A comienzos de 2014
se publicará un artículo basado en un estudio hecho en colaboración entre
nuestro equipo de investigación aquí en España (Universidad Autónoma de Madrid,
Fundación Reina Sofía y Universidad Pompeu Fabra), la Universidad de Edimburgo,
la Universidad de Harvard, el Montreal Neurological Institute (MNI) y el
Douglas Mental Health University Institute de Canadá.
Burgaleta, M., Johnson, W., Waber, D. P., Colom, R., &
Karama, S. (2014). Cognitive ability changes and dynamics of cortical thickness
development in healthy children and adolescentes. NeuroImage, 84, 810-819.
Se investigó una muestra de casi 200 niños y adolescentes (relativamente)
representativa de la población extraída del ‘NIH Study of Normal Brain Development’. Se evaluó el CI Total,
Verbal y Manipulativo en dos ocasiones separadas por dos años y también se obtuvieron
imágenes de resonancia (3D T1).
El siguiente paso supuso (a) valorar los cambios en las
puntuaciones de capacidad intelectual que se observaron entre ambos momentos
temporales y (b) cuantificar los cambios en las distribuciones del área de la
superficie cortical y del grosor de la corteza.
Se pudo comprobar que los cambios en las puntuaciones de
capacidad intelectual se asociaban a un adelgazamiento
de la corteza en el lóbulo frontal izquierdo. Sin embargo, los
resultados más interesantes señalaron que quienes mejoraban su rendimiento
intelectual preservaban su grosor cortical, mientras que ese grosor se reducía sustancialmente en quienes empeoraban
su rendimiento intelectual.
Hace un par de años se publicó un artículo en ‘Nature’ que exploraba un problema
similar, pero estudiando a un reducido grupo de 33 individuos. Un comentario
crítico sobre ese artículo puede encontrarse aquí:
Pensamos que merecía la pena embarcarse en la empresa de
averiguar si se podía observar algo más interesante y revelador al explorar una
muestra más numerosa que, además, representase a la población.
Mientras que en el estudio de ‘Nature’ se medía la
densidad de materia gris, nuestro estudio valoró separadamente el área de la
superficie cortical y el grosor de la corteza.
Ellos encontraron resultados realmente débiles en regiones no
asociadas al sustrato neuro-anatómico de la capacidad intelectual en la
investigación previa. Nosotros (a) mostramos que el grosor de la corteza, pero
no el área de la superficie cortical, es la señal biológica relevante y (b)
detectamos cambios fiables en la región frontal, particularmente relevante como
sustrato biológico de la variabilidad intelectual.
Nuestros resultados pueden estar relacionados con los
patrones de desarrollo del grosor de la corteza en niños con TDAH cuya sintomatología persiste o
remite en la edad adulta. En los primeros ese grosor muestra adelgazamientos
con respecto a individuos de control, mientras que en los segundos la reducción
es menor o incluso se observan engrosamientos.
Una pregunta relevante para cerrar esta breve reseña es: ¿qué
significan los cambios observados en grosor cortical?
Nuestro artículo sugiere que pueden atribuirse a
modificaciones en la glía y en la vascularización, y, también, en la
proliferación de dendritas. Pero, por supuesto, puede estar actuando la
conocida poda sináptica: un exceso en ese
proceso pudiera estar detrás de la reducción observada en el rendimiento
intelectual.
En resumen, esta investigación sugiere que los cambios que
experimenta el cerebro durante el desarrollo pueden estar detrás del
rendimiento intelectual mostrado por los individuos en situaciones
estandarizadas.
Una pregunta que requiere respuesta es: ¿sería posible reducir
el adelgazamiento de la corteza en los individuos que empeoran su rendimiento
intelectual?
Una estrategia que puede ayudar a encontrar una respuesta
supondría usar programas de entrenamiento cognitivo:
¿pueden estos programas prevenir ese adelgazamiento relacionado con la
reducción del rendimiento intelectual?
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