01/25/ciencia/1485370641_379950.html
Muchas gracias por los enlaces, Emi.
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